Lo que reconoció la Vicepresidenta hace algunos días, de que los partidos no tienen cuadros suficientes para hacer Gobierno, implica no solo eso sino que además, lleva implícito que durante los 4, 8 o 12 años que tarda el partido en subir a la guayaba, no se lleva a cabo la estructuración de políticas y lineamientos.
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Eso explica por qué los planes de Gobierno son como la mayoría de tesis universitarias, es decir, vacías. El papel aguanta con todo y mientras más bonitas se oigan las palabras conjugadas, más votos pueden llegar a representar esas promesas que, con su incumplimiento sistemático, han contribuido a que los políticos tengan la misma credibilidad que el famoso Walter Mercado.
A lo anterior, debemos agregar la necesidad que llegan a tener los partidos de sumar gente, literalmente por lo que representan en dinero, el cual resulta básico e indispensable para ganar las elecciones. Permitir el ingreso de gente por dinero cuando se tiene la necesidad, es lo que ha dado lugar, históricamente, a la incrustación de todo tipo de mafias.
No solo el narcotráfico y el crimen organizado juegan un papel en ese tema. Las mafias “empresariales” que a base de financiamiento o mordidas se aseguran los negocios y privilegios, son hechos que no podemos dejar de ver ahora que se platica de una reforma del Estado. Los partidos políticos están tan carcomidos que es imposible pensar que una vez en el poder, serán de bien para el país.
Lo que se ha manejado hasta ahora en torno a la modificación de la Ley Electoral y de Partidos Políticos es importante, pero resultaría insuficiente si no se le entra de lleno al tema del financiamiento. En Guatemala no hay que ser buen candidato, hay que tener el dinero suficiente para poder ganar.
La pregunta es ¿Qué compromete el político a cambio de ese dinero? Hay quienes responden que entrega su alma al diablo y que una vez eso ocurre, es imposible regresar porque quien da dinero está dispuesto a recibir, eso y más sin tolerar excusas.
A esas condiciones adversas me refería yo hace unos días cuando decía que mucha gente honrada ni piensa en meterse a la política, pero tampoco se hace nada para cambiar las condiciones haciéndonos a los ciudadanos corresponsables por omisión.
Todo lo anterior, a mi juicio resulta en una clara explicación de por qué, las políticas estatales son tan vacías en ocasiones o cuesta tanto que tomen vuelo. Si vemos el caso actual, ningún Presidente de la era “democrática” había tenido tanta noción de lo que enfrentaría una vez en el poder.
Pero la falta de cuadros le ha causado al Presidente desgastes innecesarios por temas tan elementales como los finiquitos. En el tema de la transparencia, allegados de la cabeza en esa tema han sido señalados de tener contratos cuestionables con el Estado, lo que confirma la teoría planteada líneas arriba, es decir, entran al partido por dinero que luego recuperan a través de la política y el poder. Así, han abundado ejemplos a lo largo de los años.
Por ello, es que la Ley Contra la Corrupción, antes denominada Contra el Enriquecimiento Ilícito, es vital para que ello sea un componente importante de lo que debe ocurrir con el financiamiento de las campañas. A mayor limitación al financiamiento, mayor la necesidad que tendrán los partidos de trabajar en el largo plazo para formar sus cuadros y bases.
Ahora mismo vemos dentro de la carrera por alcanzar la Procuraduría de los Derechos Humanos, un riesgo latente de que la entidad sirva para fortalecer las bases de un partido político que se decía diferente, pero que terminó haciendo lo que hacen todos en campaña, ante la falta de recursos.
Es por estas cosas y más, que urge entrarle al tema del financiamiento de los partidos políticos y que se apruebe la Ley Contra la Corrupción, intentando así, cambiar las condiciones para que más gente participe, ya no dejando espacio solo a aquellos con perversas intenciones.