La extraña muerte de Sara Ernestina


   La tarde del lunes 2 de este mes, Sara Ernestina comenzó a sentir dolores en el estómago. Al principio eran leves, pero conforme fueron transcurriendo los minutos el malestar se agudizaba, por lo que la chica de 17 años de edad le pidió a su madre Sara Osorio Lemus de Flores que la condujera a un hospital.

Eduardo Villatoro
eduardo@villatoro.com

   En vista de los sí­ntomas que presentaba Sara Ernestina -vómitos y cólicos-, a las nueve de la noche la mamá la llevó a la emergencia del Hospital Roosevelt, donde varios médicos practicantes, sin realizarle previo examen sobre el cuadro clí­nico, ni preguntarle si la joven era alérgica a determinado medicamento, sólo inquiriendo qué era lo que sentí­a, y luego de sentarla en una silla, le aplicaron una inyección y le suministraron suero.

   A los pocos minutos, la señora Osorio se percató que habí­a sangre en la venoclisis, dando aviso al médico tratante, cuyo nombre ignora y a quien identifica únicamente como «el pelón», por su relativa calvicie. El facultativo, con la ayuda de un colega suyo, presionó la bolsa que contení­a el suero, logrando detener el flujo de sangre, hasta que se agotó la solución salina.

   Poco después, la chica vomitó nuevamente, con sangre, por lo que la madre pidió ayuda a los médicos, pero nadie le puso atención. Conforme el tiempo transcurrí­a la paciente se agravaba, diciéndole a su mamá que sentí­a que las piernas se le «dormí­an» y que tení­a mucha sed. A todo esto, el médico que la atendió inicialmente se habí­a retirado de la sala de emergencia, y cuando la madre de la chica pidió auxilio a otro facultativo, éste le respondió que no podí­a intervenir porque no era caso suyo. «Háblele a su médico», le dijo escuetamente.

   En vista de que Sara Ernestina se encontraba muy incómoda en la silla y habiendo una camilla vací­a, su madre la colocó en ese mueble. Aproximadamente dos horas más tarde retornó el médico tratante, que le dijo a la señora Osorio que ya podí­a llevarse su hija a su casa; pero cuando la chica intentó ponerse de pie cayó al piso porque las piernas no la sostuvieron. En vista de ello, el facultativo identificado únicamente como «el pelón» procedió a suministrarle más suero, al que le introdujo cierto medicamento.

   Aunque otro médico ataviado con una bata celeste insistí­a que la madre se retirara del sitio donde se encontraba su hija, la señora Osorio obstinadamente permanecí­a al lado de Sara Ernestina al ver que su estado era muy delicado. Media hora más tarde, aproximadamente, la paciente alcanzó a murmurarle a su mamá que «se le estaba durmiendo todo el cuerpo y la lengua»,  por lo que le costaba hablar. Minutos antes de las tres de la madrugada del martes 3, perdió el conocimiento.

   En vista de la gravedad de la paciente, el médico tratante y otros colegas trasladaron a la chica a una sala, para «practicarle resucitación», según palabras de la señora Osorio, mediante aparatos especiales, cuyo nombre ella desconoce.

   No fue hasta entonces, cuando la paciente estaba a punto de perder la vida, que el médico que la atendió inicialmente le formuló preguntas a la madre, en torno a si la joven fumaba, si consumí­a drogas, si era adicta al licor, si era alérgica a medicamentos o determinados alimentos. Seguidamente, el médico «pelón» retornó a la sala donde se encontraba Sara Ernestina y minutos más tarde otro facultativo le anunció que su hija habí­a muerto.

   Como la señora Osorio habí­a llegado al Hospital Roosevelt acompañada de un sobrino suyo, salió de prisa fuera del edificio para comunicarle la infausta noticia al primo de Sara Ernestina, y cuando ambos reingresaron al nosocomio el cuerpo de la chica estaba dentro de una bolsa negra. Uno de los médicos le arrebató a la madre de la infortunada joven el carné y otros documentos que le habí­an entregado cuando llegó al hospital.

   El esposo de doña Sara y padre de Sara Ernestina se presentó al hospital a las siete de la mañana, para intentar establecer qué le habí­a sucedido a su hija, cuál fue la causa de su muerte, qué medicamentos le habí­an suministrado; pero él o los médicos a quienes preguntó, se limitaron a indicarle que la chica habí­a fallecido por haber sufrido «arritmia cardiaca», y que los documentos no se los podí­an proporcionar en vista de que los habí­an enviado junto con el cadáver a la morgue del mismo Hospital Roosevelt.

    La señora Sara Osorio Lemus de Flores logró obtener posteriormente que el certificado de defunción, que señala que Sara Ernestina falleció de asfixia por estrangulación, como consta en fotografí­as en las que se observa que a la desafortunada joven le abrieron de las orejas hacia los hombros y de las axilas a los senos.

   Toda esta comprometedora información está debidamente documentada en la Procuradurí­a de los Derechos Humanos. Yo sólo me he limitado a resumir el contenido de la denuncia.Â