La eterna lucha entre EL BIEN Y EL MAL


Con la celebración de la Quema del Diablo, dan inicio las fiestas que nos preparan para llegar hasta la Navidad, época que -junto a la Semana Santa- son las más ricas en contenidos y tradiciones de nuestra cultura guatemalteca.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Pese a su nombre que evoca al «Maligno», la Quema del Diablo es una tradición de influencia cristiana occidental, con la cual se pretende la purificación del espí­ritu, previo al inicio de una época de gracia, como es el carácter de la Navidad, según su punto de vista religioso.

Aunque parezca contradictorio, todas las celebraciones de santidad o purificación del espí­ritu, usualmente inician con la «celebración» de lo oscuro. La cultura es en esencia un fenómeno espiritual, que se materializa en ciertas manifestaciones.

En el caso guatemalteco, la mayorí­a de manifestaciones culturales se concretizan a través de sí­mbolos religiosos, comidas, entre otros. Sin embargo, desde su esencia se pueden encontrar ví­nculos con la guatemalidad más profunda.

Antropólogos e historiadores se han dado a la tarea por evaluar los sustratos indí­genas y españoles que tienen nuestras tradiciones, ya que -al final de cuentas- nos ha llegado una mezcla de culturas, de las cuales difí­cilmente logramos discernir.

Pero, a un nivel más profundo, la mayorí­a de expresiones culturales, de todo el mundo, se caracterizan por tener su lado oscuro y su lado «bueno». En la Semana Santa, no hay que olvidar que también hay una actividad en recuerdo de la «traición» de Judas Iscariote.

Y, en términos más generales, toda celebración (aunque sea profana) siempre busca la alegrí­a, la redención del espí­ritu y alcanzar los niveles óptimos de gozo. Pero para que se dé una celebración así­, se debe pasar por un largo camino de pruebas y purificación para que de veras se alcancen estos estadí­os.

En las actividades culturales complejas, ocurre este fenómeno. Por ejemplo, para la Cuaresma y la Semana Santa, se inicia con el llamado «miércoles de ceniza», que busca recordar la humildad en el ser humano. Poco a poco se avanza en el proceso, hasta llegar a la Resurrección.

En otras culturas y religiones, casi siempre se puede vislumbrar fenómenos parecidos. En la misma Pascua judí­a, se recordaba el dolor de la esclavitud de sus antepasados cuando estaban en Egipto, y por ello se esforzaban por comer pan sin levadura, yerbas amargas, para culminar con un banquete sustancioso y alegre.

El Ramadán musulmán hace que, durante el dí­a, los fieles se sacrifiquen sin beber ni comer, pero por la noche, los banquetes son un verdadero gozo.

En el fondo, todo esto representa una constante lucha entre el bien y el mal. Los altos valores, así­ como la creencia de un Ser Supremo, en todas las culturas y religiones es contrastado con los vicios o la creencia de un ser opuesto.

En las culturas no occidentales, se reconocen los dos componentes dentro del comportamiento del ser humano. En los valores hinduistas, por ejemplo, se tiene la figura del yin-yan, que refleja que dentro de cada uno de nosotros combate la oscuridad y la luz, y consiste en nosotros tener el equilibrio necesario para que nuestro espí­ritu crezca.

DIOS-DIABLO

En el caso de la religión cristiana occidental, la contraposición se construye a través de la creencia de Dios, el Ser Supremo que representa el ideal de lo bueno; a él se opone el Diablo, quien es todo lo contrario.

En la Biblia se explica el origen del Diablo como uno de los ángeles de Dios que se hizo malvado (Juan 8:44). Se infiere que es una criatura espiritual de la familia angélica de Yahvé Dios (Job 1:6). Según manuscritos antiguos el nombre real de el en el cielo es Lucifel y al llegar al infierno el se cambió el nombre a lucifer para estar en contra de Dios, a causa del deseo por la adoración que todas las criaturas inteligentes rendí­an al Creador Mateo 4:9. Según mitos no canónicos era el ángel que guardaba el trono del Dios Yahvé, pero por su orgullo de querer convertirse en otro dios fue arrojado del cielo junto a una tercera parte de los ángeles(Ap 12:3-4).

Los nombres más comunes o conocidos con que se nombra al diablo en la Biblia son: Satanás, Lucifer, Belcebú, Belial, Samael, Jaldabaoth, entre otros.

Para estos dí­as, en Guatemala celebramos la Quema del Diablo, que no es más que la toma de conciencia de eliminar de nuestro comportamiento todo lo malo, a fin de que preparemos nuestros espí­ritu, en una especie de catarsis, hacia la plenitud que nos da la alegrí­a de la Navidad.

CATARSIS Y PURIFICACIí“N

La necesidad de purificación del espí­ritu es una necesidad sentimental del ser humano, con la cual elimina de su alma las cosas malas y logra un aprendizaje para mejorar. A este fenómeno se le ha denominado, por la Psicologí­a, como catarsis.

Una catarsis o experiencia catártica, es una experiencia interior purificadora, de gran significado interior, provocada por un estí­mulo externo, también se le conoce como «La liberación de las pasiones». Proviene del término griego ????????, katarsis o katharsis que significa purga o purificación, y es un término aceptado por la Real Academia Española. El concepto de catarsis tiene profundas raí­ces antropológicas y a partir de esos orí­genes, se la ha empleado en la medicina, la tragedia griega, el psicoanálisis, y hasta aplicada a la risa.

En ciertos lugares se practica el chamanismo, que es un conjunto de creencias y prácticas referentes a los chamanes. Los chamanes son considerados personas dotadas de poderes espirituales para sanar a los enfermos, etc. Uno de los papeles que interpreta el chamán, es el de recolector y preparador de las fuerzas benéficas que derrotarán a las fuerzas maléficas. La expulsión final de lo maléfico, frecuentemente viene acompañada de un simbolismo material. Es así­ como el curandero exhibe un pedazo de algodón o un residuo cualquiera, que pretende extraer del cuerpo del enfermo. El chamanismo tiene analogí­a con aquellas operaciones rituales griegas en donde el objeto maléfico era extraí­do. Este objeto extraí­do los griegos lo denominaban katharma, palabra que significa además ví­ctima sacrificial humana. Al katharma chamanista lo podemos interpretar como un provocador de la enfermedad que puede llevar a la muerte; en este sentido, es el provocador de la crisis. Mientras la curación viene a ser la expulsión de «impurezas», unas veces espirituales (como los malos espí­ritus) y otras materiales (como el objeto chamánico). Y así­ como en las sociedades primitivas se pretendí­a restablecer el orden sacrificando a la ví­ctima propiciatoria expulsándola, de la misma manera la curación viene dada por la expulsión del katharma.

Con estos antecedentes, podemos ubicar ahora la palabra katharsis. Según el filósofo René Girard, esta palabra significa en primer lugar el beneficio que la ciudad obtení­a de la eliminación del katharma. Antes de ser ejecutado, el katharma era paseado por las calles de la ciudad, para que atraiga sobre sí­ todos los malos gérmenes, y evacuarlos haciéndose eliminar él mismo.

Se puede afirmar que Girard concibe al término catarsis como categorí­a o concepto que se refiere a expulsión. La categorí­a de expulsión se sustenta en la hipótesis antropológica de que, cuando las comunidades arcaicas entraban en crisis interna se volví­an violentas, expulsando así­ al supuesto causante del desorden. Sin embargo, dicho culpable frecuentemente era acusado injustamente, es decir vení­a a ser un chivo expiatorio. Por otra parte, dicha expulsión que ejercieron las comunidades primitivas, se seguirí­a efectuando a lo largo de la historia, incluso en nuestra Edad Contemporánea, pero con matices y formas de presentarse distintas.

En la obra dramática es el momento en que los personajes vivencian una experiencia que cambiara el curso de la historia.

EN LA LITERATURA

En la catarsis, se evidencia la lucha entre el bien y el mal, ya que obviamente dentro de nuestro espí­ritu se desarrollan sensaciones, y hay un combate entre aprender para mejorar, o permanecer en la ignorancia. Es decir, la lucha entre Dios y el Diablo no se desarrolla en lo alto de los Cielos, sino que dentro de nosotros mismos.

Esta oposición entre Dios y el Diablo ha sido motivo de ricos simbolismos, que han sido utilizado por artistas para representar esta lucha.

En la literatura, también la figura de Dios, pero sobre todo la del Diablo, ha generado «historias» que se han convertido en clásicos universales.

En «La divina comedia», de Dante Alighieri (siglo XI), Italia. Lucifer es gigantesco, con tres cabezas, bárbaro, y vive en el infierno en forma de embudo, acompañado por otros diablos menores. Es imponente y desmesurado. Dante refleja en su obra cumbre la visión del Cielo, el Purgatorio y el Infierno, pero es éste último el que mejor calidad estética y literaria contiene.

En «Cantigas de Santa Mariá», de Gonzalo de Berceo (siglo XI), España, el diablo es inofensivo, engañador, incapaz de resistir -sin darse a la fuga? el nombre o la presencia de la Virgen. Ella lo trata como un chiquillo.

«El diablo Cojuelo», de Luis Vélez de Guevara (siglo XII), España, el Diablo es pí­caro, burlón, bailarí­n, camorrista, extraordinariamente feo, pequeño y amigo de los estudiantes.

En «El paraí­so perdido», de John Milton (siglo XVII), Inglaterra, Satán tiene aspecto de héroe, valiente y poderoso. Escucha en asamblea pública las deliberaciones de sus caudillos sobre la paz y sobre la guerra.

En «Fausto», de Goethe (siglo XVIII), Alemania, Mefistófeles es todo un hombre civilizado, complejo, es crí­tico, pesimista, negativo, didáctico e irónico y hasta viste pulcramente. Tiene defectos y vicios.

En «Las bodas del cielo y el infierno», de William Blake (siglo XVIII), Inglaterra, el Diablo es sí­mbolo de creatividad, actividad y energí­a que batalla por ser libre.

En «El misterio de Caí­n», de Lord Byron (siglo XIX), Inglaterra, Lucifer no ama ni cree que Dios ame.

Otras literaturas sobre el Diablo son: «Sobre el diablo y los diablos», de Mary Shelley (siglo XIX), Inglaterra; «El fin de Satán», de Ví­ctor Hugo (siglo XIX), Francia; «Onuphrius», de Théophile Gautier (siglo XIX), Francia; «El diablo de Tom Walker», de Washington Irving (siglo XIX), Estados Unidos; «Los demonios», de Feodor Dostoievsky (siglo XIX), Rusia; «Cartas del diablo a su sobrino», de C. S. Lewis (siglo XX), Inglaterra; «Bajo el sol de Satán», de Georges Bernanos (siglo XX), Francia, y «Docktor Faustus», de Thomas Mann (siglo XX), Alemania.

No hay que olvidar las recientes publicaciones, como «El abogado del Diablo», que llegó a la pantalla del cine. En Centroamérica, recién acaba de publicar la salvadoreña Jacinta Escudos su libro de cuentos «El Diablo sabe mi nombre», en donde la narradora cuenta de su encuentro con el mencionado «Maligno», pero se acostumbra a él, y hasta se vuelve su conviviente. En realidad, ella está mencionando una relación entre hombre y mujer, pero lo simboliza con el nombre del ángel caí­do.

Y, también, la más genial ejemplificación del bien y el mal, la hiciera el guatemalteco Augusto Monterroso, con sus fábulas «Monólogo del bien» y «Monólogo del mal», incluidas en «La Oveja Negra y demás fábulas».

Monólogo del Bien


«La cosas no son tan simples», pensaba aquella tarde el Bien, «como creen algunos niños y la mayorí­a de los adultos.»

«Todos saben que en ciertas ocasiones yo me oculto detrás del del Mal, como cuando te enfermas y no puedes tomar un avión y el avión se cae y no se salva ni Dios; y que a veces, por lo contrario, el Mal se esconde detrás de mí­, como aquel dí­a en que el hipócrita Abel se hizo matar por su hermano Caí­n para que éste quedara mal con todo el mundo y no pudiera reponerse jamás.»

«La cosas no son tan simples».

MONí“LOGO DEL MAL

Un dí­a el Mal se encontró frente a frente con el Bien y estuvo a punto de tragárselo para acabar de una buena vez con aquella disputa ridí­cula; pero al verlo tan chico el Mal pensó:

«Esto no puede ser más que una emboscada; pues si yo ahora me trago al Bien, que se ve tan débil, la gente va a pensar que hice mal, y yo me encogeré tanto de verguenza que el Bien no despreciará la oportunidad y me tragará a mí­, con la diferencia de que entonces la gente pensará que él si hizo bien, pues es difí­cil sacarla de sus moldes mentales consistentes en que lo que hace el Bien está bien y lo que hace el Mal está mal.»

Y así­ el Bien se salvó una vez más.