La eterna juventud de Peter Pan


Esta semana puede ser unos buenos dí­as para visitar los jardines de Kensington, en Londres, y detenerse un momento ante la escultura de bronce que representa a Peter Pan tocando la flauta. El domingo pasado, hace exactamente 150 años, nació James Matthew Barrie, el escritor escocés que dio vida al niño que no querí­a crecer y que, más allá del éxito literario, se ha convertido en el arquetipo de una determinada conducta que incluso da nombre, en psicologí­a, a un sí­ndrome que define los problemas para alcanzar la madurez que sacuden al hombre contemporáneo.


Poco sospechaba J.M. Barrie cuando estrenó, en 1904, la obra teatral Peter Pan o el niño que no querí­a crecer que su personaje se iba a convertir en un mito. Por aquel entonces, un celoso George Bernard Shaw dijo que se trataba de un «engañabobos para niños escrita por un adulto». El personaje ya habí­a aparecido, dos años antes, en la novela El pajarito blanco , donde Barrie lo ideó como un bebé de siete dí­as -con aspecto de niño y alma de pájaro- que huí­a a los jardines de Kensington. Tras el éxito de la obra teatral, en 1911 apareció la novela Peter Pan y Wendy.

Para Joan Riambau, uno de los traductores de la obra al español, además de prologuista de la edición de Edhasa -de donde proceden las imágenes de estas páginas-, la seducción que irradia el niño eterno radica en que «Nunca Jamás es el territorio idí­lico de las ensoñaciones infantiles, el lugar mágico donde todo puede ser de mentirijillas, desde el amor hasta la familia, desde los juegos hasta la comida». En el fondo, la obra trata «sobre cómo preservar el mundo imaginario propio de esa edad». De cómo mantener la magia en nuestras vidas, cómo rebelarse ante la rutina. Peter Pan «se niega a afrontar el destino convencional que para él prevén su madre o la madre de Wendy».

La vida de Barrie no fue fácil. La muerte de su hermano David a los 13 años, en un accidente de patinaje, traumatizó a su madre hasta tal punto que la mujer despreció a su hijo vivo, que solamente se sentí­a querido cuando se disfrazaba de su hermano muerto. Con serios problemas sexuales -no está claro si se trataba de impotencia o de un enanismo psicogenético que impidió que se le desarrollaran los genitales-, Barrie murió virgen. Un dí­a, este hombre de 1,47 m de estatura, paseando -cómo no- por los jardines de Kensington, conoció a los hijos de Arthur y Sylvia Llewellyn Davies y «adoptó aquella familia como propia», en expresión de Silvia Herreros de Tejada (1975), autora del ensayo Todos crecen menos Peter (Lengua de Trapo). Aquellos niños (George, John, Michael y Peter) acabarí­an apareciendo en la novela con sus nombres. Cuando los padres murieron, Barrie adoptó a los crí­os, que afrontaron lo que Riambau llama «su trágico destino». George murió en combate en la Primera Guerra Mundial. Michael se ahogó en un accidente, que algunos siguen viendo como un suicidio.Y Peter se suicidó lanzándose al metro de Londres.

UN AMOR EXACERBADO

Para Herreros, «este personaje fue la gran fantasí­a compensatoria de su autor, cumplí­a los sueños que él habí­a tenido para sí­ mismo: no crecer nunca y no tener que enfrentarse a los problemas de este mundo, casarse y formar una familia. La adopción de los hijos de sus amigos fue ideal: así­ tení­a una familia sin haber tenido que intervenir sexualmente». Herreros cree que hoy Barrie habrí­a causado escándalo «porque el narrador de El pajarito blanco, una novela que se ha quedado antigua, demasiado cursi, es un señor que quiere robar a un niño que ha conocido en un parque. Y hoy ese amor exacerbado por los niños lo tratarí­amos de paidófilo. Pero en la época no, de hecho todas las madres iban como locas por los parques buscando a Barrie para que se hiciera amigo de sus hijos».

El psicólogo Antoni Bolinches (Barcelona, 1947) acaba de publicar Peter Pan puede crecer (Grijalbo), obra donde analiza el llamado sí­ndrome de Peter Pan. Explica que, cuando Dan Kiley desarrolló en 1983 los elementos básicos de esta anomalí­a del comportamiento, «se trataba de un problema minoritario. Sin embargo, hoy en dí­a afecta alrededor del 50% de la población masculina de Occidente, en mayor o menor grado. El problema es grave». Su consulta está llena de hombres inmaduros y con miedo al compromiso, que acuden a veces solos pero a menudo arrastrados por sus parejas. «El hombre Peter Pan -afirma- es un subgrupo de hombre inmaduro, con unas caracterí­sticas especí­ficas, dañinas para él y para su entorno. Inmaduros lo somos todos en la juventud pero la madurez es la evolución deseable, implica asumir las cosas que nos van ocurriendo. Necesitamos un tiempo, unos años, para que se produzca».

¿Por qué la inmadurez se ha convertido en una epidemia? Las razones sociológicas que apunta Bolinches son «el modelo de sociedad consumista, que ha creado una idea de felicidad en la que se requiere poco esfuerzo para conseguir las cosas, y un estilo de educación excesivamente permisivo, no se educa a los jóvenes en la cultura de la resistencia a la frustración. Vivimos en una cultura hedonista y hay que ir hacia una cultura del esfuerzo».

Bolinches, que cree que Barrie «expresó en Peter Pan sus fantasmas personales», duda que sus traumas psicológicos le impidieran crecer fí­sicamente, como han afirmado algunos: «En su caso yo dirí­a lo contrario, que el no haber crecido le hizo refugiarse todaví­a más en un mundo infantil». Tampoco cree que torturara de algún modo a sus hijos adoptivos hasta el suicidio: «Lo de estas muertes parece más bien un ejemplo de alguien que obtiene una fama vicaria, por algo que no se ha ganado él mismo con su esfuerzo, el sí­ndrome del padre famoso». «Los peterpans de nuestros dí­as -prosigue el psicólogo- son poco responsables en el ámbito de las relaciones amorosas, vuelan de flor en flor. No quieren sufrir, no se sintieron suficientemente queridos en otras situaciones y no están en condiciones de registrar un nuevo desengaño, así­ que no se ilusionan». En Nunca Jamás, Wendy sugiere a Peter Pan que pueden ser una pareja. «í‰l se entretiene con Wendy mientras ella está -señala Herreros de Tejada-, pero cuando ella le propone ir más allá, él inmediatamente salta y deja claro que no, que aquello es un juego y que no quiere saber nada».

Pero ¿no se puede ser feliz siendo un Peter Pan? «Hasta los 30 y pico años pueden seguir evadiéndose -responde Bolinches-, pero por lo general llega un momento en la vida en que ellos mismos se preguntan qué les está pasando».

JUVENTUD 1, ANCIANIDAD 0

Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) es autor de la novela Jardines de Kensington (Mondadori), basada en la vida de J.M. Barrie y ya traducida en Inglaterra y EE.UU. Una de las autoras que han elogiado a Fresán es la gran dama de las letras británicas, A.S. Byatt, quien a su vez acaba de publicar El libro de los niños (Lumen), monumental novela -donde también aparece Barrie- centrada en una escritora de libros infantiles de la época. Para Fresán, «no es casual que el personaje de Peter Pan aparezca al final de la era victoriana y el advenimiento de la era eduardiana, donde explota el paradigma de la juventud eterna, también con Drácula de Bram Stoker , El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde o Ella de Henry Rider Haggard. La juventud se convierte en valor y retrocede la idea de la ancianidad como sabidurí­a. En mi novela asocio esa época con los años 60, el swinging London, cuando aparecen los rockers, que son peterpans auténticos, y grupos como los Rolling cantan a la satisfacción y a morir antes de llegar a viejo. Y en eso estamos ahora… todaví­a».

En cualquier caso, este pasado domingo de aniversario, fue un buen dí­a para jugar con nuestros niños y soñar con el Paí­s de Nunca Jamás , ese lugar de piratas, sirenas y niños perdidos en el que todos hemos estado alguna vez. Mañana, lunes, ya volveremos al trabajo.