Paulatina y sostenidamente la cantidad de personas alrededor del mundo que estamos cobrando plena conciencia del cambio climático, es cada día mayor. También se están produciendo informes concluyentes en extremo, que arrojan serios cuestionamientos alrededor de la estructura productiva que hasta ahora ha sido la predominante.
wdelcid@intelnet.net.gt
De hecho el relativo éxito (o fracaso) del cónclave científico-político de la Conferencia sobre Cambio Climático de Copenhague, plantea, desde ya, enormes desafíos tanto más para los países en vías de desarrollo como severas y necesarias modificaciones a los paradigmas de industrialización de los países desarrollados. Las reflexiones abundaron alrededor de la identificación de las inequidades prevalecientes. Pero el ausente aspecto vinculante ante tales conclusiones ha vuelto a Copenhague por el momento en pura retórica.
Inequidades en cuanto al uso y consumo de la energía total mundial. Inequidades en cuanto al impacto producido por los denominados gases de efecto invernadero. Las asimetrías en cuanto a la explotación de los recursos naturales y el grave deterioro ambiental, cuyas secuelas las padecen los pobres del mundo (en todas partes). Deberán continuar esperando para ser superadas por todos los involucrados.
Los niveles de riesgo frente a los eventuales desastres naturales que se deriven, precisamente por el impacto en el cambio climático global son altos. Ahora, esas asimetrías producidas por siglos de explotación, cobran una factura a escala mundial. No es que uno se vuelva «comunista reciclado» como peyorativamente se calificara a aquellos con preocupación ecológica, pero evidentemente el modelo productivo que se ha impuesto desde la llamada «Revolución Industrial», allá en 1,800, para marcar el rumbo que la humanidad adoptó a partir de entonces no ha sido el correcto para garantizar la VIDA en el planeta y con ella, la certeza de condiciones favorables de desenvolvimiento para las generaciones venideras. Eso es lo que está en la discusión de fondo en estos momentos.
La marginación de un contingente de personas alrededor del mundo que sobrepasan los mil trescientos millones (y Guatemala también con su aporte en este lacerante índice), con padecimientos de hambre y niveles de desnutrición, debieran ser tan siquiera el punto de partida para plantearnos a escala mundial una concienzuda revisión de la estructura productiva prevaleciente. Ante este cuadro, el mundo no puede seguir impávido y aquellos que hoy por hoy «tienen más» debieran pensar en opciones que en efecto les puedan proveer de la certeza que también sus propios hijos y los hijos de éstos habrán de disfrutar los bienes por ahora acumulados.
Cuando la naturaleza (el planeta) pasa la factura de nuestras acciones y omisiones en materia ambiental no distingue entre ricos y pobres, golpea igual, aunque regularmente las áreas de vulnerabilidad son aquellas en las que habitan los más desposeídos. Me parece hasta casi un insulto al más elemental sentido común que sabiendo lo que sabemos sobre las secuelas del modelo productivo hoy prevaleciente, simplemente pretendamos ignorar su terrible impacto. Me parece que se está asumiendo como en el ámbito del infinito la serie de golpes que le podemos dar a nuestro entorno sin que se presente el efecto derivado de tales acciones. Que la estructura productiva no sea más importante que el cambio climático.
Los inicios de este siglo XXI pueden ser el momento oportuno para emprender una serie de acciones que nos lleven hacia una convivencia verdaderamente armoniosa con nuestro entorno, pero tan importante como ello, que también nos ayude a reducir las brechas entre «pocos que lo tienen todo y los muchos que no tienen nada». Esa reflexión, ahora con la salvedad de caer en el ámbito de lo climático, debe extenderse, para el caso de Guatemala, a lo económico y lo político. En el sentido de no continuar con el actual estado de cosas y sus estructuras prevalecientes. La riqueza de este suelo nuestro debiera permitir que todos, todos los guatemaltecos pudiéramos vivir sin hambre, sin inseguridad, sin injusticias. Con igualdad de oportunidades para desarrollarnos plenamente. Así debiera ser, pero ni modo. Por ahora nos olvidaremos lo que cada quien es para cada cual y nos sumamos al tradicional Feliz Navidad.