La estrella de las ideas y los principios y los laureles de las batallas y la victoria


El lunes de la semana pasada, el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana y Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba, compañero Fidel Castro Ruz, dio a conocer su decisión de no aspirar ni aceptar ser reelecto al más alto cargo de dirección del Estado y seguir siendo el Comandante en Jefe de la Revolución.

Ricardo Rosales Román

Lo que se dijo u opinó respecto a lo que podrí­a suceder al instalarse la VII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en unos casos, fue resultado de meras conjeturas y, en otros, expresión de los deseos de quienes no acaban de entender lo que en realidad viene dándose en Cuba desde los históricos antecedentes de la guerra por la independencia, durante la lucha contra la intervención norteamericana, y a lo largo de la República mediatizada.

El Asalto al Cuartel Moncada y el desembarco del Granma, tiene que verse como la continuación necesaria e impostergable de la lucha armada iniciada el 10 de octubre de 1868 con el Grito de Yara y el alzamiento en La Demajagua, encabezado por Carlos Manuel de Céspedes, que marcó el inicio de la Guerra de los Diez Años y el comienzo del fin de la esclavitud en Cuba. En 1892, José Martí­ fundó el PRC, el Partido Revolucionario Cubano y, en 1895, junto a Antonio Maceo, Máximo Gómez y Calixto Garcí­a, dio inicio a la Segunda Guerra por la Independencia de Cuba.

La «proclamación» de Cuba como República el 20 de mayo de 1902 y su llamada «independencia», bajo la ocupación de la soldadesca estadounidense, fue la claudicación vergonzante que, mediante la Enmienda Platt, institucionalizó el derecho de EE.UU. a intervenir militarmente en Cuba y, en 1906, usurpar parte del territorio cubano e instalar en Guantánamo la base militar que desde entonces mantiene ilegí­timamente, y ahora convertida en cárcel y centro de torturas de los señalados por Washington como terroristas peligrosos.

De acuerdo a lo que sostiene el historiador Arnaldo Silva León, «en Cuba, los objetivos de liberación nacional y social estaban estrechamente unidos desde mucho antes del primero de enero de 1959. Socialismo e independencia nacional eran inseparables; así­ lo percibieron ya, desde las décadas de los 20 y los 30, hombres de la talla de Julio Antonio Mella, Rubén Martí­nez Villena y Antonio Guiteras. La Revolución Cubana ha comprobado esta tesis y corroborado que, sin socialismo, Cuba perderá su independencia nacional».

Las revoluciones triunfantes en el siglo pasado y en lo que va del presente, con sus caracterí­sticas y peculiaridades de cada paí­s, región o Continente, tienen su propio desencadenamiento y desarrollo, y les es común que se apoyan en organizaciones o movimientos que cuentan con una dirigencia unificada, firme y competente; llegan a contar y se ganan, al fragor de las batallas, el apoyo social y popular de las más amplias capas de la población y reúnen la fuerza suficiente para derribar el poder y su sistema imperante, instaurar uno nuevo, con lo más destacado de la dirección revolucionaria y su dirigente principal al frente.

Es el caso de Lenin, de Ho Chi Minh y de Fidel.

Son muchos y diversos los momentos en que el compañero Fidel ha puesto a prueba su estatura de dirigente revolucionario y estadista de nuevo tipo. Tengo muy presente uno de ellos.

Me recuerdo que en una entrevista que le concedí­ al Redactor en Jefe de Verdad, el órgano del Comité Central del PGT, y que se publicó en el número 302 correspondiente a los meses de febrero y marzo de 1987, me referí­ a algo que sucedió el 18 de diciembre de 1956, en la finca de Mongo Pérez, en Cinco Palmas, después de la batalla de Alegrí­a de Pí­o y que, según lo relata el historiador Pedro ílvarez Tabió, lo puedo resumir ahora de la manera siguiente:

El Comandante Fidel, con sólo ocho hombres y siete fusiles, pronunció aquella memorable frase que lo ha guiado a todo lo largo de su vida y de la lucha: «Â¡Ahora -exclamó con mucha seguridad y firme convicción revolucionaria- sí­ ganamos la guerra!»

En aquél entonces, le dije al compañero Manuel, que la experiencia del Granma, como lo apunta ílvarez Tabió, «confirma que en la marcha inexorable de los pueblos hacia la conquista de su emancipación, triunfan los que no se amilanan ante las dificultades, triunfan los que tienen confianza en sus propias fuerzas y en las fuerzas del pueblo, triunfan los que mantienen la decisión de luchar». El compañero Fidel es de ellos y el más grande de los revolucionarios de nuestra época.

Quizás sea por eso que, además del grado de Comandante en Jefe que le confieren la estrella y las ramas de laurel que porta en las charreteras de su guerrera de combate, tengan, para mí­, un significado más y es que la estrella blanca sobre el rombo rojo y negro del Movimiento 26 de Julio, es la estrella de las ideas y los principios, y las dos doradas ramas de laurel, las de las muchas batallas libradas y la gran victoria revolucionaria y socialista. Es, además, el emblema de lo que es el compañero Fidel: él es de los que saben de qué lado está el deber, como lo dijo Martí­.