No es infrecuente que por el vagabundeo ocioso y sin propósito a través de la red, de vez en cuando Internet nos sorprenda con algún artículo que pueda llamar nuestra atención.  Me encontré, por ejemplo el otro día, con una nota publicada por The Wall Street Journal, titulada (mutatis mutandis): «por qué las madres chinas son superiores».  Un texto cuyo propósito fundamental era mostrar las diferencias entre las formas de educación occidental y oriental en la que las madres juegan un papel importante en el proceso.
La columnista afirma que las diferencias entre las formas de educar en Occidente y Oriente son abismales.  En Oriente, por ejemplo, los padres son más exigentes, valoran la disciplina y no permiten demasiado ocio entre los pupilos.  Llevan un horario riguroso y los estudios ocupan un lugar primordial.  Al estudio se le consagra muchas horas de dedicación porque se quiere que el niño sea el mejor (no un mediocre con notas apenas suficientes).
Con ese propósito los padres le dedican mucho tiempo al niño.  Las madres prácticamente se consagran a los hijos y están pendientes de que su dedicación produzca fruto.  Si no sucede así, casi se convierte en una tragedia en la casa porque se espera que ese niño tenga éxito en su tarea.  Si tienen que hablar fuerte lo hacen, si se trata de reprochar no hay ahorro… Lejos de ellos está el problema de la autoestima.
En cambio en Occidente, dice la periodista, vivimos angustiados en el tema de la autoestima.  Nos preocupa eso de la «educación en libertad».  Y somos demasiados permisivos: los niños juegan demasiado, navegan por Internet como vagos y dedican mucho tiempo a las amistades y al deporte.  Así, los frutos no son visibles y el aprovechamiento es mínimo.  No aprenden los jóvenes la disciplina ni conocen la perseverancia ni el estoicismo que exigen las tareas cotidianas.Â
El periódico cita un estudio de 50 madres occidentales y 48 madres inmigrantes chinas, en el que el 70% de las madres occidentales expresaron que «el estrés para alcanzar el éxito académico no es bueno para los niños» y que «los padres necesitan fomentar la idea de que aprender es divertido».  En contraste, el 0% de las madres chinas sintieron lo mismo.  De hecho, la gran mayoría de ellas dijeron que creían que sus hijos podían ser «los mejores» estudiantes y que «los logros académicos reflejan el éxito de los padres».  Además, que si los niños no eran excelentes en la escuela entonces eran «un problema» y los padres «no estaban haciendo su trabajo». Â
Otros estudios indicaron que en comparación con los padres occidentales, los padres chinos gastaron aproximadamente 10 veces más tiempo a lo largo de las jornadas de esfuerzo académico con sus hijos en casa.  En contraste, los niños occidentales eran más proclives a participar en equipos de deporte.
Según la columnista, la diferencia entre una cultura y otra tiene que ver quizá (por el lado de la cultura china) a la influencia de Confucio.  í‰ste exigía en sus enseñanzas la piedad filial y el esfuerzo de los padres que tienen que sacrificarse por sus hijos. Por otro lado, los hijos tienen la obligación de retribuir a los padres el esfuerzo realizado y hacer que éstos se sientan orgullosos de aquéllos.
A partir de este artículo podríamos tal vez replantearnos nuestra pedagogía muy a lo «laissez faire», demasiado permisiva y bastante «light».  Quizá convenga ser más rigurosos.  Invertir más tiempo con los hijos y enseñarles también la disciplina, el esfuerzo y la perseverancia en los proyectos emprendidos.
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