Uno de los aspectos centrales en la formación humana es la relativa a los sentimientos y es quizá una de las cosas que menos importancia le damos. Dejamos que los niños crezcan y que ellos solos (casi por generación espontánea) vayan «a la buena de Dios» en el tema. ¿Por qué? Otra vez hay que decirlo, porque a nosotros tampoco se nos educó en el área.
Las consecuencias están a la vista: niños egoístas, urgidos por llamar la atención, caprichosos, tristes, inseguros e incapacitados para amar. Un niño con problemas de afecto está casi condenado a la miseria y a la infelicidad y de esto los padres casi no son conscientes. Viven muy ocupados en pagar la mensualidad del colegio, en revisar las calificaciones y en llevarlos a clase de natación, pero no ofrecen tiempo para ocuparse en un tema en el cual se juega la vida entera del pequeño.Â
¿Qué se requiere para tener éxito en una empresa que algunos llaman «educación del corazón»? En primer lugar, se necesita mucho amor a los hijos. Pero no un amor «platónico» y fantasioso, poco efectivo, sino un amor de verdad (afectivo). Para esto, es necesario dedicar tiempo a los hijos y expresarles concretamente los sentimientos. Un padre de familia no puede ahorrarse las palabras de afecto: te quiero, te amo, eres importante para mí, siempre te pienso, etc. ¿Suena muy cursi? Bueno, acostúmbrese a lo cursi y trate que no le salga «rosa» sino auténtico y verosímil.
¿Eso es de maricas? Evidentemente si uno es un salvaje y poco sensible, sí, pero en realidad no lo es. Además, no bastan las palabras (en eso creo que es más fácil que convengamos). Debemos pasar «del amor afectivo, al amor efectivo». No basta decir «te amo» cuando en realidad al regresar del trabajo se encierra el papá para navegar en Internet en su oficina.  Decir «te quiero» debería hacernos más accesibles a los jóvenes.
Otra forma de educarlos al amor consiste en darles el ejemplo. No podemos educar los sentimientos si se es un cavernícola pariente del Pitecántropo. El papá debe demostrar que él también ama, entonces abraza a su esposa, le dice te quiero y es detallista en el amor.  Además quiere a sus amigos, es agradecido y honra a sus padres (los visita y celebra los cumpleaños y aniversarios con ellos). La mamá también estima a sus amigas, comparte, venera a su familia y es atenta con los miembros de casa.
El niño, sólo teniendo la experiencia del amor, comprende la magia de los sentimientos.  Entonces, él también va a ser espontáneo en sus acciones, le dirá a su papá que lo ama, tendrá amigos auténticos y aprenderá a compartir sus juguetes. Si se le castiga, sabe que no es un tirano autoritario o un déspota el que impuso la pena, sino un padre amoroso que quiere su bien. Sabrá, asimismo, superar las abundantes frustraciones de la vida, tendrá confianza en sí mismo y seguirá adelante.
El niño amado es reconocido a leguas, se le nota en su rostro, en la alegría constante, en su espontaneidad y en su constante sentimiento de gratitud. Un niño querido y aceptado pide las cosas con amabilidad y aprende a respetar a sus semejantes. Sabe que la vida no es fácil, pero se torna más llevadera cuando se ama y se comparte con los más cercanos.
Menuda tarea, ¿no? Cierto, es complicada, pero si se hace como se debe, poco a poco y diariamente, lejos de producir un monstruo, obtendrá a una persona con capacidad para la felicidad. Una auténtica bendición para él y los que tengan suerte de estar cerca.