Los fines de semana se insultan en sus visitas a los departamentos, se burlan, se acusan, se señalan, pocos días después juegan al fútbol, comparten los aplausos, las patadas, los pitazos, dos días más tarde los dedos vuelven a señalar al verde, al naranja, al azul y un día más tarde abrazados oran, rezan y prometen velar por la «moral» de un país que se cae a pedazos, una Guatemala que se remienda con su propaganda, que espera el mitin del domingo para ir a pasear a otra comunidad, aunque sea empalanganados, para comerse el panito de cortesía o para que le den una pelota o una gorra.
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Se comen entre ellos mismos y también al que se le pone enfrente, se aporrean el pecho y alzan su voz contra el aborto, cuando talvez, más de alguno de ellos tenga un hijo olvidado por ahí. Reniegan de la homosexualidad con citas bíblicas, pero qué bien que les caería el voto de la comunidad gay del país.
Hablan sin pensar, sin darse cuenta que cientos de mujeres mueren durante el embarazo, que a muchas se les viola, que no se da educación sexual, que el machismo muchas veces reniega de un condón, condenan el aborto, pero no están en capacidad de dar mejores condiciones de educación, de salud y seguridad, porque, aunque lo ofrezcan ahora, al llegar al poder les vale madre todo, y sólo se dedican a enriquecerse.
Es fácil darse baños de pureza con las cámaras enfrente, olvidarse de todo lo vivido y condenar a quienes tan sólo viven o sobreviven en lo que va quedando de patria. Porque no son honestos y se aceptan como humanos, que han sido bolos, como dijo Asturias, en Guate sólo así?., que han metido la pata como padres, como hombres, como empleados o funcionarios, porque no se aceptan y ofrecen enmendarse, si son tan bíblicos para señalar a otros, por qué no empiezan por dejar de mentir.
Yo, conforme pasan los días, me decepciono más de todo esto, quede quien quede, todos y todas, para ser inclusiva, son iguales.