El concepto de salario mínimo tiene mucho que ver con la dimensión de justicia que tan claramente se definió desde finales del siglo diecinueve en la que se conoce como doctrina social de la Iglesia Católica delineada en la Encíclica Rerum Novarum del papa León XIII. Las nuevas corrientes mercantilistas que repudian la solidaridad le han dado vida a un concepto diferente basado en la productividad, pretexto que los sectores poderosos usan para torpedear cualquier propuesta que tenga que ver con un salario que sirva para permitir al menos satisfacer las necesidades básicas, no digamos para llevar una vida digna.
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Son muchas las familias que al fin de mes ven que los ingresos se quedaron cortos para cubrir lo esencial, es decir, la alimentación, y eso significa que tienen que sacrificarse en lo básico. Al trabajador que le faltaron cien pesos para cubrir el presupuesto de comida le duele en el alma su condición y ese final de mes es un martirio difícil de entender para los que tienen para cubrir sus gastos y aún disponen de recursos para ahorrar. Lo que para un empresario puede ser la angustia de un fin de mes en el que falta dinero para cubrir la planilla o faltan recursos para pagar las cuentas, para un trabajador asalariado es ese fin de mes sin dinero para pagar la cuenta de la tienda en la que le dieron fiado a la esposa.
Sin humanizar el concepto y entenderlo desde la dimensión práctica se cae muy fácilmente en la tentación de buscar subterfugios para definir conceptos que únicamente pretenden evitar el acuerdo entre las comisiones paritarias. Tenemos un estimado de lo que significa la canasta básica y otro estimado del mínimum vital, factores que debieran ser decisivos cuando se analiza el tema de la fijación de un salario mínimo, pero lamentablemente salen sobrando porque el debate se canaliza por otros senderos.
Cuando uno habla con empresarios, prácticamente todos declaran que hace tiempo que superaron el salario mínimo y que pagan más a su personal. Si así fuera, no debiera existir tanta resistencia cuando anualmente se tiene que discutir el monto de lo menos que debiera devengar un trabajador no calificado por la prestación de sus servicios y por estar de manera permanente a las órdenes del empleador. El salario mínimo no puede estar divorciado del costo de la canasta básica y, en realidad, debiera estar ligado al mínimum vital que se determina estadísticamente como lo que requiere una familia para cubrir todas sus necesidades elementales de comida, vivienda, ropa, salud y transporte. No digamos que el sueño de cualquier trabajador es, ha sido y será, poder ahorrar para mejorar su nivel de vida y ofrecerle a sus hijos mejores condiciones que las vividas por él mismo.
Yo me resisto a aceptar que la justicia social está en desuso y que en vez de salario justo se hable de salario por una productividad que no se puede medir fácilmente para establecer el salario. El concepto salió de alguna manga para torpedear la negociación porque perfectamente saben que no es un criterio adecuado para fijar el mínimo salarial que en todos los países del mundo no sólo existe, sino que se fija para que haya garantía de que el empleo permite cubrir al menos necesidades básicas.
Al final resulta que el Gobierno decide la fijación del salario en una operación que siempre le hace quedar mal con Dios y con el diablo, porque no se basa en criterios medibles y certeros. El ajuste de inflación, que se traduce en las variaciones de precio en la canasta básica y el mínimo vital de una familia, tendría que ser, por lo menos, el parámetro para fijar salarios. Los empresarios presupuestamos otros costos con base en la inflación y no hay razón para no hacerlo también con el costo de la mano de obra.