La diferencia en prevención de desastres


Oscar-Clemente-Marroquin

En Guatemala, cada vez que cae una lluvia fuerte sabemos que los mismos lugares y los mismos pobladores van a sufrir las consecuencias porque nunca se hace ningún esfuerzo por mitigar el efecto de los desastres naturales. En Estados Unidos uno de los casos más escandalosos de falta de previsión y de obras ineficientes fue posiblemente el de los muros de contención construidos para proteger a la ciudad de Nueva Orleans, que se encuentra bajo el nivel del mar, de eventuales crecidas de caudal provocadas por tormentas cada vez más frecuentes por todo el problema del cambio climático.

Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt


Después del huracán Katrina, hace siete años, se emprendió un intenso trabajo para construir un nuevo sistema de presas para contener el agua y con una inversión de varios miles de millones de dólares se trató de salvar una ciudad que, en esos días, parecía condenada a desaparecer. Ingenieros militares cambiaron el diseño de los muros que habían cedido ante la anterior tormenta y emprendieron la construcción.
 
 Isaac llegó a los cayos de la Florida como una depresión tropical con mucha lluvia y fue ganando fuerza e intensidad en su recorrido hacia el norte del Golfo de México. Toda la costa de esa península fue azotada por intensas y prolongadas lluvias que fueron el gran problema, mucho más que los vientos huracanados que poco o ningún daño causaron. Ya antes se había visto que en Cuba los sistemas de prevención volvieron a funcionar a la perfección, ratificando que esa isla tan expuesta a tormentas es un ejemplo de cómo se debe funcionar para mitigar desastres y para salvar vidas.
 
 Nueva Orleans fue nuevamente el blanco de otra tormenta que se estancó sobre la región soltando enormes cantidades de agua y aumentando el oleaje mucho más allá de las variaciones propias de las mareas. Pero esta vez las represas funcionaron a la perfección y pese a que algunos expertos consideran que Isaac fue en términos generales tanto o más dañino que Katrina, la ciudad no sufrió como la vez pasada.
 
 Si hubiera sido en Guatemala las obras de reconstrucción hubieran sido como todas las que se hacen, es decir, fuente de negocio y trinquete y a estas alturas estaríamos lamentando que a pesar de haber gastado tanto, de nada sirvieron los trabajos porque también se los llevó el agua. Yo no creo que en Estados Unidos no exista la corrupción, pero sí estoy absolutamente seguro de que no llega a los niveles de descaro que hay aquí, porque funciona un sistema de rendición de cuentas que no permite la impunidad característica de nuestros negocios públicos.
 
 Aquí cualquiera usa materiales de mala calidad y ni los funcionarios que firmaron el contrato ni los constructores que ejecutaron la obra tienen nunca que rendir cuentas. Simplemente admiten y notifican que lo hecho “se cayó” y parte sin novedad. Por eso es que el sobreprecio y el uso de materiales de mala calidad es algo que caracteriza la gestión pública en Guatemala y por ello es que ni los políticos ni los empresarios quieren que se aprueben leyes contra el enriquecimiento ilícito porque se acabaría ese juego tan lucrativo en el que ambos sectores se reparten el pisto de la gente.
 
 Cuando uno ve la forma en que los ciudadanos en Estados Unidos participan en su función fiscalizadora desde el mismo nivel local, con los concejos municipales o de ciudad, entiende que es mucho más difícil la corrupción porque sí que se tienen que preocupar por la transparencia. Un negocio manejado a escondidas de la gente y manoseando normas legales recibe una retopada de opinión pública que no permite la impunidad porque se exige el castigo a los ladrones. Aquí, en cambio, se les dan las gracias por ayudarnos a “modernizar el país”.