La dicha de un nieto


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Cuando murió mi abuelo, Oscar Marroquín Rojas, yo ya tenía la gran dicha, oportunidad y responsabilidad de trabajar aquí en La Hora, pero no tenía mi columna semanal, de tal manera que mi dolor, llanto, orgullo y satisfacción por lo que pude vivir con él, en especial en mi infancia y años de adolescencia, me lo guardé siempre para mí, mi esposa, mi familia y en especial mis padres con quienes últimamente hemos recordado mucho al abuelo.

Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt


Siento todos los días el orgullo de ser Marroquín Pérez, de los Marroquín de La Hora, y mi mayor responsabilidad y legado será que a mis hijos y nietos le puedan decir las mismas cosas positivas que a mí me dicen de La Hora, las que me causan el máximo orgullo y que en gran parte se deben a la labor de mi abuelo. Claro que tenemos, como todo en la vida, virtudes, fortalezas, defectos y debilidades que mejorar, pero gracias a Dios la gente reconoce que nos entregamos a la causa de un mejor país sin defender intereses particulares más que los de Guatemala y su gente.

Por algunas circunstancias de la vida no pude seguir haciendo con mi abuelo muchas de las cosas que hoy más atesoro. Cada llegada a La Hora subir a platicar con él, las idas a la Antigua con mi hermano Juan oyendo marimba; compartir en casa de mis padres infinidad de almuerzos los sábados, cuando platicábamos de historia y de sus experiencias para luego hacer nuestro maletín e irnos a dormir a su casa, religiosamente durante muchos años, sin olvidar los domingos que aceptaba irse a Amatitlán con nosotros.

Me quedan sus lecciones y la forma especial en que fue con nosotros y encuentro en mi papá a la persona que se dedica a quererme y seguirme formando, basado en sus conocimientos, convicciones  y en muchas de las enseñanzas que él tuvo con mi abuelo y eso me llena en la vida. Cuando se fue mi abuelo lamenté no haberle recordado lo que fue para mí.

 Y así llego a Carlos Pérez Avendaño, mi abuelo materno, a quien ahora cariñosamente llamo el Chali, con quien por diversas razones de la vida, tuve y tengo la oportunidad de compartir más durante mis años más maduros.  Con defectos como todo ser humano, pero con virtudes especiales que nos han permitido forjar una relación de amigos más que de abuelo nieto.

Gracias a la inversión que mi abuelo, médico de profesión, hizo en Amatitlán pudimos compartir todos los domingos y muchos fines de semanas completos jugando futbol, tenis, beisbol y nadando, forjando una relación especial.

Gracias a Dios el Chali ha tenido una vida laureada, misma que ha sido arropada por el calor de la gente y sus pacientes. Ahora que ha tenido que pasar por algunos pequeños procedimientos médicos, pocas cosas me causan tanto orgullo como el que siento al ver que muchos de los médicos que fueron sus alumnos le cuidan y agradecen la forma tan dedicada en que enseñó y transmitió todo lo que sabía.

Pero mi intención Chali, es decirle que he sido, como todos mis hermanos, orgulloso portador del apellido, dichoso de tenerlo, de contar con su cariño, con sus palabras de aliento y que todo lo que hemos vivido lo llevo tatuado en mi corazón; que el día que Dios decida que quiere mejor compañía allá arriba, dejará un vacío insustituible en la vida de muchas personas, en especial nosotros los Marroquín Pérez, y que la forma en que usted ha luchado por ser lo que es hoy, así como en contra de las adversidades de la vida, siempre basado en la honestidad y los principios, es algo que atesoro y valoro siempre.

Si mis hijos no tienen la dicha de compartir con usted tanto como lo han hecho mis sobrinos, me aseguraré de contarles lo excepcional que usted fue en la vida de mucha gente, en especial de mi familia, en la que ha jugado de abuelo, padre, hermano, pero sobre todo amigo, resaltando siempre que la Lila, su mujer y mi abuela, ha sido determinante en su vida y la nuestra. Lo quiero mucho.