Para muchos guatemaltecos la raíz de todo nuestros males radica en la desmedida ambición de la clase política, sin hacer distinciones de ninguna clase, y de esa cuenta les atribuimos a los compatriotas que se dedican a esa actividad la responsabilidad de todas las desgracias que ocurren en el país, desde la desnutrición infantil hasta el encarecimiento del coste de la vida, pasando por el pésimo sistema de transporte colectivo, el incremento de la violencia criminal y hasta los fracasos de las selecciones de fútbol en los certámenes regionales e internacionales en que compiten.
Y eso sin mencionar a los políticos devenidos en burócratas de altos vuelos o en diputados al Congreso de la República, especialmente porque se les señala de ser los culpables de los altos grados de corrupción generalizada, sin caer en cuenta que para que se realicen negocios ilícitos a la sombra del Estado en cualquiera de sus manifestaciones, es imprescindible que existan corruptos y corruptores. Se da por sobreentendido que la corrupción se genera espontáneamente, que crece como hierba en el campo sin necesidad de cultivarla.
Pero, para utilizar una frase reiterativa, la corrupción es un camino de dos vías, que es la conjunción de dos corrientes en las que participan el empleado o funcionario público y el empresario o aspirante a hombre de negocios que en el afán de obtener ingresos ilícitos o de enriquecerse por la vía más expedita no vacilan en superar cualquier obstáculo moral o legal, ajenos a mínimos escrúpulos.
Mientras tanto los burócratas de los más altos escalafones del Organismo Ejecutivo, conjuntamente con legisladores de indistintas bancadas, se mantienen en pugna para lograr controlar el gasto público, y siempre lamentándose que los ingresos no son suficientes para satisfacer las ingentes necesidades de la población en los rubros más notorios, como son la salud, la educación, la seguridad y la justicia, para mencionar algunos renglones.
Pero sucede que hay empresarios mucho más ingeniosos, o, para ser menos ambiguos, tienen más mañas que cajero automático, para lograr que sus patrimonios se eleven extraordinariamente sin tener que dar cuentas al fisco de sus ingresos, es decir, ejecutan operaciones de evasión tributaria sin que aparentemente tengan que compartir sus ganancias con políticos o funcionarios, aunque es muy difícil que alcancen sus objetivos sin contar con la complicidad de esta clase de individuos, y sin tener qué rifarse el físico, como suele decirse popularmente, o sea que son delincuentes de cuello blanco..
De esa cuenta, la Superintendencia de Administración Tributaria acaba de anunciar que está tras la pista de más de cien empresas que durante los años recientes han defraudado al erario con la evasión de impuestos por la nada despreciable suma de no menor de 2 mil millones de quetzales, mediante la utilización de diversos métodos, como doble facturación, falsificación de formularios y de embarques y declaraciones aduaneras, además de aplicar doble contabilidad.
Algunos de estos supuestos empresarios son tan pícaros que, en Alta Verapaz, para citar un ejemplo, los sindicados de defraudar al fisco crearon empresas fantasmas cuyos supuestos propietarios son unos ingenuos o desaprensivos albañiles, que presuntamente proveían de cardamomo a los evasores de impuestos, que hasta el momento se les acumulan más de Q22 millones de ganancias ilegales.
Son casos de desmedida codicia de reales o supuestos empresarios que afectan al Estado y consiguientemente a honestos contribuyentes y a las clases más necesitadas.
(Un difunto tío de Romualdo Tishudo, prófugo evasor fiscal en vida, le pidió a su mujer que cuando muriera lo enterrara con todas sus riquezas. La viuda le puso un cheque en una de las bolsas de su traje).