No es extraño que en Guatemala tengamos una entidad pública que no sirve para nada porque es norma de general observancia que nuestro Estado está para el tigre y que casi nada funciona con eficiencia y, menos aún, con honesta probidad. Pero hay áreas de la administración en las que la ineficiencia se traduce en pérdida de vidas humanas y por ello es que siempre ha sido tan preocupante el tema de los negocios en salud pública con la compra de las medicinas porque se trata de robos en los que afectan la vida de muchas personas.
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Pero las alteraciones climáticas, que muchos consideran como los primeros efectos del calentamiento global, han puesto de manifiesto la inutilidad de otra institución también con características dramáticas. Se trata de la Coordinadora Nacional para la Prevención de Desastres, Conred, cuya inutilidad salta a la vista con la simple lectura cotidiana de la prensa porque abundan los reportes de tragedias provocadas por la lluvia que si bien ha sido superior a lo normal, tampoco ha alcanzado las dimensiones de los coletazos de huracán que hemos sufrido en años recientes.
La vulnerabilidad del país es tremenda, sobre todo, por las condiciones lamentables de pobreza que hay en Guatemala. Si hacemos un inventario de las áreas más afectadas y de la condición social de quienes han muerto ya como consecuencia de los aguaceros, tenemos que ver que hay una íntima relación entre el tema de la pobreza y la vulnerabilidad frente a los desastres naturales. Y eso lo entiende cualquiera, menos quienes tienen a su cargo la conducción de las entidades encargadas de prevenir las tragedias tanto a nivel local como en el nivel nacional.
Lejos están aquellos tiempos en los que se podía mostrar una eficiente capacidad de respuesta frente a tragedias de gran magnitud y totalmente impredecibles, como el terremoto del 76, en el que la reacción de las entidades que luego terminaron siendo parte del Comité Nacional de Emergencia, primero, y de Reconstrucción más tarde, dieron la cara para evitar las complicaciones posteriores que todos los expertos daban como ciertas por lo que habían visto en situaciones similares en países como Nicaragua y aun en México. En Guatemala se perdió mística, que junto al liderazgo nacional que afloró en esos días, cuando se supo atender a la población y esas reacciones prontas y eficaces salvaron muchas vidas.
Hoy en día una de las grandes angustias que tenemos que tener es lo que ocurriría en el país a la hora de una catástrofe con todas las instituciones fallidas, empezando por el mismo Ejército. A diferencia de lo que se veía en 1976, hoy en día no se nota que entre los servidores públicos haya la mística que hizo reaccionar de manera tan inmediata a jefes y empleados para anteponer su responsabilidad pública a sus deberes familiares. Y los adelantos técnicos que debieran servir para mejorar la información de la gente, para prevenir en mejor forma todo tipo de desastres y mitigar sus consecuencias, lamentablemente en el caso de nuestro país se desperdician por falta de una entidad que asuma su papel con verdadera responsabilidad.
Creo que es un tema en el que hay que reparar urgentemente, porque si los aguaceros de estos días han desnudado la vulnerabilidad extraordinaria del país, causa espanto pensar siquiera en lo que podría significar una situación más grave, como podría ser una tormenta de gran envergadura y, no digamos, un terremoto.