La «desconstrucción» del Estado chapí­n


Algunas personas me han preguntado: ¿Por qué tengo tanta animadversión a cierto «actorazo» rubio de la polí­tica chapina? Les contesto con una cita del libro Latinoamericanos buscando lugar en este siglo, (Piidos, 2002: 51-52) de Néstor Garcí­a Canclini: «Â¿Cuál es la propiedad más valiosa en todo el mundo para poseer en la era de la información? Jeremey Rifkin contesta que las radiofrecuencias -el espectro electromagnético-, por las que transcurren una cantidad cada vez mayor de comunicaciones humanas y actividad comercial en la era de las comunicaciones inalámbricas. Nuestros ordenadores personales, agendas electrónicas, Internet sin cables, teléfonos móviles, localizadores, radios y televisiones, todos dependen de las radiofrecuencias del espectro para enviar y recibir mensajes, fotografí­as, audio, datos». Rifkin, Diario El Paí­s, 5 de mayo de 2001: La venta del siglo, citado por Garcí­a Canclini.

Ramiro Mac Donald
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Por eso merece no sólo mi animadversión total, sino encono, tirria, antipatí­a… y todos los adjetivos que se le parezcan. Y no únicamente porque «hizo quebrar» la empresa que mi padre nos habí­a heredado y que la mantuvimos medio siglo como un órgano independiente del periodismo radiofónico. NO. También está esa otra causa: porque nos opusimos abiertamente en contra de la venta de los activos del Estado y nos ahogaron económicamente. Y tuvimos que cederle hasta la llave de aquella casona en la 12 calle «A», de la zona 1.

La lucha fue contra esa «desconstrucción» que hizo del Estado chapí­n, frase que también tomo de Garcí­a Canclini, para explicar correctamente ese enfoque al que nos opusimos, de todo corazón, porque casi destruye nuestro minúsculo Estado. Esa privatización amañada, formaba parte de toda una corriente ideológica que permitió la transnacionalización de toda la industria cultural en América Latina, de la que este pedacito de tierra era otro objetivo nada más, en esa escalada neoliberal que se apoderó casi del mundo entero.

Recordemos que antes, Guatemala estaba dirigida por los «genios» de las dictaduras militares: ellos decidí­an qué libros se tení­a derecho a leer; qué pelí­cula o qué programa de TV se veí­a, hasta qué canciones «sonaban» en las radios. Y por supuesto, de qué podí­an hablar los periodistas. Hoy, es el autoritarismo del mercado, basado en los esquemas y patrones de un dictador más fuerte: la ley del consumo. Porque hoy, todos somos consumidores. Hemos dejado de ser ciudadanos, a lo que deberí­amos aspirar ser, algún dí­a no lejano. Hoy, ese es el verdadero «patrón», no los jornaleros rubios del gran capital.

Pero en aquél entonces, a finales del siglo XX, ese personaje tan nefasto fue la cara visible del neoliberalismo guatemalteco. í‰l y sus secuaces, fueron los que «regalaron» la telefónica nacional, los que hicieron a su sabor y antojo la Ley de Radiocomunicaciones, una verdadera vergí¼enza nacional, considerada la peor del mundo, pues subasta al mejor postor ese invaluable espectro electromagnético, referido por Rifkin. Ellos fueron los responsables, los neoliberales, de traspasar a los intereses transnacionales nuestras empresas estatales de electricidad y quienes estuvieron a punto de privatizar hasta las cárceles nacionales.

Esos personajes que se hicieron millonarios con suculentas comisiones obtenidas al estar cerca de aquel personaje nefasto, declarado enemigo de los medios de comunicación independientes, dos veces condenado por violador de los derechos humanos por un digno Procurador, que curiosamente resultó muerto en un accidente de tránsito hace poco más de un año, en condiciones misteriosas, similares a las del diputado Héctor Klee Orellana, en 1999. Algunas hienas pululan cerca del referido comediante de oropel y se beneficiarí­an, nuevamente, de llegar este ignorante a la presidencia de la república. Y digo ignorante, porque la Constitución dice claramente que no puede aspirar legalmente a ser candidato a la presidencia. Y porque, además, si casi desconstruye el Estado chapí­n, en aquél entonces, ¿Qué no harí­an ahora… con más maña?