A buena parte de los políticos del continente americano como que se les olvidó una premisa fundamental: la política es una causa social con una altísima vocación de servicio y no un negocio. La realidad demuestra que en América Latina la clase política trabaja la mayor parte del tiempo fraguando cómo obtener el poder y cómo conservarlo, las negociaciones intra y extra partido ocupan gran parte de su agenda, por lo que su nivel básico de incidencia se traduce en escasa operatividad y escasa capacidad de respuesta ante la ciudadanía que demanda calidad de vida. Este divorcio de la realidad del político y la sociedad ha coadyuvado en la generación de las crisis de gobernabilidad manifiestas en el continente americano.
A lo largo de su historia, América Latina ha experimentado tremendos cambios desde la década de los ochentas: «transiciones» de gobiernos militares a políticos civiles electos, posteriormente el surgimiento de los «nuevos movimientos sociales», los llamados movimientos de identidad. En los noventas: los movimientos de masas campesinas, desempleados, ecologistas e indígenas y en los primeros años del presente milenio el aparecimiento de algunos regímenes de «centro izquierda».
Al analizar las dos últimas décadas en América Latina y su modelo democrático, impuesto por las circunstancias políticas extra hemisferio y precipitadas por la finalización de la Guerra Fría, a primera vista podríamos constatar que la democracia «funcional» no ha resuelto en casi nada o nada el nivel de vida: redistribución de la renta, promoción del desarrollo y no solamente crecimiento económico, problemas estructurales tales como el de la vivienda, empleo, salud, educación y seguridad, solamente por citar algunos. La realidad es que la diferencia entre el 10% más rico y el 50% más pobre se ha ensanchado.
Pero el análisis no cabe solamente desde la óptica económico-social. Desde el análisis político cabe preguntarse: ¿Ha fracasado la democracia en América Latina? La respuesta inmediata es NO. A mi entender ha fracasado el modelo, lo que ha generado crisis de gobernabilidad generalizada, reflejada en una crisis de identidad o marasmo político y que por supuesto proviene de lo interno de los propios partidos políticos latinoamericanos. ¿Cómo se pretende una sociedad democrática si los propios partidos políticos no la practican? Esta inoperancia o miopía social se traslada al propio campo de influencia (acción) lo que a su vez se refleja en apatía, indiferencia y desprecio entre otros por parte de la ciudadanía a la clase política.
Tal parece que nos hemos atrevido en América Latina a desafiar las leyes de la lógica política, en lo que parece ser el continente de las cosas invertidas: ex presidentes alcaldes, ex alcaldes ? presidentes, ex presidentes ? presidentes, familiares de ex presidentes ? intentando la presidencia, ante lo que caben las siguientes interrogantes: y ¿Qué hubo del relevo generacional y de la nueva dirigencia política? ¿Y los cambios sociales? ¿La modernización y el desarrollo?