A veces la democracia es una desgracia. Justo ahora confirmo la sospecha cuando no ha ganado cualquier otro candidato en Nicaragua, sino Daniel Ortega. Cuando los nicas han llevado al poder a alguien que tanto ha hecho daño, no sólo como Presidente, sino como político de oposición. Es algo horroroso, me parece, pero así lo han decidido los nicas. No le veo ninguna explicación racional.
Digo que no hay explicación racional porque me parece que ha sido más bien producto de una enfermedad que padecen los pueblos, ese misterioso mal, ese virus maldito responsable de tragedias que hipotecan el futuro de las naciones llamado «olvido». Ahora explico.
Recientemente hablé con el Párroco de Batahola en Managua, el padre Guillermo Martínez, amigo mío de años. Lo conocí cuando apenas él era seminarista (prefecto del seminario menor de Managua en tiempos de Monseñor Mondragón) y yo era apenas un mocoso de 14 años, aspirante a servir a Dios como cura (imagínese usted semejante cosa). Eran esos años difíciles de 1982 y 1983. Daniel Ortega atacaba a la Iglesia sin piedad, organizaba con curas «revolucionarios» la Iglesia popular, creaba las «turbas divinas», planificaba actos contra los curas ?como el que le hicieron a Monseñor Carballo cuando lo expusieron frente a las cámaras de televisión desnudo sorprendido «dizque en un acto de fornicación?, miraba como enemigo a Monseñor Obando y no dejaba salir libremente a los nicas del país. Todo era un despelote. Los fieles cristianos sabían que el demonio había decidido venir a este mundo y lo hizo encarnándose en Daniel Ortega y sus compinches (incluido Tomás Borges, particularmente).
En aquel tiempo el padre Martínez y todos los del seminario, la Iglesia y cualquier humilde campesino tenían claro que Daniel Ortega era nefasto. Había piñateado, mandado a los jóvenes a una guerra absurda ?con el Servicio Militar Obligatorio?, pero sobre todo había empobrecido a Nicaragua y despedazado como cualquiera de las peores plagas al país (los nicas decían que el terremoto y la dinastía Somoza eran cualquier cosa comparada con los sandinistas). En ese entonces, media Nicaragua empezó a salir del país. Es frecuente que los nicas, por ejemplo, por la situación de esos años, tengan familiares por todas partes: Estados Unidos, Canadá, Australia, Costa Rica, Honduras, El Salvador, Guatemala. Los nicas se convirtieron en peregrinos obligados, desterrados y arrancados de raíz por la frustrada «revolución sandinista» (que ahora debe llamarse más «Danielista» porque hasta el poeta Ernesto Cardenal ha dicho que lo de Ortega ya no es una auténtica revolución).
Cuando ganó doña Violeta (la viuda del famoso periodista Pedro Joaquín Chamorro), los nicaragí¼enses tenían claro que Daniel era lo peor que le había ocurrido al país. Que esa pesadilla había terminado y que ya se había tocado fondo (de ahora en adelante, se decía, nada peor nos puede ocurrir). Pero los nicas se equivocaron porque no sólo llevaron al poder al no menos abominable Arnoldo Alemán, sino que ahora repiten otro error al elegir de nuevo para Presidente a Daniel Ortega.
Juzgue usted si esto no es olvido. El padre Martínez me dijo el domingo: «espero no decepcionarte, pero voté por Daniel, creo que es lo mejor para el país hoy. La gente está cansada de la oligarquía y creo que Daniel está arrepentido de su mal gobierno. Creo que está vez lo hará mejor». A esto yo le llamo tener fe. Bienaventurados los humildes, ingenuos, bien pensados y sencillos, muy pronto si no verán a Dios verán al mismo Diablo.