A pocas horas de la convocatoria a elecciones generales, los guatemaltecos tenemos que empezar ya a revisar cuál es la oferta electoral que nos hacen los distintos partidos que han postulado binomios y que se preparan para formalizar las campañas que, de una u otra manera, han venido realizando a pesar de las prohibiciones de ley. Desde ahora hasta septiembre, todo el ambiente estará marcado de manera definitiva por la contienda y los ciudadanos nos iremos involucrando cada vez con mayor ímpetu en el tema político, tanto si nos interesa la cuestión como si somos parte del enorme contingente de ciudadanos que asignan poca relevancia a lo que pase con las elecciones.
Somos de la opinión que la tónica de la campaña no debiera ser marcada por los partidos políticos y que, en ese sentido, lo que debiera ser decisivo, más que la oferta, es la demanda. En otras palabras, son los electores los llamados a establecer la agenda para las próximas elecciones y no debemos permitir que los candidatos se centren en sus mensajes vacíos y generalmente mentirosos, para exigir que se nos respete como ciudadanos con una propuesta lógica y congruente.
Si cada pueblo tiene al final de cuentas el gobierno que se merece, también hay que admitir que cada pueblo tiene los candidatos que se merece. En otras palabras, si los políticos mienten y engañan es porque saben que los electores están ávidos de conocer esa propuesta mentirosa y fatua. Si el elector es exigente y no se deja engañar ni compra la oferta electoral basada en términos de pura propaganda, el candidato tendería a hacer una propuesta menos superficial y se preocuparía por exponer planteamientos de mayor seriedad.
Lo que significa que la calidad del político es congruente con la calidad y exigencia del electorado. Si los votantes son quisquillosos y demandan de sus dirigentes un alto nivel de compromiso antes de emitir su voto, el político no tendría otro remedio que el de abandonar la demagogia para centrarse en una propuesta seria para ganar las elecciones. En sentido contrario, si el elector actúa también irresponsablemente y se deja llevar por las canciones, por el reparto de gorras y camisetas, además de otras formas de satisfacer al clientelismo político, torpe sería el candidato que quisiera ganar la elección con verdadera propuesta que al fin de cuentas ni siquiera es evaluada por el votante.
Somos muy dados a culpar al político por sus mentiras y a decir que alrededor de todas las campañas priva la falsedad y el engaño, pero pocas veces reconocemos que es el gusto del elector el que marca la tónica de una campaña. En ese sentido, nos corresponde a los ciudadanos adoptar un papel más exigente, más severo para criticar la propuesta y que obligue a los candidatos a dejar atrás las engañosas prácticas que marcan nuestra tradición.