En el fin de año -coincidentemente con la aprobación del Presupuesto General- surgen diversas protestas que amenazan (o, de hecho, lo hacen) con bloquear carreteras, aduanas y hasta aeropuertos, con el objetivo de ser «escuchados» en sus exigencias que generalmente tienden a pedir pisto para sí mismos (es decir, para que se les aumente el salario) o para programas que les benefician.
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Maestros, sindicatos de Salud, adultos mayores, transportistas, agroforestales y decenas de profesiones más, ejercen su legítimo derecho de asegurarse un futuro mejor, sobre todo el futuro inmediato, el que se ve ahí nomás, en la punta de la nariz, o diez centímetros más lejos, y pedir un aumento.
Todos liderados por ilustres personajes que, si no es por estas exigencias, no se pronuncian por otros temas de interés, por ejemplo, para mostrar la postura de su gremio, verbigracia, ante la violencia, la corrupción, el cambio climático, entre otros temas, en los cuales sería interesante conocer sus posturas. Sin embargo, no se da, y solamente se les conoce porque, malencarados, logran movilizar algunos cientos de sus agremiados -a veces son miles- para presionar en marchas, que generalmente culminan en el Congreso de la República.
Usted ya sabe quiénes son: líderes a quienes se les discute si, en realidad, son positivos o negativos, dependiendo del cristal con que se mire.
Con índices tan groseros en el país (corrupción al más alto nivel, impunidad casi al 100 por ciento, violencia epidémica), que nos acercan a (o más bien nos califican como) un Estado fallido, me pregunto dónde están esos líderes revoltosos, o cualquier otro tipo de líder, que mueva a las masas para empezar a arrancar de raíz el mal del corazón de Guatemala.
Sin ánimos de ofrecer una clasificación exhaustiva, propongo una nomenclatura de los liderazgos actuales del país: a) el revoltoso, como el que ya les hablaba, que logra convencer a algunos cuantos, pero que también despierta pasiones en contra, por ser malencarados, además de que sus exigencias no son justas, o, al menos, no acordes a la realidad del país.
b) el chillón, como el que pasa años pidiendo un espacio de poder, quizá participando en tres elecciones presidenciales continuas, para que, cuando por fin accede al lugar que quería, insiste en culpar a sus antecesores.
c) el necio, el que insiste en conservar el espacio de poder, como algunos sindicalistas, diputados y directores del Instituto de la Defensa Pública Penal, que creen que sin ellos la cosa no camina, y por ello se sienten imprescindibles, aunque, más bien, saben que todo iría mejor sin ellos, pero prefieren por optar en mantenerse por su propio bien, y no el bien común.
d) y el líder muerto, y es que, obviamente, en un país tan injusto, era necesario que los verdaderos líderes fueran asesinados, como Oliverio Castañeda de León. La guerra se encargó precisamente de esto, por lo que actualmente, estamos con una carencia grave de liderazgos como éstos. Quizá haya personas que estén comprometidas con causas nobles, pero no tienen el carisma ni las habilidades sociales necesarias para mover masas.
Supongo que esta decadencia de liderazgo que tenemos actualmente es un producto de posguerra. Nuestros actuales «líderes», si es que podemos llamarlos así, se formaron en un ambiente conflictivo. Espero que una nueva generación se esté formando y no tarde en tomar tareas en el poder. En Guatemala, casi es forzoso que para ser reconocido como líder se haya cumplido 40 años de vida (por aquello de las características para optar a la Presidencia), por lo que aún faltan algunos años para que otros líderes, más jóvenes, desplacen a los que actualmente tenemos.