En la antigí¼edad, las civilizaciones orientales realizaban ceremonias en las que la danza era un ritual dedicado a los dioses, en especial a «Guan Yin», diosa de la compasión y la misericordia a quien imploraban por medio del baile, auxilio ante las contrariedades del destino.
También utilizaban la danza para obtener un alto grado de sanidad espiritual, convirtiendo su expresividad en intensas plegarias, rogativas y adoraciones para las deidades, quienes tenían la supremacía del Imperio. El conocimiento, equilibrio y dominio total sobre el cuerpo, los gestos y movimientos, conjugaban perfectamente con los sentimientos y necesidades del pueblo. En la imaginación más profunda de las leyendas orientales reside «Fenghuang», el Ave Fénix, entidad fabulosa de canto triste, con alas dorado-escarlata que vivía más de mil años. Cuando llegaba la hora de su muerte ardía en su propio nido, entre mágicos aromas y especias. Entonces «Fei Lian», el dios del viento, soplaba y batía las cenizas envolviendo las vetas del humo, que se elevaban como pequeños tifones girando, trenzando y formando nuevamente dentro del humo la imagen del Ave Fénix, que desde su resurgir refulgía dentro del incandescente nido. Las volutas y espirales del viento, con su fuerza, se convertían en la rítmica y cadenciosa danza del resurgimiento del sobrenatural pájaro que luego volaba junto con el dios «Kua Fu», el perseguidor del sol, precisamente hacia el templo del soberano y preponderante astro. El significado del Ave Fénix es la renovación del alma de los seres humanos. Esto lo describe muy bien mi señor padre el insigne filósofo don León Aguilera en los siguientes versos: «Si el vestido está viejo se desea otro nuevo,/ renovado yo quiero este viejo lucir./ De mi tiempo este manto ya gastado que llevo/ en las tinas de luz de la teñir./ Ser el mismo en lo nuevo, más allá proseguir…/ Conduciendo mi creada fabulosa Cosmópolis/ en un fuego divino este cuerpo bañar./ Y me viene el anhelo de volar hacia Heliópolis,/ una ofrenda votiva a su templo dejar,/ renacer, resurgir y en soplo retoñar…/ Igualmente Ave Fénix débil ya fatigada/ emprende último viaje al santuario del Sol./ Y la aurora en su hoguera la deja incinerada/ pero ved en cenizas un tornasol…/ Y rompiendo la cáscara surge el ave sagrada/ extendiendo sus alas la rival del alción.» Pienso que en homenaje a la fantástica figura del ave, que extiende con donaire su exótica cola a los resplandecientes rayos solares, y en honor a la renovación constante de la naturaleza, surgió la danza de los abanicos en la civilización del Celeste Imperio. Gráciles bailarinas casi intangibles y fugaces, con movimientos sincronizados y armoniosos, coinciden con exquisitez y despliegan sus abanicos describiendo el renacimiento de «Fenghuang». Inspirada en la danza de los abanicos he escrito la siguiente composición lírica: «Danza danzando/ la danza/ danzar de cuerpo lunar/ plegaria intangible/ del sabio/ simetría equilibrio/ armoniosa armonía/ en péndola de ánades./ Abanicos de plumas/ abanicos de seda/ oropéndolas de laca/ dobleces de libélula./ Eurítmica euritmia/ irradiación y soltura/ ondea el nelumbo/ ondas hilvanadas./ Viento detenido/ viento embalsamado/ danza golondrina/ danza Ave Fénix/ mariposa reposada/ cincel de primavera./ Arcos caminantes/ viajeros transeúntes/ ángulo y vértice/ espiral de la clepsidra/ címbalos radiantes/ en geometría danzante./ Danza danzando/ la danza/ danzar de espuma de mar/ órbita de sentimiento/ biombo sinusoidal./ Arquea el tiempo de jade/ manos de porcelana/ caricia de abanico impetuoso/ sereno suspiro/ del corazón.»