Los guatemaltecos ya conocemos, por propia experiencia, que en el país hay grandes maestros de la mentira y la farsa, para una nación donde reinan las contradicciones y el cinismo, el escenario de la Conferencia Internacional Anticorrupción que se inauguró este 15 de noviembre en Guatemala, no pudo ser más relevante. Al lado de esta escena, se ha hecho presente muy oportunamente, un Congreso local (con escasas excepciones) que hoy se puede ofrecer al mundo entero como una de las vitrinas políticas más corruptas del planeta. El acto fue muy solemne y los discursos altisonantes, pero cual película macabra de Polanski, casi al unísono, se escuchan las carcajadas de los diputados viajeros, ríen de un pueblo hambriento, de sus hospitales sin medicinas y de su ignorancia y sobretodo, porque uno de los oradores y anfitrión de este evento, al mismo tiempo que lanza al viento un afinado discurso de probidad, los tranquiliza guiñándoles el ojo. Hoy, tan sonoras carcajadas son por el viajecito a París, es solamente otro
de esos tantos viajes por falsas invitaciones que se cocinan en la principal oficina del legislativo, mecanismo político estilizado en la compra de voluntades de un Méndez Herbruger que indudablemente quedará registrado como el Presidente del Congreso más corrupto de la historia del país.
Sin embargo, la magnitud del evento demanda cual acto teatral un semblante muy serio. Los abrazos de despedida ya se dieron, y queda una Guatemala postrada por la impunidad, no habrá castigo alguno, eso todos lo sabemos. El recuerdo de la burla plasmada por esos incisivos, caninos y hasta molares que generosamente enseñaron tales carcajadas, será otro de los legados de la actual administración a esta esquilmada nación. Pero no hay que olvidar que esta falsa invitación a la «Ciudad Luz» y las risas de sus ilustres propietarios, Jaime Martínez, Virna López, Waldemar Barillas y Méndez Herbruguer, solo son un recordatorio más a la ignorancia, a la pasividad y a la falta de blanquillos que nos caracteriza a los guatemaltecos.
Más triste no puede ser la conclusión, esta terrible gangrena que significa la corrupción, no solamente está destruyendo a las instituciones y erosionando la democracia, también agrava el alarmante fenómeno de la pobreza que en Guatemala alcanza índices cada vez mayores. Y cuatro años después, tristemente me toca de nuevo preguntarme ¿es que acaso en este país no se quiere entender, que toda estrategia que descansa en los más espurios deseos, y no en la ética y la moral, ni en las necesidades y la realidad de un pueblo?, irremediablemente tiene que concluir estrellándose estrepitosamente en el muro del fracaso. Por eso es que urge la reforma política y como lo he escrito en columnas anteriores, la primera tarea está en el Congreso.