La Cuaresma y Semana Santa del Hermanito Pedro


Cuando nos internamos mar adentro, duc in altum, en el mundo espiritual del Hermanito Pedro, qué de cosas preciosas encontramos.

Mario Gilberto González R.

Nos sorprende el impulso divino que lo trajo desde su tranquila Vilaflor, Tenerife en las Islas Canarias. Fue un regalo especial de la Providencia Divina a la entonces bella, pujante, emblemática, noble y leal ciudad de Santiago de Guatemala de cuyo regalo se enorgullece hoy, la preciosa y romántica ciudad de Antigua Guatemala.

Se dice y con acierto que «cuando Dios va a hacer una obra grande siempre escoge a un hombre pequeño. No la pequeñez que indica la estatura fí­sica, sino la que imprime la humildad».

Eso fue lo que sucedió, precisamente, con nuestro Hermanito Pedro. Vino a la ciudad de Santiago de Guatemala, con un secreto misterio que con el timbre de su humildad, lo transformó en el gran poema de la caridad. Ese regalo divino, hace que el antigí¼eño se sienta orgulloso y seguro que fue en la ciudad de Antigua Guatemala, donde Dios puso el pie para subir a los Cielos y mantiene la esperanza de que, después de Antigua Guatemala, el cielo y allá en el cielo, un agujerito para divisar Antigua.

Nuestro Hermanito Pedro fue sensible al doloroso sufrimiento del Nazareno en su entrega amorosa en la cruz y también del sufrimiento humano de los desvalidos. Eran para él, Cristos vivos a los que debí­a dar -tanto el alimento espiritual como el material-. Y en una labor fecunda, se desbordó generosamente sin lí­mites. Durante la Cuaresma y la Semana Santa, se entregaba a duras disciplinas, a severos ayunos y a piadosos ejercicios fí­sicos y espirituales.

La Pasión del Nazareno, que derramó su sangre en una cruz, fue centro de sentidas prácticas que arrancaron dolor en su menudo cuerpo, para intentar sentir lo mismo que í‰l sintió con su martirio.

Durante la cuaresma, aumentaba la práctica de las disciplinas. De su puño y letra anota «Memoria de la devoción de la Pasión de Cristo. Desde hoy, dí­a de Pascua del Espí­ritu Santo, mayo 24 de 1654. A la honra de la Pasión de mi Redentor Jesucristo (Dios me dé esfuerzo), cinco mil y tantos azotes de aquí­ al Viernes Santo. Más, todos los viernes al Calvario, y si no pudiere, en penitencia, una hora de rodillas, con la cruz a cuestas; más he de rezar en ese tiempo, cinco mil y tantos credos…»

Su primer biógrafo el padre Lobo y el cronista Vásquez, dejan testimonio fehaciente de que a él se debe, la práctica del Ví­a Crucis en la calle de la Amargura. La comunidad franciscana y los vecinos del Calvario, lo acompañaron siempre.

La práctica de este Ví­a Crucis -desde el templo franciscano hasta el Calvario en la Calle de la Amargura, la práctica del Ví­a Crucis en la calle de la Amargura, antaño y de los Pasos, hogaño- llegó hasta nuestros dí­as infantiles. Al caer la tarde de cada Viernes de Cuaresma, se llevaba en hombros en andas con patas altas de cuatro brazos, la imagen de un bello y original nazareno que tiene la mirada hacia los cielos y que después de permanecer por largos años sobre las mismas andas, frente al altar de La Divina Pastora de las Almas, en la capilla de la Tercera Orden Franciscana, luego pasó a la primera capillita del Ví­a Crucis y actualmente se encuentra en la iglesia de El Calvario. Monseñor Manuel Bení­tez recuperó en el recogimiento, se realizó desde entonces -en el amanecer del Viernes de Dolores-. A las dos y media de la madrugada, la campana mayor del monumental templo franciscano, rompe el profundo silencio que arropa a la ciudad de Antigua Guatemala y empieza a escucharse el golpe al cierre de la puerta e inicia en silencio el piadoso Ví­a Crucis que, lentamente se desplaza por la Calle de los Pasos rumbo al Calvario. Al inicio era sólo para hombres, pero la curiosidad primero y la devoción después, hizo que el sábado de Dolores a partir de las cinco de la mañana, se inicie el Ví­a Crucis para mujeres.

El Hermanito Pedro vestí­a a la imagen del Niño Dios, con su tuniquita morada y le poní­a una soguita a la garganta, con cuyos extremos le ataba las manos, derramando al ejecutar esta reseña, profusas lágrimas que prorrumpí­an en sollozos y tiernos suspiros. Y téngase presente que, en más de una oportunidad repitió: «Desde ocho de enero de 1655 me acompaña mi Jesús Nazareno…»

Las Letras Remisoriales que recogen como verdad el testimonio de testigos que conocieron al Hermanito Pedro y que bajo juramento dieron testimonio de su dicho, acepta en el numeral 50 que «De que manera fue verdad y es que en la Endonada Mr. Es increí­ble cuanto se contristaba por el mismo excesivo amor de su espí­ritu en la contemplación nunca dejada en aquel tiempo de la Pasión del Señor, y con cuantas mortificaciones y aflicciones, mortificaba también su propio cuerpo, deseando con todas sus fuerzas imitar las pisadas de su Señor, y ser admitido en parte de las penas como más latamente lo deponen los testigos informados dando en todo la razón de su dicho y causa de su ciencia».

«… en el tiempo de la Cuaresma y Adviento, una vez cada semana se recreaba su espí­ritu con aquel ayuno de tres dí­as, que desde el Lunes de la Semana Santa hasta el Sábado a medio dí­a, absolutamente se abstení­a de todo manjar, y los delirios de el cuerpo, los excitaba con la meditación de la Pasión de el Señor y con otras maceraciones, como latamente lo deponen los testigos informados…»

«…fue verdad y es que, que con todo esto no faltándole fuerzas, entre tantas obras ya dichas, y para otras obras de Caridad, no menos mortificaba su extenuado cuerpo con otras rí­gidas mortificaciones, y continuas disciplinas hasta derramar sangre, de suerte que se pudiera contar entre los Mártires de la Penitencia como mas latamente lo deponen los testigos…»

«De que manera fue verdad y es, -confirman nuevamente las Letras Remisoriales- que fuera de tantos rigurosos ayunos, cilicios y piadosas aflicciones nunca dejadas entre años, ofrecí­a con particular obsequio el Jueves Santo en la noche en honra de la Pasión de el Señor, visitaba esta Noche todas las Iglesias de Guatemala donde se reverenciaba el Augusto Cuerpo de el Santí­simo puesto en el Monumento, casi desnudo, llevando cargada una cruz sobre sus hombros, grande y pesada, y desde el umbral de la puerta de la Iglesia, iba llegándose de rodillas hasta el altar del Monumento, y después con la misma cruz, proseguí­a la Procesión, que se acostumbra hacer aquella noche, con grandioso afecto de devoción, y con edificación, y compunción de todos, y después se iba al Santuario de el Calvario, y en memoria de la Pasión de el Señor por horas enteras extendidas las manos en forma de cruz, y puestos los pies en el mismo modo que era su frecuente modo de orar, contemplaba todos los Misterios, y continuaba otros ejercicios no menos rí­gidos de mortificación especificados latamente por los testigos bien noticiados dando de todo la razón de su dicho.» La última iglesia que visitaba el Hermanito Pedro cargado de pesada cruz, en el amanecer del Viernes Santo, fue la del Monasterio de las Catalinas. Descansaba un poco porque a las tres de la madrugada, participaba en la procesión de Nazarenos, que salí­a de la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, con la imagen de Jesús Nazareno que actualmente, se venera en el templo de la Merced de la ciudad de Guatemala, tal como lo afirman las Letras Remisoriales que de todo lo dicho del Hermanito Pedro dan fe con carácter de verdad.

Si el lego Julián, encargado de los fogones franciscanos le ofrecí­a una ración de comida, se la serví­a en un trasto de barro y el Hermanito Pedro, le vertí­a agua para que perdiera todo sazón. El Viernes Santo eran hieles las que saboreaban en acción penitencial.

La ciudad de la Antigua Guatemala, respuesta de su ruina, desmantelamiento y abandono, recobró el riquí­simo legado que le dejó la muy noble y muy leal ciudad de Santiago de Guatemala. El Hermanito Pedro fue elevado a los altares y su Semana Santa volvió a ser -como antaño- única, solemne, devocional y majestuosa.