La crisis de la crisis


Se ha señalado hasta la saciedad que la presión de la coyuntura, es decir que el conjunto de situaciones actuales, condiciona y limita las posibilidades de administrar hacia futuro. Que estas presiones han hecho sucumbir cualquier tipo de planificación o que la misma es inexistente. La percepción y las manifestaciones de inseguridad van en aumento. Los criminales adicionan adrenalina a sus temerarios actos, desafiando a los agentes de la policí­a, literalmente en sus propias narices.

Walter del Cid

Hace una semana, el Procurador de los Derechos Humanos, en un emotivo y esperanzador evento presentaba ante decenas de familiares de ví­ctimas de las atrocidades cometidas por el Estado. Un informe preliminar mediante el cual se daban a conocer procedimientos, identidades, lugares y nombres de ví­ctimas y victimarios. Al dí­a siguiente, mediante la reafirmación de los más abominables actos de intimidación, la licenciada Gladys Monterroso, esposa del Procurador, durante un poco más de doce horas habrí­a padecido diversidad de tormentos. Le dejaron viva, supongo, para demostrarle al Procurador y con él a la sociedad entera, que nos encontramos a merced de una sólida estructura de impunidad. Mi solidaridad ante estos repudiables actos. Y el martes pasado también fue el dí­a de más generalizada psicosis colectiva que recuerdo.

Esta serie de actos de arrogante y enfermiza intimidación, en la que los reiterados ataques contra los pilotos de los autobuses, es en efecto parte sustancial de la embestida continuada que tiende a mermar (en todo sentido) la frágil presencia del Estado. Un Estado asfixiado en sus corroí­das estructuras, cuya refundación es inminente y urgente.

Y ante este caótico cuadro, la sociedad entera es invadida por un mediocre oportunismo en el que se espera toda la capacidad, toda la coordinación, toda la habilidad y toda la responsabilidad del otro. No se pueden poner de acuerdo las diversas expresiones del liderazgo que asumimos y contamos.

Uno de los grandes problemas se deriva en que la deliberación y futura implementación de planes de combate en contra de la criminalidad prevaleciente son o han de ser actos muy públicos. En tanto las acciones de los delincuentes son a hurtadillas, en las sombras. Su impacto está determinado por el salvajismo con el que actúan, sea bajo el cómplice silencio e indiferencia de quienes les observan o de la impotencia de no contar con los medios de reacción.

La crisis de esta crisis es que no nos permite en lo inmediato ponernos de acuerdo. Que en efecto estamos reaccionando, a todo nivel, en medio de las premuras impuestas por las agendas clandestinas de quienes castigan inmisericordemente a un número cada vez más creciente de ví­ctimas y sus consternados y descorazonados familiares.

La crisis de la crisis es que en el corto plazo no se vislumbra una suma de voluntades que tiendan a limitar la capacidad de ataque continuado de la que los habitantes de la ciudad capital es el principal foco de ví­ctimas, pero no el único. La crisis de la crisis está envuelta por el sombrí­o panorama que nos ocasionará otro tipo de problemas derivados de una economí­a mundial en picada y cuyos negativos impactos a todos lastimará. La crisis de la crisis es que pareciera que va en aumento el área de influencia de aquellos territorios dominados por el pánico y el terror que imponen quienes reiteradamente se burlan ante la limitada capacidad para imponer y hacer que se cumpla la ley.