Mucho se ha dicho ya en los diferentes medios de comunicación, en los corrillos callejeros, de oficinas, de centros de trabajo y en los círculos políticos y sociales en general en torno al colapso de por lo menos dos de las unidades del sistema bancario del país, pero aun no es tarde para hilvanar algunos comentarios al respecto.
Lo acontecido ha provocado una verdadera escandalada nacional que ha trascendido en el ámbito internacional. ¡Y no es para menos!
Nadie se imaginaba, creía o pensaba, siquiera, que dos instituciones del sistema bancario que parecían de gran solidez y liquidez, como eran, supuestamente, Bancafé y el Banco de Comercio, repentina y ruidosamente se vendrían abajo.
Los únicos que estaban enterados de las interioridades irregulares de los dos mencionados bancos eran los altos funcionarios de la Superintendencia de Bancos, entre otros que mantuvieron en secreto lo que estaba pasando. Hicieron mutis; no procedieron oportunamente a tomar las medidas pertinentes, como era su obligación por imperativo legal, sino lo hicieron a última hora, ya cuando era demasiado tarde, quizá porque no repararon en el daño que con esa actitud de contemplación pasiva, por demás negativa, estarían ocasionando a la inmensa masa de usuarios de los servicios bancarios.
Ahora que todo está consumado se ha producido un crujir de dientes a lo alto de las instituciones financieras con serias, muy serias consecuencias para el prestigio de la banca en la dimensión global, del gobierno y, si se quiere, del sistema político ?léase «democrático»? que se estila en esta pobre patria nuestra. Guatemala.
Está comprobado que no se ejerció eficiente control en lo operacional en todos los bancos, principiando por el Bancafé y el Banco del Comercio que entraron en picada, en plena crisis, hasta desaparecer del mapa dejando en un vacío abismal a millares y millares de usuarios de sus diversos servicios.
La gente ya no estará dispuesta, por lo que ha pasado, a correr con su «pistillo» hacia cualquier banco «dudoso» para hacer depósitos de ahorro. ¡Por tontos, dirán muchos que han visto caer como castillos erigidos sobre mantos de arena a dos entidades que han de haber infundido confianza entre el público en lo que hace a solidez y liquidez. ¡Mayúscula equivocación!
Es laudable, empero, a pesar de los pesares, el que las autoridades que tienen a su cargo la supervisión de todas las entidades financieras que funcionan en el país, hayan adoptado medidas «curativas», cuando se destapó la caja de Pandora, con la intención o propósito de evitar mayores perjuicios a tantos usuarios; pero, no obstante, las reclamaciones siguen cobrando fuerza en las calles capitalinas y ante los respectivos círculos oficiales a los que se considera responsables, al menos hasta cierto punto, en cuanto al resquebrajamiento espectacular de los dos bancos en cuestión.
Mientras tanto, los peces gordos que protagonizaron el desastre bancario, ni lerdos ni perezosos, emprendieron la escurribanda tratando de evadir sus responsabilidades legales. Al menos por un tiempo, que puede ser o no ser corto, se mantendrán a distancia de los tribunales de justicia. En cambio, la enorme masa de usuarios seguirá sufriendo, por tiempo indefinido, las consecuencias de los malos manejos del dinero que de buena fe, con mucha confianza, depositaron en las arcas bancarias.
Como la situación del contexto financiero, lógicamente es de pronóstico reservado, otras unidades de la banca no estarán a salvo de verse ensombrecidas por los nubarrones de la duda, de la desconfianza en cuanto a seguridad de los fondos que potencialmente sean «depositables», ya que no es un inocente y cristalino juego de niños lo que ha ocurrido, sino de personajes que saben cómo se cuecen las habas y cómo se hace el chojín para disfrutar la vidorra aprovechando la alcahuetería de la impunidad…