Las cifras del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo son contundentes. Alrededor de 700 mil guatemaltecos se han sumado a los millones de compatriotas que viven en la pobreza y 500 mil han caído en la pobreza extrema, como consecuencia del alza del costo de vida, derivada, entre otros factores, al incesante incremento de los precios del petróleo.
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Según el Informe Nacional de Desarrollo Humano, del PNUD, los departamentos más afectados son Quiché, con 84.06 % de pobreza y 33.2 de pobreza extrema; Alta Verapaz, 84.1 % de pobreza y 41.2 de pobreza extrema; Huehuetenango, 78.3 de pobreza, y 30.3 de pobreza extrema; Sololá, 77.5 % de pobreza y 29.2 de pobreza extrema; San Marcos 73.1 % de pobreza, y 25 % de pobreza extrema; Baja Verapaz, 73.2 % de pobreza y 23.5 de pobreza extrema, y Jalapa, con 72 % de pobreza y 30 % de pobreza extrema.
Los porcentajes anteriores significan que en el departamento de Quiché, de cada cien habitantes más de 84 personas viven entre la pobreza y la pobreza extrema, lo que equivale a que no cuentan con los mínimos recursos para sobrevivir humanamente, mientras que la tasa de la pobreza en todo el país es del 56 %, lo que representa que de cada cien habitantes 56 viven en la pobreza o pobreza extrema, y 1.5 de cada 10 guatemaltecos sobreviven con Q8.77 al día. El menos en 2006, cuando se levantó la muestra, pero todo mueve a pensar que las cifras han empeorado.
Ya se puede usted imaginar qué puede adquirir una persona con menos de Q9 al día. Lo que un capitalino de clase media gasta en una agua gaseada.
Y la crisis se está agudizando. Dejo a un lado la frialdad de los números para comentarles que durante una reunión familiar salió a relucir la severa crisis mundial y la de Guatemala, como consecuencia de varios elementos, entre los cuales destaca el irrefrenable incremento de los precios del crudo y todos los efectos que ese fenómeno implica.
Uno de mis sobrinos presentes en la cita familiar que trabaja de técnico en una agroindustria que funciona en la Costa Sur, se lamentaba del descenso de la producción de la empresa en que labora, al extremo de que pese a la buena voluntad de los empresarios, se ven obligados a despedir mensualmente a decenas de operarios.
El esposo de otra sobrina, ingeniero de una compañía ensambladora, con mucho pesar me contó que el propietario de la compañía se embarga de tristeza cuando se ve obligado por las circunstancias a ordenar que disminuya el número de trabajadores. «Nunca lo había visto tan preocupado como ahora -comenta mi pariente-, no tanto por su futuro personal porque tiene suficientes recursos para superar la crisis, sino por el destino inmediato de los trabajadores de la empresa.»
La voracidad deshumanizada de los países productores de crudo y de las compañías petroleras está provocando desempleo, pobreza, hambre, desnutrición, muerte y dolor.