La Controversia Menchú


Esta semana dio inicio con la divulgación del segundo cable filtrado por el portal Web WikiLeaks, en el que se resaltó la supuesta opinión del presidente ílvaro Colom con respecto a Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz de 1992. Pese a que el cable tení­a otro énfasis, lo que se enfatizó fue este punto.

Mario Cordero ívila
mcordero@lahora.com.gt

El cable tiene su origen en un comunicado que enviaba el exembajador de Estados Unidos en Guatemala, James Derham, aparentemente tras la recepción que organizó por su despedida de la misión diplomática en el paí­s. El documento iniciaba informando sobre la decisión del Gobierno central de adherirse a Petrocaribe, y opiniones en torno a ello. La parte sobre la doctora Menchú fue secundaria, incluso, refiere la última parte del documento filtrado.

En una traducción libre, el comentario del exembajador Derham, sobre las presuntas opiniones del presidente Colom sobre la Premio Nobel, son las siguientes:

«Con relación al clima de inversión, el Embajador abordó el incidente del 21 de junio en el que los manifestantes indí­genas se opusieron a la construcción de una cementera, en la que murió un lí­der comunitario que estaba a favor del proyecto. Colom dijo que la ex candidata presidencial y Premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú, es responsable, al menos parcialmente, de incitar al rechazo de la cementera. Colom advirtió a Menchú que tení­a que responder por su incitación a proteger las tierras.»

Para Colom, era aceptable proteger las tierras, pero no así­ la violencia que condujoa un asesinato, y advirtió que tendrí­a que cumplirse la ley.

Asimismo, según Derham, Colom habrí­a dicho que Menchú fue una «fabricación» de la antropóloga francesa y autora Elizabeth Burgos, quien escribió el libro, «Me llamo Rigoberta Menchú y así­ me nació la conciencia», que llevó a Menchú a la atención internacional. Para Colom, Menchú es ampliamente rechazada por los pueblos indí­genas de Guatemala, como lo demuestra su pobre desempeño en las elecciones presidenciales de 2007.

Según Colom, él estuvo presente en una ceremonia maya en 1997 en la cual los lí­deres indí­genas dispensaron a Menchú por la traición que hiciera a su pueblo. Además, según el presidente, si se da crédito al cable de WikiLeaks, le habrí­a aconsejado no postularse para no perder su reputación polí­tica.

Por supuesto, estas supuestas declaraciones han sido ampliamente rechazadas por el movimiento indí­gena, incluida la doctora Menchú, aunque también el presidente Colom ha negado haberlas realizado.

Sin embargo, este punto resulta inevitable, sobre todo porque la notoriedad de WikiLeaks ha crecido desde que empezó a liberar documentos oficiales. Asimismo, es improbable el exembajador Derham haya inventado declaraciones, bajo el supuesto de que él habrí­a considerado este documento como confidencial e informativo sobre la situación real del paí­s, por lo que no tení­a ninguna motivación aparente para tergiversar.

Lejos de la controversia de si el presidente Colom dijo o no estas declaraciones, el punto central de las crí­ticas no es que un mandatario las haya dicho, sino que estas opiniones es la idea generalizada que usualmente los grupos indí­genas señalan en un paí­s que tiene un conflicto pendiente por resolver con respecto a la convivencia interétnica.

PARTE DE LA CONTROVERSIA

Inicialmente, el presidente Colom se habrí­a basado en la polémica señalada por el antropólogo David Stoll, quien criticaba la fidelidad del testimonio en general, sobre todo por el auge que tuvo estas publicaciones en las últimas décadas del siglo XX, como alternativa a la historia oficial. Stoll utilizó el caso especí­fico del libro testimonio de Rigoberta Menchú para sustentar su tesstis.

Según Stoll, «Me llamo Rigoberta Menchú…» tendrí­a inexactitudes. Según el antropólogo se habí­an alterado o exagerado elementos de su vida, para hacer ver que la familia Menchú era radical luchadora por los derechos sociales. Por ejemplo (según él): Su padre, Vicente Menchú, recibió tierras del gobierno de Guatemala (seria propietario de unos 28 km2 de tierra); colaboró con las fuerzas de paz de los Estados Unidos; no estarí­an en condiciones tan pésimas como para estar semiesclavizados en las grandes plantaciones de café; su hermano no fue quemado vivo en medio de una plaza y se desconoce su paradero e incluso la veracidad de su existencia; etc. A pesar de todo, en ningún momento ha negado la legitimidad del premio Nobel ni la existencia de violencia militar en Guatemala.

Además, Menchú aseguraba durante un amplio espacio de tiempo no haber sido escolarizada, por temor por parte de su padre a que el sistema educativo la alejase de sus raí­ces. Según sus opositores (a lo cual también hace eco el presidente Colom, con supuesta información de su hermana), Menchú cursó el equivalente a la enseñanza media en dos internados privados, gestionados por monjas católicas. Sus opositores aseguran también que habrí­a pasado gran parte de su juventud fuera de donde la enmarca su propia autobiografí­a, son falsos los detallados relatos de trabajar ocho meses al año en las plantaciones de café y algodón, y organizando un movimiento polí­tico oculto.

El New York Times publicó en 1998, un reportaje que desacreditó algunas de las afirmaciones claves en su autobiografí­a, pero reconoció que Rigoberta Menchu sí­ habí­a sufrido mucho a causa de la represión gubernamental.

En enero de 1999, la galardonada concedió una entrevista al madrileño diario El Paí­s en la que lanzó una defensa de las declaraciones contenidas en su libro publicado en 1984.6 También un artí­culo del New York Times se hizo eco de la defensa de Menchú.7 Pero, en una entrevista concedida a la agencia de noticias Associated Press el 11 de febrero de 1999, Rigoberta Menchú reconoció que posiblemente hubiera confundido en algunos casos su historia personal con la de otras ví­ctimas de la guerra civil guatemalteca.

Sin embargo, la controversia por el libro se resume en dos puntos: a) Menchú, de cualquier forma, sufrió por la represión, y su historia puede resumir la de miles de indí­genas durante el conflicto armado interno, y b) el genero testimonial puede tergiversar la realidad, no por un hecho pernicioso, sino por fenómenos de la memoria que tienden a confundir.

DESLEGITIMACIí“N

Sin embargo, más allá de la controversia del género testimonial, el conflicto actual, que reavivó WikiLeaks, y que en ello se centró la defensa de Rigoberta Menchú y organizaciones indí­genas, es que el movimiento maya indí­gena se sigue desacreditando. Se vincula, por ejemplo, la defensa de la tierra (valor indí­gena) con una subversión y resistencia violenta, que tiende a ser criminalizada (como el señalamiento de que la incitación provocó un asesinato, en el caso de la cementera).

En otro sentido, se criticó ampliamente que el presidente ílvaro Colom, principal rostro del autodenominado «Gobierno con rostro indí­gena», intente usurpar una representación maya indí­gena, haciendo creer que él (en su calidad de sacerdote indí­gena) presenció el evento en que lí­deres mayas la «perdonaron», como que si las autoridades indí­genas necesitasen el aval de una autoridad criolla para dar fe del hecho.

En sí­ mismo, provoca molestias (lo cual fue negado, también por el presidente Colom) que presuntamente haya sugerido no participar en la carrera presidencial. Cabe destacar que esta polémica serí­a distinta si, por ejemplo, el mismo presidente Colom haya sugerido a otro candidato, sin opciones, de no participar; en dicho caso, la polémica serí­a nula. Sin embargo, la molestia se enfoca, básicamente, en que el mandatario se considere una «voz» del pueblo indí­gena y opine que los indí­genas rechacen a la Premio Nobel de la Paz.

En conclusión, más que la polémica de las declaraciones, si se dijeron o no, se debe entender que en Guatemala tenemos un grave problema de relaciones interétnicas, y que únicamente se discute por lo bajo, y se habla con la verdad sólo si se cree que la conversación será confidencial, como fue este caso, que era secreto, hasta que WikiLeaks lo reveló.

Serí­a muy valioso para el paí­s, en distintos ámbitos (cultural, polí­tico, económico, social), que haya una verdadera discusión sobre las relaciones interétnicas y sobre las voces y autoridades de cada grupo, lo cual no está sanado aún. Sobre todo, en un año de Elecciones Generales, en que usualmente se intenta ganar el llamado «voto indí­gena» queriendo yuxtaponerse como «voz, candidato o autoridad de este grupo».

Acerca de si el presidente Colom dijo o no estas declaraciones, a pesar de que salió a la defensa de que no lo dijo, podrí­amos decir que es exactamente la misma crí­tica que hace Stoll con respecto al testimonio: ¿Cómo podremos comprobarlo? En verdad, no podrí­amos retroceder el pasado y verificarlo. Lo único que nos resta, es sanar esta polémica.

Bastos Amigo: «Estamos ante una movilización en que los antes llamados indios o indí­genas reclaman ser los autores de su


Santiago Bastos Amigo, junto a Roddy Brett, recientemente presentó el libro «El movimiento maya en la década después de la paz (1997-2007)», el año pasado con F&G Editores. Consiste en un conjunto de ensayos en torno a este tema, en el cual se busca definir cómo ha sido la evolución del movimiento indí­gena tras la llamada Firma de la Paz.

Bastos Amigo es licenciado en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid y tiene un Doctorado en Antropologí­a Social por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropologí­a Social (CIESAS). Fue investigador de Flacso-Guatemala desde 1988 hasta 2008, donde realizó estudios sobre la realidad étnica del paí­s. En la actualidad es profesor investigador de CIESAS en su Guadalajara, México, e investigador asociado de Flacso y Cirma, en Guatemala. Entre sus últimas publicaciones destacan «Entre el mecapal y el cielo: desarrollo del movimiento maya en Guatemala» con Manuela Camus; «Relaciones étnicas en Guatemala 1944-2000» con Richard Adams, y «Mayanización y vida cotidiana», coordinada con Aura Cumes.

En dos preguntas, Bastos Amigo responde sobre este libro «El movimiento maya en la década después de la paz», y la banalización criolla hacia lo indí­gena.

-P.: Parto de lo que usted define como la pregunta esencial: ¿Existe un movimiento maya, o más bien podrí­a clasificarse como un interés por lo maya, o actores mayas dentro de la polí­tica, o una agenda de temas mayas?

-R.: Al revés, no creo que lo esencial en este momento es si existe o no algo que podamos denominar como «movimiento» -aunque sí­ fue una de las preguntas básicas que nos hicimos en el libro-. Esto es así­ porque no dudo que existe una movilización por parte de un colectivo de gente que se identifica como maya y que a partir de esa identificación pretende cambiar su histórica relación con el Estado y la sociedad guatemaltecos. Que ese colectivo -amplio, disperso, contradictorio, multifrontal- sea definido o no como «movimiento» no creo que sea lo más importante. Además, como parte de su mismo éxito, más o menos desde la Firma de la Paz, lo «maya» dejó de ser patrimonio de estos actores organizados, y otras instituciones y organizaciones empezaron a hacer «polí­tica maya», es decir la polí­tica que institucionalmente se hace alrededor o en nombre de lo maya. A ello habrá que añadir otras iniciativas comunitarias que no se hacen explí­citamente desde este término, pero que tienden a lo mismo. Lo importante, entonces, es que estamos -desde hace un par de décadas o más- ante una movilización en que los antes llamados indios o indí­genas reclaman ser los autores de sus propias vidas y su propio futuro, sin trabas, exclusiones o tutelas.

– P.: En los más altos estratos sociales y estatales, es evidente un esfuerzo por banalizar al movimiento. Incluso, se trata de deslegitimizar al movimiento justificando que los indí­genas de Guatemala no tienen ví­nculos con los mayas, ya que esta cultura habrí­a colapsado por completo en la época prehispánica. ¿Qué percepción tiene usted y los ensayistas del libro sobre esta deslegitimación que se intenta hacer al movimiento maya?

– R.: Yo le puedo dar mi percepción. La dominación étnica tiene la caracterí­stica de tener una importante base ideológica, es decir de hacer creer -a los que la sufren y los que la practican- que la desigualdad entre los grupos no es producto de esa dominación, sino que es parte del orden natural de las cosas. Y en este caso, buena parte del discurso de superioridad de la oligarquí­a criolla se basa en que ellos detentan los orí­genes mí­ticos de la nación -criolla, evidentemente- mientras que los indí­genas «actuales» son un colectivo históricamente degradado, por lo que no ameritan los mismos niveles de ciudadaní­a y de derechos que le resto, y es necesario que se les guí­e, se les diga en qué trabajar, se les proteja…. En el caso de Guatemala, las investigaciones de Arturo Taracena, Marta Casaus y otros han mostrado cómo la idea de un «colapso maya» previo a la conquista es fundamental para justificar esta idea… y, quizá, por ello ha ocupado un lugar tan importante en la historiografí­a nacional. Además, les es muy útil para administrar ellos ese «pasado mí­tico» de la nación guatemalteca -y sus «restos arqueológicos»- sin la intervención de otros actores.

Por eso, cualquier apelativo a la continuidad histórica por parte de los actores mayas es desechado, en nombre de la «verdad cientí­fica» y sin necesidad de aparecer como opuestos a sus reivindicaciones. En ese sentido, me parece muy oportuna tu visión como «banalización», que es una forma de desacreditar, que, además, puede ser manejada por un montón de gente que no sabe realmente a qué se refiere pero se siente reconfortado por la idea.