La confianza rota, sin prestigio y mala reputación


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Escribo hoy sobre esas virtudes que acompañan a las personas educadas en sus hogares con el mínimo de valores morales; es decir, que sus padres, madres, o personas adultas que los cuidaron, inculcaron en ellas los principios fundamentales del diario vivir.

Fernando Mollinedo C.


Es una gama de principios, que no se puede cuantificar, sin embargo, para los efectos educativos se encuentran las oportunidades específicas para enseñarlos, explicarlos y vivirlos. No es tarea fácil, puesto que durante la época de infancia, niñez y adolescencia, es cuando se aplican, por lo que se espera como resultado una vida adulta ajustada a tales principios.

La vida social sufre un continuo deterioro moral que es motivo de serias preocupaciones en todas las generaciones. Su manifestación más común: la violencia, inseguridad, vicios, deshonestidad, corrupción y la falta generalizada de respeto a la ley, a la autoridad.

Atrás quedaron las virtudes de: bien, bondad, buenas costumbres, deber, virtud, nobleza, recato, vergüenza, decoro, decencia… y otras más perdidas por el descuido, falta de educación moral de los niños y jóvenes en su hogar, desintegración de la familia, hogares alcohólicos o drogadictos y otros aspectos humanos que tuvieron como consecuencia que la mayoría de familias haya perdido su función primordial de educadora, formadora, cálida y  solidaria de los hijos.

El prestigio, la reputación y la confianza: son virtudes fundamentales que nos pasamos la vida construyendo, por lo que hay que cuidarlas, pues al menor traspié y en un abrir y cerrar de ojos se pueden ir para nunca más volver.

En el plano administrativo del país, los actos ejecutados en los ÚLTIMOS AÑOS DE GOBIERNO, central y municipales, organismos Legislativo y Judicial, empresas autónomas y semiautónomas, demostraron que la confianza depositada por la población en los ex y funcionarios actuales fue traicionada, pues la esperanza de recuperar el poder y los bienes del Estado para el servicio de la población, se convirtió en un botín más para su depredación y ascenso social vertical sobre la base de la corrupción.

Quiere decir que, quienes dirigieron y dirigen la administración estatal, carecieron y carecen del tipo de valores morales que hemos citado y, es por eso, que tomaron decisiones que afectan en forma negativa a la población.

Perdimos la confianza poco a poco tras las agresiones sistemáticas que hoy no nos permiten creer en algo, en  alguien –ni siquiera en la iglesia–, ni en los jueces, ni políticos, ni líderes de opinión, empresarios, medios de comunicación, mucho menos en el Gobierno con sus autoridades al servicio de la oligarquía y transnacionales.

Guatemala era un país más probo que hoy, apegado a determinados valores que se difuminan en estos tiempos turbulentos y complicados; las ganas de confiar en el prójimo están ahí, como reminiscencia de lo que alguna vez fuimos y que en el fondo nos gustaría ser de nuevo. Ante el pueblo, ¿Podrán aún los gobernantes honrar su palabra empeñada y, por sobre todas las cosas, recuperar la confianza traicionada? o, ¿no les importa, como el caso de los CAMPESINOS DE CHIXOY QUE DEBEN SER ATENDIDOS?