Los datos son espeluznantes. La semana pasada los periódicos informaron que México ocupa el primer lugar mundial en obesidad infantil.  La noticia parece decir poco: 70 por ciento de los adultos y alrededor de cuatro millones y medio de niños mexicanos entre cinco y once meses padecen de sobrepeso. México supera ahora a los Estados Unidos y si todo sigue así los problemas de salud se agudizarán en poco tiempo.
           Como ya muchos saben, mil millones de personas en el mundo sufren de sobrepeso. De ellas 300 millones son obesas. Una cuarta parte de éstos reside en los Estados Unidos. La sociedad norteamericana es, según el Centro de Control Epidemiológico del gobierno, «obesogénica». Los científicos calculan que, en una década, los obesos en Estados Unidos serán ya 100 millones.
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           Estando así las cosas, después del alcohol y el tabaco, la comida chatarra es una de las mayores obsesiones de los toxicólogos. Según una edición publicada en la edición en línea de la revista «Nature Neuroscience», la sobrealimentación entrañaría los mismos mecanismos de dependencia que la droga. Realizada por un equipo americano de «Scripps Research Institute», de Jupiter (Florida), las investigaciones muestran que ratas de laboratorio alimentadas de manera regular con alimentos grasos desarrollaban un apetito compulsivo que las volvía rápidamente obesas.
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           El diario Le Monde recogió la información y publicó que Paul Kenny y Paul Johnson repartieron los roedores en tres grupos. El primero era alimentado de manera sana y equilibrada. El segundo tenía acceso una hora por día a una alimentación humana rica en calorías (galletas con chocolate, queso, tocino, salchichas). El último tenía acceso a estos mismos alimentos grasos 23 horas por día. Resultado: los miembros del tercer grupo no se mostraban de ninguna manera razonable y engordaban con gran rapidez. Los electrodos implantados en sus cerebros mostraron que habían desarrollado tolerancia al placer alimenticio: comían siempre más para obtener el mismo nivel de satisfacción. Al punto de no ser disuadidos en su búsqueda desenfrenada por choques eléctricos, contrario a los otros dos grupos.
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           Los expertos aseguran que el responsable de todo este descalabro en el tema de la obesidad está relacionado con la dopamina, un neurotransmisor implicado en los circuitos cerebrales de la recompensa. «Dado que los hombres funcionan como las ratas, las tasas de dopamina aumentan bajo los efectos de la mayor parte de sustancia psicoactivas.  La actividad de los receptores dopaminoenergéticos, conocidos por jugar un rol importante en la vulnerabilidad a la toxicomanía es modificada de manera significativa en relación a la normal».
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           Si esto fuera así, la obesidad no sería ninguna sorpresa para los investigadores, pues suponen que hay demasiados argumentos para suponer un lazo fuerte entre adicción y comportamiento bulímicos y la relación entre dopamina y obesidad ha sido puesta en evidencia por varios estudios preclínicos y clínicos.
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           Esto aclara que el problema de sobrepeso (particularmente el infantil) tiene que ver con una falta de educación de los padres en materia de alimentos, descuido y voluntad demasiado débil para optar por comida sana. En el tema de la obesidad, el caso puede agravarse tanto que se vuelva inmanejable, como sucede con las adicciones. Vale la pena reflexionar sobre el problema porque en Guatemala vamos por el mismo camino de México.