Comenzamos el mes de diciembre, un mes de celebraciones, convivios, regocijos. Luces, regalos, adornos. En esta época encontramos una intrusión de sonidos, fragancias, escenas visuales con una combinación de gustos para el paladar que nos invitan a unirnos a esta fiesta de la Navidad.
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La misma en esencia es un festejo de un acontecimiento religioso, el nacimiento de Jesucristo, para los creyentes en el cristianismo. Sin embargo, han venido anunciando este acontecimiento con ofertas de ventas, publicidad comercial. Y creo que desde el mes de agosto, ya las tiendas y supermercados contaban en su haber artículos navideños y propuestas de regalos para obsequiar a familiares y amigos
Independientemente del sistema de creencia religiosa o no religiosa que tengamos el espíritu de compartir, de sentirnos unidos unos con los otros, de ver la bondad y sentir la esperanza, la compasión y el compromiso entre nosotras/os, como seres humanos. Es verdaderamente lo que hace relevante y trascendente al mes de diciembre.
Muchas personas consideran que el espíritu navideño comprende el dar a los demás lo mejor de nosotras/os mismos y que es un momento propicio para perdonar. Para celebrar la vida, tomar conciencia de la misma y agradecer por cada cosa buena o mala que nos ocurra en su transcurso.
Pienso que no necesitamos una única ocasión para poder propiciar lo anterior, sería más importante mantener la constancia y la permanencia de la nobleza de nuestra espiritualidad en el transcurso de todo el año.
Existen personas antinavidad, porque sienten que ella se ha convertido en un momento más para que el comercio invada nuestras vidas y nos impregne de necesidades que de repente solamente son ilusorias.
Pareciera que para quien no tiene oportunidad de comprar y gastar, la Navidad puede ser muy triste y sin dinero no hay disfrute. Por lo tanto el espíritu de Navidad se desvanece y predomina la comercialización del espíritu.
Cada día la Navidad se empieza a celebrar antes. Que se lo digan a José Luis Borau (Zaragoza, 1929) que ha escrito para la ocasión una serie de cuentos bajo el título «Navidad, horrible Navidad».
El escritor sostiene convencido que «las fiestas no son horribles; son los hombres quienes las hacen horribles». Y la prueba de su afirmación reside en que todos los personajes que protagonizan los horrores de estos cuentos son sujetos «reales a quienes conozco en persona», según aclaró Borau, que presentó el pasado jueves este libro en la madrileña Sociedad General de Autores (SGAE) apadrinado por Elvira Lindo y Juan Cruz.
Define aquí Borau a una suerte de héroes antinavideños, seres por encima del bien y del mal capaces de obviar los mensajes publicitarios o las promociones de los grandes almacenes. De todas formas, Borau puntualiza: «No creo que la Navidad sea horrible, sólo que ocurre fuera de temporada, ya que estas fechas sólo se viven de verdad cuando somos niños y no ahora, cuando vemos que combaten unas extrañas energías de feroz consumo, de gastar más como sea con todo lo que eso conlleva, un repertorio de horrores y de angustias».
Siempre que pensamos en los regalos de Navidad, pensamos en cosas que se pueden comprar envueltas en papeles de colores. Sin embargo, existen muchas cosas que no se pueden comprar. Y nuestro descuello en la humanidad no necesita ser limitado a un día, una hora, un mes del año.
Nuestra bondad, nuestra necesidad de compartir y de unirnos unos con los otros, de fraternizar, no se debería limitar a un tiempo determinado, sino que debería ser tomado como algo sustancial en nuestro diario vivir.
No esperemos Navidad para que ocurran milagros, celebremos cada milagro que ocurre dentro de nuestra cotidianidad. Y no permitamos que otros nos propongan cuándo hemos de estar felices y ser bondadosos, sobre todo comprando y comprando.