La ciudad más fea del mundo: Buscando responsables


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Durante varias semanas he escuchado y leído a mucha gente molesta e indignada porque un portal de internet le concedió a la Capital guatemalteca la calificación de “la ciudad más fea del mundo”.

Personalmente no creo que la Ciudad de Guatemala sea la más fea del mundo, como lo sostiene el ranking de Ucityguides.com, porque hay suficientes evidencias que en el planeta hay ciudades en condiciones similares o peores.

Por Javier Estrada Tobar
jestrada@lahora.com.gt


Sin embargo, eso no significa que la nuestra sea una ciudad ejemplar en cuanto a orden y ornato, puesto que en cualquier zona capitalina se pueden encontrar ejemplos notorios de desorden, mediocridad, suciedad  y violencia que se reflejan en la urbanística citadina.

Por supuesto que después de la publicación del ranking todas las miradas críticas se dirigieron directamente a la Municipalidad de Guatemala, al alcalde Álvaro Arzú y a los funcionarios municipales, que al final son los responsables por lo que pasa y lo que deja de pasar en la metrópoli.

Estoy completamente seguro que las autoridades tienen una importante cuota de responsabilidad sobre la situación de la Ciudad, pero si se trata de abordar el problema integralmente no sería justo dejar de hablar de nosotros, los vecinos, quienes también tenemos mucho que ver en la lamentable situación de la urbe.

No se trata de eximir a las autoridades ediles de su responsabilidad; solo pienso que anteriormente ya han sido justamente criticadas, pero eso no es suficiente y es necesario entender que los ciudadanos también tenemos derechos y obligaciones, y sobre todo, que tenemos una gran responsabilidad cuando se trata de cuidar el lugar en el que vivimos.

La mañana del 1 de enero, después de las fiestas de Año Nuevo, un trabajador municipal de avanzada edad estaba barriendo las calles atestadas de latas y botellas de cerveza en los alrededores de un bar en la zona 10, simplemente, porque arrojar la basura en la calle ya es una costumbre socialmente aceptada y mucho más en medio de las celebraciones.

Y eso mismo pasa todos los fines de semana, y no solo en la zona 10 o en las proximidades de los bares, sino en toda la Ciudad. Una gran cantidad de citadinos piensa que comprar un boleto de ornato o limpiar el interior de su casa le da derecho a ensuciar los espacios públicos.

De la misma manera ocurre otro tipo de faltas a las elementales reglas de convivencia; por ejemplo, la gente que conduce las aguas residuales de su casa hacia las aceras o la que construye parte de su muro perimetral en espacios públicos con tal de “ganar” un poco más de terreno.

Tampoco falta la gente que arroja la basura a los terrenos baldíos o barrancos, los que hacen sus necesidades en la vía pública –y enseñan esa práctica a sus hijos–, los que estacionan sus autos en las aceras o los que intentan estropear cualquier pared que no sea de su propiedad.

El irrespeto a la propiedad pública y privada es tan frecuente que a muchos ya no les indigna, y ni siquiera se asombran ante la clara destrucción de la Ciudad por parte de los mismos ciudadanos, pero por eso mismo creo que debemos empezar a hablar del tema.

No perdamos más tiempo  tratando de buscar a los responsables de la lamentable situación de la Ciudad y mejor invirtamos tiempo en buscar soluciones.