La ciudad de Sicár o de beodos


Es interesante que en ese lugar de Sicár, cuyo significado es de falsedad y lugar de borrachos (estanco, cantina, bar. discoteca, fumadero, etc.), allí­ el Señor Jesús dio dignidad a una mujer samaritana, que es por lo que ahora luchan tanto las féminas; allí­ también sus discí­pulos se maravillaron que í‰l hablara con una mujer y le preguntaron: «Â¿Qué hablas con ella?» ¡Cómo si solo hombres tuviesen necesidad de ser salvos!

Santiago Villanueva Gudiel, svillanuevagudiel@hotmail.com

El Señor Jesús en aquella ciudad y en horas extras de trabajo, sabiendo la necesidad del mundo hizo lo necesario: hablar con la mujer junto al pozo de Jacob a donde ella llegaba a sacar y llevar agua a Samaria. En esto ocultaba la otra mitad de su vida, de su otra verdad; que El Señor sabiéndolo, la movió a confesar diciéndole: -Ve, llama a tu marido y ven acá-. Ella respondió: -no tengo marido. í‰l le dijo: «Bien has dicho porque cinco maridos has tenido y el que ahora tienes no es tu marido». Esa era la otra media vida y verdad que ocultaba. La mujer de los seis maridos habí­a entregado la mitad de su vida y de su verdad a un hombre y a otro. Y revelarle su verdad la hizo pensar que el Señor no era cualquier hombre como todos, sino un profeta respetable, con dignidad en quien estaba el Espí­ritu Santo de Dios. Recuerdo -el relato de Luí­s Rádford, del hombre al que por venganza le cercenaron el órgano viril y dijo: «Â¡me quitaron la media vida!». Por ahí­ anda una de las tantas indignidades del varón, que no es precisamente las de «los derechos del hombre» ni el oficio más antiguo de la hembra. Ante Dios somos iguales. ¿Con qué fin se acerca por lo común un hombre a una mujer? No es para preguntarle si es virgen o no, pero lo supone. No le interesa tanto que se lo diga, sino que le entregue «su verdad y la prueba de la mitad de su vida», es el estribillo; y lo que sea, siempre queda la indignidad del común engaño de los hombres, y hasta algún sacerdote, pastor, magistrado, manda más o de «alta dignidad» que hacen madres solteras, y/o «la otra» o la descarriada, que necesita ser hallada por Cristo y restituirle su dignidad perdida como la de los mismos hombres. Cristo se acercó a la Samaritana para cambiarle con su doctrina, y Poder de cambio por su Espí­ritu; el cántaro del agua de este mundo con que se carga el corazón en la rutina o costumbre; y llenarle de Vida Nueva y Agua Viva el «cuenco de oro» que ya no más se romperá en dolor, sino que impulsa como a la samaritana a decir por las plazas desde Sicár a Samaria: «Venid y ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste El Cristo?. «Entonces vinieron los samaritanos a JESíšS y como los discí­pulos de Enmaús, le rogaron que se quedara con ellos y se quedó dos dí­as; creyeron muchos más por la Palabra de í‰l.» Y dijeron a la mujer: «Nosotros mismos hemos oí­do, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo.» En efecto es í‰l que salva, restituye, repone y completa la verdad en vida abundante y eterna en la tierra y en los cielos. EL COLOFí“N EVANGELICO: Los discí­pulos que como tales «metieron la pata» hasta llegar al Pentecostés; habí­an ido a buscar comida, regresan al Pozo de Jacob y le dicen: «Rabí­, come.» Jesús les dijo: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió y que acabe su Obra». Así­ que comido o no comido la acabó; y por eso dijo también a los que no sabemos el año, mes, y dí­a de su regreso, «Abran sus ojos, con el Amor echen fuera el temor y las dudas de mi regreso, calculen las señales de los tiempos. ¡Y es que el tiempo de su venida está cerca! Estamos viviendo a cada instante «El Tercer Juicio Terrible de Las Fieras» que hacen lo propio, destruyen. Además, nos habla por efectos del cielo, por voces de volcanes y la tierra; rugientes mares y rí­os; por milagros y prodigios verdaderamente increí­bles en los propios seres humanos, no en exterioridades; y con la misma voz y palabras que habló a los discí­pulos de Emaus que dijeron: «Â¡Cómo ardí­a nuestro corazón cuando nos declaraba la Palabra!»; toca y da voces que dicen al corazón «He aquí­ yo estoy a la puerta y llamo, abre y entraré a ti» y cenaré contigo. Ezequiel 14:21.