La chispa que encendió la pradera


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A finales de 1943 era difícil que alguien se pudiera imaginar que el dictador Jorge Ubico dejara de gobernar (14 de febrero de 1931 – 1 de julio de 1944) y, peor aún, que se atreviera a decirlo o comentarlo con sus amigos. Las paredes tienen oídos, se decía a hurtadillas. Y, en efecto, era así. En una tertulia de más de dos, había que sospechar que el tercero fuera oreja al servicio de la dictadura.

Ricardo Rosales Román
\ Carlos Gonzáles \


Orwell no había escrito su ahora nuevamente famoso 1984 y qué lejos estaría de imaginarse que en un país centroamericano un tirano de botas de charol, guerrera de gala e insignias relucientes, quepi con galones de General, vigilaba lo que pasaba en el más recóndito lugar del país, estuviera en todas partes y al tanto de lo que le informaran que había sucedido y dicho el día anterior. Esto, tal vez, haya quien piense que se trata de una exageración. No. Así fue como se gobernó durante 13 años, cuatro meses y 16 días de tiranía militar y feudal del entonces partido gobernante: el Liberal Progresista.
   
    Durante algún tiempo me pregunté cómo fue posible que un tirano del talante de Ubico renunciara a su cargo después de haberlo detentado durante tanto tiempo, que -en una primera oportunidad-, fuera “electo” y -en dos sucesivas-, “reelecto”. La tercera reelección, se le frustró. Me preguntaba, además, en qué situación y condiciones pudo suceder aquello y cuál podría haber sido la chispa que encendió la pradera y terminó poniéndole fin a una gestión que -aún ahora-, haya quienes añoran y desearían que algo parecido pudiera repetirse en nuestro país.
   
    En cuanto a la chispa que encendió la pradera, todo indica -espero no estar equivocado- que fue su inopinado propósito de reelegirse por tercera vez para un mandato que habría de terminar el 15 de marzo de 1949. Según se sabe, algunos de sus colaboradores y amigos, incluyendo a su médico de cabecera, consideraban imprudente su propósito de reelegirse una vez más a sabiendas que la situación y condiciones ya no eran propicias ni favorables.
   
    El dictador sintió que “la silla presidencial se le empezaba a mover”. Al enterarse del Memorial de los 311 solicitándole que se restablecieran las garantías constitucionales suspendidas en junio de 1944, se principió a tambalear. La manifestación del magisterio, los estudiantes y obreros del 25 de junio de 1944, marca el punto más alto del descontento social y popular en la capital, es violentamente reprimida y asesinada la maestra María Chichilla. La del día siguiente, es una demostración de generalizada y masiva indignación: la demanda que se expande y desespera al dictador, es la petición de su renuncia.
   
    En una situación así y, en esas condiciones, el tirano se ve obligado a dimitir y, el 1 de julio de 1944, “confía”, los asuntos de Estado a un triunvirato ubiquista compuesto por los Generales Federico Ponce Vaides, Buenaventura Pineda y Eduardo Villagrán Ariza.
   
    Reelegirse, prolongar el período presidencial o tratar de perpetuarse en el poder termina -al fin de cuentas-, con el derrocamiento hasta del más aparentemente insustituible gobernante o con ínfulas de serlo. Le sucedió a Carrera (1848), le costó la vida a Reyna Barrios (1898), el cargo a Estrada Cabrera (1920) y, hace 70 años, a Jorge Ubico Castañeda.