La causa de nuestros males 2ª. Parte y final


Guillermo Wilhelm

Pertenezco a ese pequeño grupo de optimistas que piensa que Guatemala puede cambiar. Y continúo con ese estigma al estar cada vez más convencido de que esto es posible. Esa fue la razón que me llevó a aceptar coordinar la Polí­tica de Desarrollo Democrático del Plan de Gobierno de la actual administración, y precisamente en esa instancia fue donde un pequeño numero de guatemaltecos le dimos rienda suelta a nuestras inquietudes, ideas e ilusiones; y por la búsqueda de una Guatemala mejor nació el proyecto del Consejo Nacional Contra la Corrupción. A grandes males grandes remedios. Sigo considerando que para combatir este flagelo que tanto daño le ha hecho y le sigue haciendo al paí­s, no serán los paños tibios lo que nos llevará a lograr resultados satisfactorios. Ya nadie tiene dudas que la corrupción representa un gran obstáculo para alcanzar el desarrollo, pues esos dineros que los funcionarios rateros se llevan a los bolsillos (de ahí­ el argumento de otros para no tributar), representa entre otras cosas, que se deje de construir nuevos centros de salud, carreteras, agua potable, más educación y sobretodo mayor seguridad. El crear oficinas estatales de denuncia o programitas con pequeños grupos «para la transparencia», evidencia la paja y politiquerí­a que ha caracterizado a nuestros polí­ticos y por eso se sigue posponiendo un tema tan importante para Guatemala demostrando que la intención de fondo es seguirle dando atol con el dedo a la población, ya que estas acciones sólo nos mantienen en el cí­rculo vicioso del desorden y la podredumbre. La única manera que existe para combatir de manera efectiva la corrupción, es empoderar a la ciudadaní­a para que cuide sus propios recursos organizándola en un Consejo Nacional donde se agrupen los actores más incidentes de la sociedad guatemalteca. Ya lo he dicho, ahí­ deben de estar las universidades, colegios profesionales, asociaciones estudiantiles, iglesias, sectores obreros y patronales, así­ como la prensa escrita, radial y televisada, sólo por mencionar algunos. Estoy hablando por supuesto de una institución nacional con presencia en todos los municipios del paí­s. Sólo así­, donde la misma ciudadaní­a monitoree, supervise y transforme la manera en que un gobierno temporal maneja los recursos, lograremos reducir drásticamente los í­ndices de corrupción y elevar los niveles de transparencia en Guatemala.

¿Pero cuál es la razón de que se haya utilizado este proyecto únicamente como ofrecimiento en la campaña anterior? En lo personal no considero que la causa esté limitada a la burda intención de llegar por cualquier medio al poder. Quizá es parte de, pero aquí­ hay una falencia más profunda que se está padeciendo, pues lo mismo sucedió con Berger. Lo que considero, por lo que he percibido y observado, es que padecemos de una gran ausencia de liderazgo que nos está ahogando. ¡¡Y cuidado que no estoy hablando de caudillos!!, pues lí­der es aquél que lleva intrí­nseca en su personalidad los más caros ideales. Ideales, no olvidemos, son aquellos juicios de perfección que buscan cambiar los males tradicionales, que como la corrupción, se encuentran latentes en todos los cí­rculos de la sociedad y que nos somete a la pobreza e ignorancia. El caudillismo lo hemos observado de manera tradicional en aquellos candidatos que cuando llegan al poder, se acomodan al estatus quo prevaleciente. No rompen esquemas, siguen con lo tradicional pues para ellos es más cómodo no chocar con las fuerzas nefastas y por eso prefieren el silencio y la inercia. Por eso es que los caudillos que hemos tenido como presidentes, ideas, como una reforma polí­tica profunda o un Consejo Nacional Contra la Corrupción, sólo pueden ser concebidas como artimañas de campaña, jamás les representan fines, mucho menos ideales. La fragilidad de su espí­ritu que también permite el acoso de los apetitos por las cosas materiales, no les deja identificar que la verdadera riqueza está en que los resultados tangibles de sus actos renovadores accederá a grabar su imagen en la retina de las actuales generaciones y en las multitudes venideras a través de los tiempos. Sin ideales no hay lí­deres, y sin lí­deres jamás habrá cambios en nuestro paí­s y eso estimado lector, es la verdadera causa de nuestros males.