La historia siempre es la misma, sólo que ahora parece ser que el diputado Carlos Herrera, presidente de la Comisión de Defensa del Consumidor del Congreso, está tomando aviada, gracias a la protesta generalizada con respecto a la encaramada de precios de las medicinas.
Vivimos engañados por los tecnócratas oficiales con ese cuento de que “en este país no hay inflación”. Y es que a juicio de tan dilectos personajes privilegiados, que reciben más de quince sueldos y jugosas jubilaciones, ésta existe sólo sí hay una alza generalizada y constante de los precios.
Y ello no sucede aquí: lo que hay son “saltos”, y conquistas en la pugna distributiva, lo suficientemente placenteros para tener contentos ayer a los productores de huevos, anteayer a los de la carne, y hoy a los farmacéuticos. Y el relajo que se arma siempre es el mismo: que la falta de control, que no son los mayoristas, que son los detallistas, que el tema está en los precios altos del exterior, que esto que aquello.
Gracias a la investigación de un matutino sobre el asalto en despoblado a los consumidores de medicinas, el revuelo se ha armado, pero también en ese caos se notan las diluidas responsabilidades institucionalidades: por allí está la DIACO, por allá está la Oficina de Farmacovigilancia, por este otro lado está la Procuraduría de los Derechos Humanos, mientras que los Ministros encargados de la salud y la economía del país hacen las del avestruz.
Y lo que está más claro y prístino que el agua de manantial es que en estos entuertos hay todos los vicios de las fallas del mercado que uno pueda imaginar: sobrecostos, publicidad engañosa, abuso de mercado, acuerdos de precios, poder monopólico, y en general abusos de todo típico, propios del estado de invalidez de un contexto en donde los más mínimos principios de defensa del consumidor y de promoción de la competencia brillan por su ausencia.
Aún recuerdo como si fuera ayer a mi profesor Larry De Brock de la Universidad de Illinois: los Estados Unidos, decía el hábil docente, “se caracterizan por tres símbolos básicos, y son éstos el pastel de manzana, los hot dogs y su Ley Antitrust”. Y ha sido esta ley, pese a sus deficiencias, la que ha logrado contrarrestar, en el país del norte, la influencia nociva que ejercen los monopolios, que dicho sea de paso están prohibidos por nuestra Constitución Política.
Lo cierto de todo esto es que a pesar “que no hay inflación”, como lo aseveran y martillan los economistas oficiales, el poder adquisitivo del quetzal viene en picada, gracias a estos saltos de precios en una gran variedad de artículos, que ni siquiera están incluidos en la Canasta Básica, que como su nombre lo indica es, ante todo “Básica”, que no mide ni considera la urgencia y la prioridad que en una familia de estrato bajo o medio tiene el mantenimiento de la calidad de vida del jefe de hogar, de la madre o los abuelos.
Pero lo que debiera quedar claro en las mentes de legisladores y pueblo es que sin ponerle dientes a la defensa integral y de tercera generación del consumidor y la competencia, mañana vendrá otro salto impune, a costa del consumidor.