Hay algo más que fierros oxidados, asientos destruidos y mal olor en las camionetas. No solo son esos detestables armatrostes rojos, azules o multicolores, que expiden humo como chimeneas y recorren las vías como bólidos. En las camionetas también hay personas.
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No me refiero al tropel de gente que usa las camionetas para transportarse y se conduce colectivamente como una estampida, sino a las personas, a las mujeres, hombres, niñas, niños, ancianos y bebés que todos los días necesitan de ese importante medio de transporte, en el que coexisten por minutos, horas y hasta días, mientras unos ríen, lloran o sueñan y lamentablemente, otros mueren.
El documental “La Camioneta”, presentado recientemente en diferentes cines y centros culturales del país, cuenta la historia de Hermelindo, quien soñó con ser el dueño de una “camioneta de parrilla” y con mucho trabajo honrado logró su objetivo, pero para eso atravesó una gran cantidad de obstáculos.
En la historia participan muchas personas, desde un subastador de autobuses escolares en Estados Unidos, pasando por el piloto que recorre México para traer el vehículo a Guatemala, hasta el responsable de adecuarlo para su funcionamiento como camioneta y los amigos y familiares cercanos de Hermelindo.
Pero la historia va aún más allá del sueño de hacerse de un transporte y se refiere también a la interacción colectiva de las personas dentro de las camionetas; ciertamente, muchas veces se trata de una convivencia entre extraños, pero al final todos los pasajeros comparten, además del espacio, intereses, esperanzas y objetivos.
En el filme, el director Mark Kendall expone cómo, por increíble que parezca, en una camioneta confluyen las emociones y sentimientos de personas que viajan en con la misma dirección, aunque hacia diferentes destinos, y a quienes lejos de ver como “usuarios” o “empresarios” del transporte, se les debe reconocer como personas.
Por su puesto que no quedan fuera los momentos difíciles, como las muertes en el transporte público por causa de la violencia y la indiferencia de los políticos que se aprovechan de las desgracias ajenas para sacar partida; llega a ser conmovedor observar como los pilotos se tragan el dolor que viven ante la amenaza de la violencia para no contagiar el miedo a sus seres queridos y es indignante cómo los políticos fingen que les importan los problemas de las personas más necesitadas.
En lo personal pude comparar a “La Camioneta” con una sociedad, en la que todos tenemos que convivir y ser solidarios si queremos llegar a nuestro destino, y obligadamente tenemos que viajar con otras personas que tienen que llegar a lugares diferentes, pero eso no nos hacen enemigos, sino aliados.
Tal vez las prisas nos han hecho ciegos y hemos perdido parte de nuestra capacidad para ver y entender la realidad en su justa dimensión, al punto que simplificamos todo y dejamos escapar esos pequeños, pero importantes detalles que son parte de la esencia de las cosas, incluyendo a las camionetas.