Hoy publicamos un reportaje sobre los focos de tensión existentes en el país y los riesgos, a la luz de la experiencia en otros países, de que las inconformidades puedan traducirse en movilizaciones sociales. En resumidas cuentas se plantea que en el área urbana, donde generalmente se gestan esos movimientos, no hay más preocupaciones que las del día a día y que es en el interior del país, entre los grupos campesinos e indígenas, en donde se puede apreciar que el malestar generado por proyectos como los de la minería, generan malestar que tiene algunas expresiones orgánicas.
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En todo caso, los analistas consultados coinciden en que en Guatemala no hay liderazgos sólidos que tengan suficiente poder de convocatoria y fuerza como para abanderar causas, sea en el interior del país o en las áreas urbanas. Ello se explica en buena medida porque los mejores dirigentes que ha tenido el país fueron víctimas de la violencia política que durante varias décadas desangró a Guatemala y no ha habido el relevo para sustituir a los líderes que fueron eliminados.
Mi opinión, sin embargo, es que ello lejos de ser un factor de estabilidad sin sobresaltos, nos expone porque la falta de liderazgos sólidos, con autoridad para conducir los movimientos sociales, los deja a la deriva y en esas condiciones puede de pronto surgir alguna voz irresponsable que pronuncie un discurso que atraiga a la gente y muchos se dejarán encandilar por propuestas que no necesariamente estarán buscando lo mejor para el país y para sus habitantes.
Muchos de los líderes que surgen en condiciones como las actuales de Guatemala son personas que no tienen ni la preparación ni el compromiso como para ejercer de manera positiva su papel. Muchas veces son expresiones de oportunistas ambiciosos que explotan los sentimientos populares para su propio beneficio y terminan sometiendo a naciones enteras porque éstas, carentes de verdaderos dirigentes, se dejan llevar por los cantos de sirena.
La eliminación sistemática de nuestros líderes fue vista en un tiempo como la eliminación de problemas porque muchos de los que fueron asesinados eran personas no sólo comprometidas sino muy carismáticas que tenían claro su papel. Mencionar a personas de la izquierda democrática como Manuel Colom o Alberto Fuentes y a conservadores como Jorge Torres Ocampo sirve para ilustrar el tipo de políticos con los que el país dejó de contar. La mediocridad se tuvo que hacer cargo de la conducción de partidos y movimientos sociales y las consecuencias las seguimos pagando por esa falta de claridad, consistencia y honestidad.
Nuestra juventud no ha conocido verdaderos líderes políticos o sociales que tengan la importancia nacional que llegaron a alcanzar algunos de los que, precisamente por ser tan destacados, fueron blanco de las balas. Y precisamente por ese precedente, por ese mal ejemplo, mucha gente se apartó de sus responsabilidades cívicas y políticas para no terminar con ese mismo destino, dejando el campo libre para que los oportunistas que no tenían nada que perder y sí mucho que ganar, ocuparan los espacios que en otras condiciones nunca hubieran estado a su alcance.
Repito que la falta de dirigentes serios, responsables y probadamente comprometidos con los intereses de la población no significa garantía de paz sino, por el contrario, riesgo de que el surgimiento de caudillos ambiciosos y con buen discurso puedan dirigir hacia su propio molino las insatisfacciones que hay por muchas razones bien fundadas entre los guatemaltecos. No aparece, hoy en día, la voz firme y al mismo tiempo mesurada de quien sabe lo que el país necesita y hasta dónde se puede y se debe llegar en la exigencia y el reclamo.