La asombrosa pintura de Andrés Sabán


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Aunque esté dispuesto a reconocer y a admirar el talento creativo, a la hora de aquilatarlo en la obra de un artista nuevo el crí­tico procede más bien con cautela y desconfianza, no vaya a ser que el entusiasmo espontáneo que le despierta el trabajo de un desconocido ponga en riesgo la reputación de su buen juicio estético. En los casos en que el asombro es genuino deja siempre un espacio para este tipo de dudas. Es un espacio vací­o en el que el crí­tico se encuentra desarmado y que trata llenar indagando sobre la formación y la trayectoria del “prospecto” y estableciendo relaciones con lo que conoce de historia del arte y de los artistas del medio.

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POR JUAN B. JUíREZ

Con la pintura de Andrés Sabán (Guatemala, 198?) el currí­culo del artista no ayuda a aliviar las inquietudes que siguen al asombro, primero porque se trata de un autodidacta puro que no ha expuesto nunca más que para sus amigos y cuya relación previa con el oficio es, por así­ decirlo, tangencial: hace tatuajes e hizo grafiti, cerámica y mantas publicitarias; y luego, porque su cultura artí­stica —muy amplia, por cierto—, es decir su estética y sus paradigmas creativos, los absorbió de los libros e  internet, en la soledad de su casa, alejado de la academia y del ambiente artí­stico local. De manera, pues, que el asombro —y la cautela— del crí­tico persiste, aunque ahora ya pueda relacionar los colores claros de la pintura de Sabán con los de alguna etapa de Van Gogh y establecer vagamente una vinculación genérica de sus temas y recursos expresivos con ciertas corrientes esotéricas de pensamiento y con el surrealismo europeo, sobre todo con Magritte y Dalí­.

Pero dejando de lado estas consideraciones dictadas por la cautela, se debe proceder a identificar en la pintura del pintor desconocido lo que causa asombro. Primero, el oficio, limpio, seguro, orientado a una representación convincente de imágenes realistas que describen inquietantes escenas “surrealistas”; segundo, su intuición certera de la forma expresiva y del orden de la composición, en armoní­a con la atmósfera “oní­rica” de sus imágenes; luego, la fecundidad de su imaginación y los alcances de su fantasí­a, que, como un juego infantil, le dan a sus obras un aire de levedad y frescura; después, quizás, el ingenio para encuadrar los elementos de la imagen en torno a rostros y objetos cotidianos y familiares. Y atrás de ello y de otras cosas más, la confiada actitud del artista, sin duda un poco ingenua para nuestra época desalmada, en la efectividad del arte para expresar y comunicar con pureza de sentimiento elevadas aspiraciones humanas.

Consecuencia de esa confianza en el sentido de la creación artí­stica y en las posibilidades expresivas y comunicativas que le abre su talento es la pasión con que Andrés Sabán se dedica a su trabajo.  En el poco tiempo que ha pasado desde que descubrió las posibilidades de su talento no ha dejado de producir con un seguro instinto de coherencia estilí­stica y temática.  No se trata, en efecto, de cuadros casuales que busquen asombrar al eventual espectador con la excelencia de la técnica o el ingenio imaginativo sino series completas en las que se desarrolla coherente y consecuentemente un pensamiento pictórico cuyos recursos son precisamente la capacidad técnica el ingenio y la imaginación, y que se vale, además, de elementos simbólicos que se integran en composiciones vagamente alegóricas y herméticas y en fantasí­as narrativas de genuino espí­ritu infantil.

Allí­ donde la cautela dicta esperar por lo que el talento de Andrés Sabán promete, sus cuadros actuales, con arquitecturas volátiles y fragmentarias, suelos movedizos y abismos geométricos que describen desde las profundidades del sueño inquietantes estados mentales, o con grupos de casas vací­as y las puertas y ventanas abiertas, unidas por veredas donde circula el cielo envolviendo a los seres humanos y a sus perros en su paso por la vida, apelan al intelecto y a la imaginación para hacernos ver lo que hay detrás de los escenarios ilusorios de nuestra época satisfecha y deslumbrante.