La arquitectura prehispánica guatemalteca


Según las fuentes que  analiza Carmack, se  observaron diversas construcciones en Utatlán: templos, altares, casas de linajes, palacios,  patios para el juego de pelota, muros defensivos, calles  y plazas, y otras construcciones menores.

Luis Raúl Navas Escobedo

Al momento de redactar una reseña sobre la arquitectura en Guatemala, con motivo de los 50 años de su enseñanza superior, se debe iniciar, necesariamente, con el recuerdo de la arquitectura del Señorí­o de Utatlán, sobre las lecturas realizadas en los textos de Robert Carmack, quien refiere diversas fuentes españolas y criollas, entre ellas las de fray Bartolomé de las Casas, fray Francisco Ximénez, Antonio de Fuentes y Guzmán, el contemporáneo Antonio Villacorta, el viajero Stephens, y el arqueólogo Fox. Se dará, entonces, relevancia a algunos puntos importantes sobre esta región maya k»iche» de Mesoamérica.


Las fuentes aseguran que las construcciones de Utatlán utilizan formas fálicas  y  mamarias para figurar el simbolismo sexual  de los templos.Imagen panorámica del sitio arqueológico actual.Celebración indí­gena en Utatlán.

De acuerdo con Robert Carmack, la creencia de los Señores de Utatlán era que los poblados eran sagrados mientras que los caserí­os rurales eran profanos, lo que representaba el contraste simbólico más elocuente en la idiosincrasia de las sociedades del altiplano guatemalteco. En otro nivel se encontraba el simbolismo de la arquitectura tolteca monumental, con sus construcciones de piedra y mezcla, blanqueadas y cernidas con cal «chun saqkab»; edificios con graderí­os y múltiples pisos y salones «xokoxaq ja tonataqja», cortes especiales «q»alib»al» con doseles suspendidos (muj); y por supuesto, «los templos que albergaban a los dioses» (según Adrián Recinos, 1957, y Antonio Villacorta, 1962). «ello transformó a los poblados en altares sagrados». Utatlán tení­a el culto divino: «el lugar saliente y respetado por sus dioses». Otros pueblos ofrecí­an grandes sacrificios y reverencias allí­, aunque tuvieran sus propios dioses y templos en sus poblados.

Según las fuentes que analiza Carmack, se observaron diversas construcciones en Utatlán: templos, altares, casas de linajes, palacios, patios para el juego de pelota, muros defensivos, calles y plazas, y otras construcciones menores; además, describió cada uno de los tipos principales de construcción en términos de su simbolismo k´iche».

Construcciones

Como residencia de las deidades, los k»iche»s llamaron «la casa de los dioses» a sus templos. Por sus dimensiones, se les llamó los grandes edificios «nimaq tzaa»q». Algunos de ellos fueron conceptualizados en forma «fálica», erectos hacia el poblado «chunik a»jol uwi´tinamit». Un dibujo del Tí­tulo Koyoy sugiere que se usaron techos con formas fálicas y mamarias para figurar el simbolismo sexual de los templos de Utatlán. Además, algunos templos denotaban con firmeza imágenes sacrificiales. Por ejemplo, al templo del cuarto linaje mayor, Tzu»tuya» Saqik, se llamó «Casa del Sacrificio Kaba»ja»», según Antonio Villacorta. Asimismo se apuntó que los templos propios «carecí­an de puertas»; el palacio estaba hecho de piedra y en algunos lugares tení­a más de un piso. Los pisos superiores eran más pequeños y más livianos que los inferiores. De acuerdo con Carmack, un dibujo del Tí­tulo Koyoy mostró el «Castillo de Utatlán» y su texto, confirmando que los palacios k»iche»s tení­an varios pisos.

Sin embargo Carmack, duda de que el Palacio del Rey de Utatlán tuviera seis pisos, como Fuentes y Guzmán consigna. Probablemente, los diferentes niveles que él describe «eran divisiones o secciones separadas de uno o más palacios», (en forma de perspectiva) distribuidas horizontalmente al mismo nivel, como los representaban en sus dibujos los nativos k»iche»s. Por ello, los compartimientos del Complejo de Palacios, pudieron ser los siguientes:

a) Cuarteles de milicia: con patio de entrenamiento, cocinas para preparar comida y salones para fabricar arma;

b) Salones: para los prí­ncipes y parientes masculinos cercanos del gobernante, asistidos por siervos y esclavos; otras cocinas y jardines estaban conectados con esta sección;

c) Residencia del gobernante: con salones especiales para cocinar, tejer, hacer petates y crianzas de patos (útiles por sus plumas); habí­a temascales en esta sección del palacio.

d) Residencias de las princesas u otros parientes femeninos del linaje del gobernante: «Esta sección tení­a un pasaje privado que conducí­a a uno de los complejos templarios». Como indicó Carmack, «las diferentes secciones de los palacios tení­an altares para celebrar ritos privados». Carmack explica que según «el dibujo del Tí­tulo Koyoy, los pisos superiores de los palacios se usaban con propósitos astronómicos», para lo cual tení­an «ventanales» o vanos que aparecen con arcos, que, según un croquis, «permití­an observar los cuerpos astrales». En una ventana «muestra el sol en su plenitud» (el mismo Carmack, supone que se trata del solsticio). «Sobre el sol hay 18 lí­neas y abajo hay otras en número indeterminado, probablemente 20». El calendario solar de 18 meses de 20 dí­as cada uno, era correlacionado con las fases del sol a través de las observaciones hechas en los palacios. El dibujo del Tí­tulo Koyoy revela cierta cámara «al parecer asociadas en el palacio, laboriosamente decorada con crestas sobre el techo».

e) Templos: en el Tí­tulo Koyoy, se representan templos en primer plano «que pudieran no estar vinculados con el palacio». Pero podrí­a ser una representación de tumbas construidas por los gobernantes de Utatlán en lo alto de sus palacios (Tovilla, 1960), las cuales estaban profusamente adornadas.

f) Palacios: «Adentro del Palacio los muros estaban encalados y pintados con frescos (…) que cuando morí­a un señor de Utatlán (?) no derribaban su casa, sino que de nuevo la blanqueaban toda e ingeniosamente pintaban alguna historia de sus proezas pasadas». Cuando era rey quien morí­a, blanqueaban de nuevo todas las calles y palacios por dentro y por fuera, «y pintaban nuevas historias». Carmack cita a Fuentes y Guzmán, quien menciona la existencia de frescos, en cuanto que «cuartos completos eran pintados con colores diferentes». Y los muros exteriores y las cornisas eran adicionalmente decorados con trabajos en mosaico de piedra. Los palacios eran sí­mbolos de la riqueza y el poder de sus gobernantes. Sin embargo, dentro del complejo se continuaron realizando las actividades del Estado. «Se convirtió en el dominio donde los gobernantes viví­an esplendorosamente (pues allí­) celebraban los grandes banquetes, en que consumí­an muchas aves y mucha carne, bebí­an diversos vinos, especialmente el supremo señor, el alto sacerdote y otros señores, (?) celebrándose un dí­a en la casa de uno, y los otros en las casas de los otros».

g) Juego de pelota: el oficial Popol Winaq, del linaje Kaweq gobernante, se encargaba del patio de juego de Utatlán, indicio de la importancia que el juego tení­a para los k»iche»s. El Pop Wuj relata de cómo se realizaba el juego (Chajil). Antonio Villacorta refiere que «siempre era una competencia entre unidades iguales o pares, cuatro o grupos más numerosos. Cada unidad defendí­a su propio lado (Kabi»chol). No se podí­an usar las manos para tirar la pelota; le golpeaba con las partes acojinadas del cuerpo, especialmente con las muñecas. Habí­a rápidos intercambios entre los competidores, golpeando la pelota contra el suelo y rebotándola contra las paredes. Con frecuencia, la pelota salí­a del patio, y tení­a que ser recuperada. En lo alto de las paredes laterales habí­a marcadores, que los jugadores trataban de impactar con la pelota. La victoria era un resultado de acertarle a los marcadores. El juego y el patio fueron profundamente simbólicos. El patio de juego era el camino al inframundo de los muertos (ube» xiba»lba»). Era el camino negro (qe»qabe») rodeado de peligrosos barrancos, espinos y rí­os sangrientos. Conducí­an al pukba»l chaj, el lugar del polvo y las cenizas, -el hábitat de los muertos sepultados-, nombre que posiblemente se le aplicaba también al patio del juego.

h) Fortificaciones, caminos y muros: según relata Carmack, las fuentes españolas describen un complejo de veredas, calles, caminos, muros y fortificaciones en Utatlán. Fray Bartolomé de Las Casas consigna «que los caminos que salí­an del poblado tení­an pequeños altares llamados mumuz, espaciados como para puntos de descanso. Adentro del poblado hubo muchas calles y plazas recubiertas de estuco blanco». Los conquistadores las encontraron angostas y quebradas, tanto así­ que sus caballos no podí­an desplazarse eficazmente dentro del poblado. Fuentes y Guzmán mencionan angostas calles que conducí­an al Palacio, a las secciones adyacentes del poblado. Algunas tení­an carácter privado, y la que conducí­a de los salones de las princesas a su seminario era secreta.

Vida cotidiana

«Ese laberinto de calles y plazas se llenaba de gente durante las celebraciones principales. En esas ocasiones las barrí­an y limpiaban y las adornaban con ramas de pino y flores (?) Los í­conos de las deidades eran llevados en andas por las calles y plazas, parando en puntos selectos». En consonancia con las procesiones, los instrumentos musicales empezaban a sonar, y los cantos, los bailes, comedias y mí­micas, «todos con mucho orden y conciertos», relata Fray Bartolomé de las Casas. Del entramado urbano, Carmack refiere que los nativos «casi no mencionan» las calles y plazas en sus crónicas. Pero una referencia del Tí­tulo Koyoy señala que los k»iche»s estaban concientes de que su poblado estaba lleno de calles, edificios de varios pisos e hileras de edificios. Generalmente, las calles del poblado no eran concebidas separadas de las construcciones de cal y estuco blanco (chun sa qkab») que simbolizaban el poder polí­tico de los poblados. Los k»iche»s preponderaban sus procesiones rituales y militares, más que en las calles en sí­, por donde pasaban. Mientras los guerreros vasallos (achij) marchaban en procesión detrás de sus lí­deres en Utatlán, según relata Antonio Villacorta, y cuando volví­an triunfantes los guerreros, los salí­an a encontrar. Adrián Recinos describe que «En gran procesión, los guerreros eran llevados por el camino (b»eyawok) que regresaba al poblado».

El inexpugnable Utatlán

El Popol Vuh, según Antonio Villacorta, dice que la parte posterior del barranco y del poblado de Utatlán estaba fortificado (katey) que resguardaban guerreros vasallos. Se construyeron diferentes clases de muros y cercas: qejoj, muros de piedra; t»zaalam, cerca de tablones de madera; koxtun, muro fortificado baluarte; kzapib», puerta, a veces de piedra; y chinamit, pequeño muro territorial. í‰stas eran defensas en las cuales los arqueros k»iche»s podí­an ocultarse del enemigo. Los koxtum eran muros de grandes proporciones de piedra edificados en puntos vulnerables -o estratégicos-.

Habí­a de estas murallas dentro de poblado, como la que rodeaba al palacio, según relata Fuentes y Guzmán. Estos muros eran hechos de piedra y lodo, y les llamaba tzalam caxtum, que significa tablones de madera y empalizada, o pared, y éste es el nombre de tales construcciones porque la mayorí­a de lugares, además de ser la casa del í­dolo, también era un castillo y fuerte donde se defendí­an del ataque de sus enemigos, según fray Francisco Ximénez.

Simbolismos

Ximénez se refiere al centro polí­tico o tinamit como un núcleo o complejo defensivo. El simbolismo de la arquitectura tolteca monumental, con sus construcciones de piedra y mezcla, blanqueados y cernidos con cal (chun saqkab»), edificios con graderí­os y múltiples pisos y salones (xoko xaq ja, tanataq ja) cortes especiales (qalibal) con doseles suspendidos (muj), y los templos que albergaban a los dioses.

Las fuentes analizadas distinguen variedades de construcciones de Utatlán: templos, altares, casas de linajes, palacios, patios para el juego de pelota, muros defensivos, calles y plazas, otras construcciones menores.

Los templos se veí­an como residencias de las deidades; los k»iche»s llamaban «la casa de los dioses» a sus templos (rochoch kabawil), según Villacorta. Parece que por su gran tamaño se les llamó «los grandes edificios» (Nimaq Tz ´aq). Algunos de ellos, fueron conceptualizados en forma fálica, erectos hacia arriba del poblado (chunikajal uwi»).

El tinamit, según Antonio Villacorta, un dibujo del Tí­tulo Koyoy sugiere que se usaron techos con formas fálicas y mamarias para figurar el simbolismo sexual de los templos, denotaban con firmeza imágenes sacrificiales. Por ejemplo, al templo del cuarto linaje mayor, Tzutuja» Saqik, se les llamaba casa del sacrificio (kajbaja).

Fray Bartolomé de Las Casas consigna que los templos propios carecí­an de puertas, y en algunos casos los iconos de las deidades en piedra y madera estuvieron escondidos en cuevas y parajes secretos afuera de poblado. El sumo sacerdote usaba una señal especial para identificar las ocasiones en que los í­conos divinos eran traí­dos de sus escondites y colocados en los templos. Al hacer la señal, se iniciaban las danzas, la música y los actos ceremoniales. «Los templos con sus iconos divinos, eran puntos altamente sagrados (awasinik)», según Antonio Villacorta. Los guerreros no podí­an acercarse a ellos sin preparativos elaborados. Los sacerdotes regulares y laicos subí­an los graderí­os para presentar las ofrendas, pero esto exigí­a ayunos y continencia, previos. «Desde el punto de vista de los vasallos, los templos truncados deben haber sido simbólicamente equivalentes a las montañas y haber estado estrechamente asociados a la tierra». Para los señores, sin embargo, esta asociación era débil (nunca la menciona en sus escritos) y los templos eran ví­as de acceso al cielo (especialmente, al sol) más que puntos de contacto con la tierra.

Con los altares, se indicó antes que los templos de Utatlán los tuvieron para recibir las ofrendas sacerdotales, y en el caso del templo Tojil, el altar tení­a forma de una gran piedra sacrificial. En un mapa del Tí­tulo de Totonicapán se representa un altar especial llamado Tzumpam, que es la palabra náhuatl arcaica para Tzompantli (el conocido altar poste de los cráneos aztecas). Al parecer el mapa provee una visión en perfil, lo que sugiere que consistí­a de cuatro postes verticales que sostení­an ocho postes horizontales en los que se colgaban las cabezas. El sombreado en «X» de la plataforma podrí­a representar huesos pintados en cruz. De las Casas describe cómo usaban los k»í­che»s ritualmente el altar de los cráneos en la siguiente forma: «Poní­an las cabezas de la ví­ctimas sacrificadas en unos postes, sobre cierto altar especialmente dedicado para esto».

Integración del simbolismo de Utatlán

Las interrelaciones simbólicas entre los diferentes edificios y secciones están definidas pobremente en las fuentes consultadas. De las Casas confirman que hubo templos dedicados a las deidades que simbolizaban a los puntos cardinales, cada una con su altar y su templo.

Se le llamaba, en el Tí­tulo Totonicapán, deidad del cielo, de la tierra, del sol naciente (oriente) y del sol poniente (oeste), respectivamente, pero este arreglo cosmológico básico estaba complicado por las deidades de los linajes compañeros de los Kaweq Nijaib de Utatlán de los linajes Ajau K»iche», y Tzuutujá Saqik, contrastando con las asociaciones astrales de los Kaweq y Nija»b», las deidades patronales de los Ajaw K»iche» y los Saqik eran principalmente terrestres.

Jakawitz, montaña abierta

El dios Ajaw K»iche» era una deidad de la montaña. Simbolizaba el aspecto masculino de la tierra y tení­a carácter abiertamente fálico.

De alguna manera, la disposición de los templos dedicados a las deidades de las montañas y las llanuras de los Ajaw K»iche» y Saqik debieron de haber simbolizado su relación cosmológica. Está fuera de duda que el templo de Jakawitz era alto y fálico, como era el templo de Tojil.

El templo de Nikaj Taqaj debió de haber sido más bajo y chato. Probablemente los dos templos también simbolizaban los puntos en la tierra donde el sol se levanta y cae; al igual que Tojil y Awilix, ellos participaban de las caracterí­sticas de las deidades orientales y occidentales de Utatlán. El templo de Jakawitz, masculino y llegando al cielo, saludarí­a a Tojil al parecer sobre las faz del tierra cada dí­a. En una tradición recogida por Juan de León, se dice que Jakawitz es el sol en su cenit. Presumiblemente, la asociación cosmológica de Tojil con Jakawitz (para ver hacia el sol naciente). Mientras que el segundo estaba situado en dirección sur o al cielo con respecto a Tojil. Nikaj Taqaj, femenina, interior de la tierra, se encontrarí­a con Awilix cada noche, después de irse el sol al inframundo.

Finalmente, «los templos de Jakawitz y Nikáj Taqw´aj estuvieron localizados cerca de los casas grandes de los linajes Ajaw K»iche» y Saqik, respectivamente». Los dibujos del tí­tulo Koyoy muestran edificios de Utatlán con adornos notablemente eróticos. Las crestas de los techos, en formas fálicas y mamiformes, habí­an sido lo más apropiado para los templos discutidos aquí­. Tales construcciones habrí­an dramatizado en grado sumo las relaciones sexuales sugeridas por nuestras fuentes, aunque el Templo de Tojil era el edificio central y dominante del recinto ceremonial de Utatlán.

Sin embargo, estaba integrado con el templo principal de Awilix, en un complicado arreglo cosmológico. Se simbolizaban los cuatro puntos cardinales: Tojil hacia el cielo y el oriente, Awilix hacia la tierra y el occidente. Desafortunadamente, cualquier intento de reconstruir el esquema cosmológico de la comunidad de Utatlán será incompleto. Por ejemplo, las fuentes no indican si las deidades asociadas con los cuatro puntos cardinales estuvieron también integradas por principios temporales o calendáricos. «Â¿Se identificaban, acaso, con los cuatro cargadores del año quienes se pensaba traí­an fortunas diferentes a los años que presidí­an?», se preguntó Carmack.

Sobre la posición cosmológica de Quq»kumatz, el Dios serpiente emplumada, como deidad de la lluvia y el viento, Antonio Villacorta mencionó que «su templo debe haber sido redondo y no alto». Su asociación con las nubes y el agua probablemente le confirieron un simbolismo femenino, pero un aspecto del masculino Tojil era la serpiente emplumada. Las caracterí­sticas duales masculinas y femeninas de Quq»kumat»z pudieron haberle calificado para servir como mediador simbólico entre Tojil y Awilix (idea sustentativa de Juan de León).

El lugar que ocupaba Tepew en la cosmogoní­a k»iche», según las fuentes, es directamente a Q»uq»kumatz; entonces Tepew era deidad que aparentemente tuvo su propio linaje sacerdotal y estaba asociado con el rayo y el fuego (Tepew Yaqui), relata Villacorta en 1962.

Edmoson lo confirmó «Un dibujo que acompaña al Tí­tulo de Totonicapán, nos brinda un dramático relato sobre la forma en que las consideraciones polí­ticas podí­an modificar las relaciones cosmológicas ideales descritas antes. Las figuras del dibujo, que se dicen ser edificios (Tzaáq) de Utatlán, ya han sido identificadas como cuatro casas grandes, el altar de los cráneos y el altar de los gladiadores.

Es posible que se trate de un mapa auténticamente nativo, -y que las distribuciones espaciales- entre las figuras den idea de cómo se distribuí­an los edificios de Utatlán. Si tal es el caso, entonces éste muestra una gran plaza con cuatro Casas Grandes. Una en cada esquina, y dos plataforma altares al centro. De la reconstrucción anterior de relaciones cosmológicas, se sigue que la casa grande Ajpop estarí­a situada cerca del templo de Tojil, al oeste de la Casa Grande o Nijaib. Esta reconstrucción es posible, el simbolismo pudo haberse reflejado en un complejo patrón mí­tico para todo el centro ceremonial de Utatlán, aunque nunca se explica en las fuentes. Se menciona el Tzumpam como el altar de los cráneos, que simbolizaba un altar en la plaza central al patio (kulnikalja) de la Casa de la Anciana Abuela (Ixmukane). «Se dice que allí­ habí­a cañas (aj) sembradas que se marchitaban», cuando sus nietos eran «bañados», pues ella quemaba copal ante ellos», señaló Antonio Villacorta.

Si un altar semejante de cañas viejas existió en Utatlán, y si el poblado fuese identificado con la casa de la abuela, ello explicarí­a el extraño nombre que se dio al poblado: Qumarkaj, casa vieja o cañas viejas, según Brasseur.

En el sitio de Tenam se construyó una Plaza tipo Utatlán debajo de una Acrópolis elevada, sin paralelo en los patrones de Utatlán. La plaza comparte con el mismo Utatlán, los siguientes rasgos: templos que ven al oriente y al occidente, siendo patio de juego de pelota en la parte sur de la plaza, piso repellado en la plaza.

El descubrimiento de los sitios de borde de barranco por parte de los arqueólogos, con sus construcciones amuralladas sobre los mesetas circunvecinas del Utatlán (nuclear) o central, recuerda el sacrificatorio o lugar de sacrificatorio. Es una estructura cuadrangular de piedra, de 66 pies por lado en la base, que se eleva en forma piramidal, relata el viajero Stephens en 1853. Hay gradas en medio de tres de sus lados, midiendo cada contrahuella 17 pulgadas y cada huella sólo ocho pulgadas. En las esquinas hay cuatro contrafuertes de bloques de piedra, los que, a medida que ascienden sobre la arista, disminuyen de tamaño, y que aparentemente estaban destinados a sostener la estructura. En el lado que se ve hacia el poniente no hay gradas, sino que la superficie es lisa y cubierta con estuco, ya gris de estar expuesto.

La pintura de jaguar sobre el estuco del templo de Tojil recuerda que el jaguar (balam) era uno de los tótem (nahual) del linaje gobernante Kaweq, y de su deidad patronal Tojil. El padre fundador de este linaje fue Balam Kitze (Jaguar del Bosque) cuyo nahual, de acuerdo al Pop Wuj, era el jaguar. También hay jaguares pintados y esculpidos asociados a los más importantes templos toltecas de Tula y Chichén Itzá, dedicados a Quetzalcoalt, quien representa uno de los aspectos de Tojil. Presumiblemente, las caracterí­sticas del jaguar que denotan poder, majestad y liderazgo hací­an de él un tótem apropiado para el templo Kaweq dedicado a Tojil.

El Templo de Awilix

Este templo ha retenido algunas de sus formas arquitectónicas a través del tiempo, a pesar de que toda la piedra del forro exterior ha sido removida. Relata el arqueólogo Fox el arqueólogo, que «consta de dos terceras terrazas principales, la primera ancha y la segunda un poco atrás y encima de la primera».

El libro que escribió Robert Carmack sobre el Señorí­o de Utatlán, no cabe duda, rescata y explica para los legos, cómo un arqueólogo puede vislumbrar la disposición y las formas originales de la arquitectura k»iche». Para los arquitectos es un valioso documento con el que se puede reconstruir también mentalmente ese maravilloso mundo mesoamericano como lo fue la ciudad-baluarte de Utatlán.

La Facultad de Arquitectura de la Universidad de San Carlos de Guatemala celebró en esta semana sus 50 años de fundación, por lo que presentamos este texto que aborda uno de los orí­genes de la arquitectura en Guatemala.