El presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, y la ex primera ministra Benazir Bhutto, que el jueves regresó tras ocho años de exilio, negocian una alianza para compartir el poder en las legislativas de enero, pero este enlace favorable para Washington resulta peligroso para ambos.
Desde julio, los dos campos negocian una alianza que permitiría a sus dos partidos ganar las elecciones legislativas. El general Musharraf, que tomó el poder en un golpe de Estado sin derrame de sangre hace ocho años, pero cuya popularidad cae en picado desde hace seis meses, continuaría siendo presidente y Bhutto se convertiría en primera ministra.
La administración estadounidense del presidente George W. Bush apoya de forma apenas velada esta alianza.
El general Musharraf es un aliado clave de Estados Unidos en su «guerra contra el terrorismo» desde 2001 y está convencido, como Washington, de que Al Qaida y los talibanes afganos han reconstituido sus fuerzas en las zonas tribales del noroeste de Pakistán, fronterizas con Afganistán, apoyados por las tribus paquistaníes fundamentalistas.
Bhutto, «niña de los ojos» de Washington cuando era primera ministra, de 1988 a 1990 y más tarde de 1993 a 1996, siempre se ha presentado como un escudo contra los islamistas.
Recientemente repitió que los «erradicaría» del país e incluso autorizaría ataques aéreos estadounidenses en las zonas tribales, algo que el propio Musharraf siempre ha rechazado con vehemencia, pese a que fuentes militares y medios de prensa aseguran que ya se efectuaron, secretamente o atribuidos al ejército paquistaní.
Sin ninguna duda, una alianza entre Musharraf y Bhutto contaría con el apoyo de una franja importante de la población paquistaní más occidentalizada, pero ya es muy mal vista por una parte cada vez mayor de los 160 millones de musulmanes de la República Islámica de Pakistán.
Incluso los musulmanes más moderados consideran que la «guerra de Bush» no es la suya. Recientemente sufrieron los daños colaterales cuando una oleada de atentados suicida sin precedentes dejó 300 muertos en todo el país en tres meses. Osama Bin Laden declaró en persona la «guerra santa» a Musharraf, al que Al Qaida califica de «perro de Estados Unidos».
«Y esta guerra es todavía menos popular en Pakistán porque pasa por el apoyo al régimen de Musharraf, de contornos democráticos dudosos», considera Hasan Askari, ex decano del departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Pendjab.
Por su parte, Shafqat Mahmood, analista político y editorialista del diario Dayly News, considera incluso que esta alianza reforzaría a los partidos fundamentalistas, representados en el Parlamento, que sueñan con tomar el control de esta potencia nuclear.
«Nuestros amigos estadounidenses piensan que poniendo a Bhutto y Musharraf juntos en el poder crearán un equipo de ensueño (…) pero este ’dream team’ no puede erradicar el extremismo porque ambos son considerados como hostiles a los religiosos», considera Mahmood.
«No les quedará otra opción que el recurso a la fuerza y la era Musharrad ha demostrado que esta estrategia no funciona», concluyó.
Por otra parte, en ambos partidos se elevan las voces críticas con sus líderes.
En el campo de Bhutto, algunos evocan la «traición» de la ex antimilitarista de los años 90, en un país que ha vivido más de la mitad de sus 60 años de existencia bajo el mando de los generales golpistas.
En el bando de Musharraf, numerosos políticos rechazan la alianza con Bhutto, que amenaza con hacerles perder sus puestos.