«El 14 de marzo de 1883, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre».
Con estas palabras Federico Engels se refería a la muerte de su entrañable amigo y colaborador Carlos Marx. En efecto, en esa fecha moría Marx, el hombre. Pero nacía, para habitar en el inmortal mundo de las ideas, Marx el filósofo, el político, el humanista. Se cumplen, pues, en este 2008, 125 años de su muerte. Ocasión propicia para revalorar su pensamiento y obra.
Contrario a lo que proclaman hoy día nuestros neoliberales tropicales (eternos prisioneros de sus propias mentiras, cual esclavos de una caverna platónica moderna), el pensamiento de Marx está más vivo que nunca. Aunque muchas de las cosas del mundo actual no las haya podido prever (y tampoco tenía por qué hacerlo), cosas tales como el avanzado desarrollo de la tecnología que ha traído un ficticio bienestar a las masas, su teoría de la historia, su explicación del desarrollo de las sociedades, su búsqueda de la forma de abolir la injusticia entre los hombres, o su insistencia en la emancipación e igualdad de los seres humanos, siguen siendo actuales.
Hoy más que nunca, cuando estamos siendo avasallados por la voracidad insaciable de las grandes transnacionales quienes, ocultas tras gobiernos títeres, son las que establecen las directrices que las sociedades deben seguir a fin de garantizar el consumismo alienado que les mantiene vivas, revisar la filosofía de Marx es una tarea perentoria. Estos mismos monopolios, propietarios de grandes capitales, nos venden espejitos con los que tratan de engañarnos haciéndonos creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Uno de estos espejitos es la tan cacareada globalización, falsa ilusión con la que pretenden seducirnos para que pensemos que ésta es una de las mejores ventajas que puede traer el capitalismo. Empero, dicha globalización únicamente ha generalizado, aún más, la pobreza, pues las millonarias ganancias producidas por estos gigantescos mercados van a parar a los muy privados bolsillos de los de siempre. De esa cuenta, han globalizado la desigualdad pues las ganancias siguen siendo privadas y las pérdidas, públicas. Si la globalización es tan buena ¿por qué no globalizar también la justicia, por ejemplo?
Todas las medidas económicas que estas transnacionales han implementado en los últimos años lo único que han conseguido, insisto, es un mundo cada vez más injusto. Ante esta realidad, muchas de las ideas de Marx cobran renovada actualidad. La misma globalización, si la consideramos desde una perspectiva marxista, la entenderemos como uno de los últimos intentos que el capitalismo, ya entrado en una fase final gracias a sus propias contradicciones internas, pretende implementar para salvarse. Su condena a muerte ya está decretada y sólo es de esperar que el mismo desarrollo de la historia le lleve a su fin. La aparente rebosante salud de la que goza el capitalismo, es una más de las mentiras que repiten sus apologistas quienes quieren seguir con el engaño.
El sólo recurrir al pensamiento de Marx como un método de análisis para comprender la historia y la evolución de las sociedades humanas, nos muestra cuán fructífera puede ser su teoría, además de la genialidad, lucidez y profundidad de sus ideas filosóficas.
Es verdad que existen otros métodos de análisis social, pero la gran aportación de Marx, a mi juicio, y que lo hace único dentro de la historia del pensamiento, es que logra desentrañar la lógica interna que subyace en un sistema tan perverso como es el capitalismo. El poder de su perversión es tal que llega hasta destruir la base misma de la sociedad, esto es, la familia.
Actualmente, Guatemala atraviesa por un periodo de descomposición social que ha hecho de este país uno de los peores del mundo. Cuando se buscan las causas de dicha descomposición, es un lugar común afirmar que la culpa de esto la tiene la pérdida de valores; que tal pérdida de valores es producto de que la gente se ha alejado de Dios; que las maras son el resultado de que los padres de familia ya no se ocupan de sus hijos; que la desintegración familiar ha provocado que estos muchachos busquen en las drogas y la violencia una forma de compensar el afecto que les ha sido negado. Y así, se siguen enumerando una serie de «posibles» causas. Pero casi nadie reconoce que la principal causa de todo esto es la desigualdad e inequidad social, producto de la pobreza. En efecto, es la pobreza la base de todo este proceso de descomposición. Claro que esto no lo aceptan las élites del poder económico quienes, aferrados a la teoría del derrame del vaso y la mágica mano invisible de una entidad metafísica como lo es el mercado, escamotean la verdadera causa de nuestro subdesarrollo general. Reconocer que la pobreza es la causa última de nuestros males sociales, obviamente va en contra de sus mercantiles intereses.
Precisamente es el análisis marxista de la sociedad, el que explica detalladamente cómo la pobreza provoca una serie de efectos negativos en las sociedades, por lo que no debemos buscar las causas de esos males en la moral, en el destino, en que todo es castigo de Dios y otras tantas supersticiones. El ejemplo de Guatemala, es una pequeña muestra de cómo se puede aplicar la teoría marxista al análisis social y de la validez que aún tiene el pensamiento de este genial pensador. De hecho ya se ha aplicado este método de interpretación social a nuestro contexto.
En efecto, utilizando el pensamiento de Marx como un método de análisis social, don Severo Martínez Peláez escribió su monumental obra: La Patria del Criollo, en la que apoyándose en el escrito de Antonio de Fuentes y Guzmán, La Recordación Florida, hace un análisis pormenorizado de las condiciones que sirven de base para la construcción de un país llamado Guatemala. Al dejar claro el modo de producción que prevalece durante la colonia, el profesor Martínez Peláez va explicando las consecuencias históricas que dicho modo de producción provoca hasta llegar a la realidad actual de lo que somos como individuos y como sociedad. Todo ese recorrido histórico que hace el profesor Martínez Peláez nos permite comprender el porqué somos lo que somos actualmente. Lo que Guatemala es hoy día, no es producto del azar o la casualidad o los dioses, etc; sino que es la consecuencia directa de lo que conquistadores y conquistados proyectaron a través de sus particulares relaciones de producción que estaban, a su vez, condicionadas por el modo de producción prevaleciente. Guatemala es un país injusto y desigual, porque esas fueron las bases sobre las que se construyó como tal. Y todo este análisis (aquí explicado de forma demasiado simple) es posible hacerlo gracias al método marxista en el que se apoya don Severo Martínez. Así que un buen ejemplo de cómo se puede aplicar el pensamiento de Marx para comprender lo que el mundo es en el presente, es el libro de don Severo Martínez Peláez, el que debería ser lectura obligatoria para los todos los que deseen, con sincera honestidad, comprender nuestra realidad.
Hoy más que nunca es necesario pues, releer las obras de este pensador alemán, para encontrar en ellas las claves que nos permitan entender la realidad presente. Hoy más que en ninguna otra época, creo que este filósofo tiene mucho que decirnos, aunque a los neoliberales no les guste.
Quienes no estamos adocenados y no nos hemos dejado seducir por las promesas de un sistema de suyo perverso como es el capitalismo, deberíamos volver la vista a Marx y leer sus obras con los ojos de hoy, a la luz de lo que somos y de lo que es nuestra época, acaso como un permanente homenaje a la figura y pensamiento de este inmortal filósofo.
Harold Soberanis
Profesor titular de filosofía, USAC.