El estampado de puntos es para la artista japonesa Yayoi Kusama la inspiración de su vida. Una obsesión, una pasión.
Kusama los ha plasmado en todas partes, no sólo en lienzos, sino en instalaciones con forma de tentáculos y en calabazas amarillas enormes.
En su retrospectiva, exhibiéndose en el Museo Whitney de Arte Estadounidense en Nueva York, también brillan como bombillas de «luciérnaga» reflejadas en el agua y los espejos.
Los puntos de Kusama han llegado hasta la moda en la colección de la marca de lujo francesa Louis Vuitton en bolsos, lentes para sol, zapatos y abrigos.
«El estampado de lunares es fabuloso», dijo Kusama en una entrevista reciente con The Associated Press, en la que lucía mucho menor a sus 83 años con una peluca rojo brillante, un vestido de lunares que ella misma diseñó y una de sus nuevas pañoletas de lunares para Louis Vuitton.
Kusama es una figura rara para el mundo de la moda. Ha vivido en una institución psiquiátrica por décadas, combatiendo los demonios que alimentan su arte.
A pesar de esto, en su estudio en Tokio, lleno de pinturas murales atiborradas con sus repetitivos puntos, Kusama dijo que la colaboración fue natural y surgió de su amistad con el director creativo de Louis Vuitton, Marc Jacobs.
La marca ya había tenido éxito hace 10 años al colaborar con Takashi Murakami, otro artista japonés, en una línea de bolsos.
La colección de Kusama es presentada en las boutiques de la marca en el mundo, incluyendo Nueva York, París, Tokio y Singapur, y en algunos casos está acompañada de maniquíes que imitan a Kusama.
«Los lunares cubren los productos infinitamente», dijo Louis Vuitton, que suma 24.000 millones de euros (29.000 millones de dólares) en ingresos anuales, la mayoría de los cuales provienen de Japón. «No hay en medio, no hay comienzo, no hay final».
Los puntos comenzaron a llegar a la obra de Kusama hace más de 50 años, cuando era una pionera japonesa aventurándose en Estados Unidos para evitar ser la mujer casada que querían sus padres.
Sus lunares están de moda ahora, pero cuando llegó a Nueva York en 1958, la tendencia era la «pintura de acción», o «action painting», característica de Pollock. Kusama sufrió años de pobreza y obscuridad, pero siguió fiel a sus puntos.
Ponía círculos de papel en el cuerpo de la gente y una vez sobre un caballo en un performance contra la guerra a finales de la década de 1960, en el que varios fueron arrestados por obscenidad, pero que llamó la atención de los medios sobre su arte. Mientras estaba en Nueva York se hizo amiga de artistas como Andy Warhol, Georgia O’Keefe y Joseph Cornell, quienes elogiaban su estilo innovador.
Desde entonces la fortuna le ha sonreído a Kusama.
En 2008, Christie’s subastó algunas de sus obras por 5,8 millones de dólares. Su retrospectiva en el Museo Whitney estuvo antes en el Centro Pompidou de París y en la galería Tate Modern de Londres. Este mes, una importante exposición, «Eternidad de la Eternidad Eterna», fue inaugurada en su ciudad natal, Matsumoto, en la prefectura de Nagano, e incluía autobuses para los visitantes decorados con lunares.
Pero los puntos tienen un origen triste para Kusama. Desde su infancia sufría alucinaciones recurrentes. Un retrato de su madre que hizo a los 10 años muestra una cara llena de puntos. Adentrarse en el arte fue la forma de superar sus miedos y delirios.
Desde su regreso a Japón, hace casi 40 años, Kusama ha vivido en un hospital psiquiátrico y toma medicamentos para evitar la depresión o impulsos suicidas, aunque se dirige diariamente a su estudio donde trabaja apasionadamente en sus pinturas.
Kusama, quien también ha hecho películas y publicó varias novelas, reconoce que no sabe de dónde le llegan las ideas, simplemente toma las brochas y comienza a pintar.
«Pienso: ‘Oh, ¿pinté eso? Estaba pensando eso»’, dice con su voz seria.
Su más reciente proyecto es una ambiciosa serie de pinturas con detalles juguetones como triángulos y espirales, sin olvidar sus famosos lunares, en colores brillantes, casi fluorescentes.
Mientras Kusama trabajaba en el cuadro 196 de la serie, su mirada de concentración recordaba a una niña, aunque a la vez era valiente. Pintaba puntos rojos dentro de puntos blancos, uno por uno.
«Quiero crear mil pinturas, quizá dos mil, tantas como pueda pintar», dijo. «Seguiré pintando hasta que muera».