Hace 284 años nació Immanuel Kant, el 22 de abril de 1724, en la misma ciudad donde murió, Kí¶nisberg, una de las más importantes de Prusia, anexada después de 1945 a la Unión Soviética con el nombre de Kaliningrado. Allí murió, apenas un par de meses para que cumpliera los 80 años. Durante su larga vida, Kant escribió una obra filosófica amplia y original.
A principios del siglo XX, el filósofo Hermann Cohen hizo accesible el complejo pensamiento de Kant y sus enormes consecuencias para la fundamentación del conocimiento científico, ético, jurídico y político. La influencia del neokantismo en Alemania fue sensible, hasta que los nazis tomaron el poder y forzaron a sus filósofos al mutismo o el destierro.
El pensamiento kantiano se extendió por otros países. Popper (primero en Austria y, luego, en Inglaterra) formuló una versión propia de la filosofía crítica, el realismo crítico, que transformó la epistemología de la ciencia natural y abrió el camino para la nueva filosofía de la ciencia. En Gran Bretaña, Paton y Ross retomaron las grandes obras kantianas sobre ética. A ellos se sumó Beck, en Estados Unidos.
A partir de 1971, el filósofo norteamericano John Rawls reanudó el pensamiento sistemático con su Teoría de la justicia, de origen kantiano en filosofía moral y jurídica. Esta obra monumental ha sido divulgada en Guatemala en el doctorado en Derecho, en la Universidad de San Carlos, gracias al rigor y entusiasmo de René Arturo Villegas Lara.
Estas palabras mínimas son un homenaje a Immanuel Kant, con quien comenzó la filosofía contemporánea, pues todos los interrogantes de un pensamiento posmetafísico están presentes en su obra y ahí encuentran un esbozo racional de respuesta.
No debe sorprendernos que todas las reacciones contra una razón crítica, provenientes de la vieja metafísica dogmática o del relativismo posmoderno, hicieron de Kant su blanco predilecto. Esos esfuerzos han sido estériles, ya que las formulaciones críticas del filósofo alemán continúan vigentes.