Un Kandinsky original, un lienzo del mismo puño de Andy Warhol, un simple Rolex o un Patek Philippe: las casas de empeño de Beverly Hills están recibiendo verdaderos símbolos de la abundancia mientras la banca estadounidense deja sin crédito hasta a los ricos.
«Este negocio en los últimos ocho meses está en auge», dijo a la AFP Yossi Dina, presidente de su casa de empeño de objetos de lujo The Dina Collection, conocido en Beverly Hills como «El Prestamista de las Estrellas».
La prosperidad que transmite Dina y otros colegas de oficio contrasta con las caras largas de anticuarios para quienes «todo va mal» en estas calles aledañas a Rodeo Drive, donde las tiendas de lujo son el principal atractivo.
«Ayer hice mi primera venta en más de un mes y fue a Michael Jackson, que vino con dos guardaespaldas y enmascarado, previo aviso de su agente, y me compró una estatua por 4.400 dólares», dijo David Delijani, un iraní que en sus 10 años en un punto estratégico de Beverly Hills ve su negocio en picada.
Pero en materia de prestar dinero a cambio de anillos Cartier o reconocidas obras de arte, la historia pinta rosa y hasta ofertas de estatuillas Oscar dicen recibir los prestamistas, que muy a su pesar no pueden aceptar por el contrato que amarra a estos premios con la Academia que los concede.
«A personas de negocio, a gente de peso, los bancos no les están dando dinero pero ellos lo necesitan a corto plazo», dijo Dina en una oficina atiborrada de contratos de empeño por collares de diamantes, un Globo de Oro y donde cuelga una foto de él al lado de su amiga Liza Minelli.
Dina, ex comando del ejército israelí que llegó a finales de los años 1970 a Los íngeles, asegura que está «viviendo un gran momento».
El empeño ha sido históricamente el recurso más fácil para salir de las deudas, pero según los encargados de estos negocios la diferencia hoy en día que los bancos cortaron el crédito es que recurren a ellos personas que necesitan mantener mansiones o salvar sus negocios.
Afuera de su tienda sólo hay BMW o Mercedes Benz aparcados.
«Hoy en día vienen doctores, profesionales que no pueden pagar sus cuentas de auto, facturas médicas o las hipotecas de sus casas. Esta es la gran diferencia con años anteriores»: los motivos por los cuales la gente empeña y la gente que viene a empeñar, apuntó Peter B, encargado de The Collateral Lender, a unas diez cuadras del local de Dina.
«Yo veo gente rica, gente poderosa, gente que necesita sobrevivir que están viniendo a pedirme prestado», apuntó Dina atrás de una vitrina con al menos 15 relojes Rolex y un Patek Philippe de 160.000 dólares.
Si bien la fanfarria forma parte de este oficio antiguo de prestar dinero sobre lo seguro, otros gerentes de casas de empeño de este barrio al oeste de Los íngeles coinciden con Dina: «mientras los bancos no dan crédito nosotros somos los que ayudamos», comentó Peter B.
El piano para concierto «de 400.000 dólares» que tiene Peter B. en su local entre dos Harley Davidson, las tres estatuillas Emmy y unas alianzas de matrimonio Cartier en la vitrina de Yossi Dina, pueden estar en la tienda cuatro meses y 10 días, según la ley de California.
Después de ese período el dueño recupera su objeto devolviendo el préstamo, o puede pactar cuatro meses más de préstamo a un interés promedio de un 4% al mes, según Beverly Loan Company.
«Lo único que puedo decir es que tengo el local lleno de objetos», dijo Peter B., que como Dina no quiso confirmar con cifras si hay más clientes perdiendo sus bienes ante el fracaso de pagar sus préstamos.
La Asociación Nacional de Prestamistas (NPA) sabe perfectamente cómo aprovechar la coyuntura que sufre Estados Unidos: «En esta sociedad diversa de hoy, mucha gente depende de los prestamistas para que los ayuden en sus necesidades financieras diarias», dice la NPA en su sitio web.
Refiriéndose a «las familias trabajadores», la NPA afirma que los préstamos de empeño «mantienen la electricidad encendida, la renta paga, el auto andando y combustible «a full»».
Beverly Hills es el emblema del alto nivel de vida en Estados Unidos y el mundo, con la diferencia que no sólo viven las estrellas del cine -que siempre han cobrado cifras astronómicas-, también es aposento de médicos sin clínica, ejecutivos de multinacionales y comerciantes: todos en la picota en un sistema erigido con base al crédito.
Pero en momentos en que la tasa de desempleo en California superó en febrero la media nacional, con 10,1% -versus 8,1% en el país-, y aumentan las casas hipotecadas, no queda otra que salir de una pintura original de Kandinsky o el Patek Philippe del abuelo para pagar la renta, el auto o la cirugía plástica.
La crisis ha transformado a los «fashionistas» y llevado a las casas de moda a volver a sus raíces para seducir a las mujeres con presupuesto ajustado para el lujo, según se desprende de los desfiles de príªt-í -porter para el próximo invierno, que terminaron el jueves en París.
«Cada una de las marcas se centró verdaderamente en sus valores, hay una gran insistencia sobre las raíces y los códigos tradicionales de las firmas», señala Aymeric de Béco, director de compras de las tiendas Printemps. Las marcas «trata de dar la imagen de su excelencia tradicional», puesto que «es eso lo que buscan» las clientas, agrega.
Como ejemplo, para Emanuel Ungaro, Esteban Cortázar multiplicó los vestiditos de drapeados que marcan el cuerpo, los lunares y el rosa fucsia, emblemáticos de la casa. Karl Lagerfeld diseñó para Chanel una colección de elegancia «dandy», como un ejercicio de estilo a partir de los tradicionales trajes sastre y vestidos negros de la firma.
Stefano Pilati para Yves Saint Laurent imaginó una colección de clasicismo casi severo, mientras Maria Grazia Chiuri y Pier Paolo Piccioli volvieron al más puro estilo Valentino. Riccardo Tisci para Givenchy impresionó también con un vestuario de rigurosa austeridad.
Para Hermí¨s, Jean-Paul Gaultier concibió aviadoras vestidas de cuero, de elegancia «muy Hermí¨s», según sus propias palabras.
Algunas marcas anticiparon un cambio en los modos de consumo. Las mujeres van a dejar de comprar «un vestido de cóctel sólo para un cóctel, las prendas deben ser multifuncionales», estima el diseñador francés Roland Mouret.
La británica Vivienne Westwood sugirió a las mujeres «que compren menos», proponiendo amplias chaquetas transformables en abrigo o cárdigans que se ponen al revés para ser utilizados como pulóveres.
Pero el pesimismo económico no se tradujo por colecciones minimalistas, pese a que Christian Lacroix firmó una colección particularmente sobria y toda en negro. Como Alber Elbaz para Lanvin, que concibió un vestuario carente de adornos, Lacroix consideró que «la simplicidad no hace daño a nadie» en tiempos de crisis.
El negro predominó también en la colección de Jean Paul Gaultier, pero en este caso al servicio de un vestuario con sesgos de erotismo.
Exceptuando a Chanel, que volvió a presentar su desfile en el Grand Palais con 2.200 invitados tras un paréntesis en una sala más pequeña en la temporada anterior, las casas de moda renunciaron en general a sus lugares de desfile habituales, limitaron el número de invitados y redujeron las puestas en escena.
Las pieles, producto de lujo por excelencia, estuvieron sumamente presentes en las pasarelas, no necesariamente en abrigos, sino en detalles y adornos. Los diseñadores utilizaron también el cuero abundantemente.
En la casa Dior, la opulencia fue discreta. Su diseñador, John Galliano, suavizó el rigor de los trajes sastre de la firma con una colección inspirada en el mundo oriental.