Cuando las tardes refrescan, los niños se van al parque, un hombre siempre los mira y ellos que no lo ven. Frente a la Iglesia y la Muni los chicos hacen jolgorio bajo la cara de piedra de aquel que casi conocen aunque no lo invitan al juego. Un hombre de mediana edad y adusto gesto, acaso amable por ratos, con levita y corbatilla y corta barba de chivo. Era una de esos bustos, montados sobre una columna, que hasta hace pocos años dominaban los parques centrales de casi todos los municipios del país. Es la figura que aparece en los billetes de cinco quetzales. Pocas van quedando de esas esfinges que inquietaban al niño ¿Quién es ese señor abuelo? Es el Reformador mijo, Justo Rufino Barrios. Y él ¿Qué hizo? Pues fue presidente de Guatemala hace mucho tiempo, antes de que yo naciera. ¿Y qué hizo? Pues modernizó Guatemala, en primer lugar acabó con los regímenes conservadores, con los curas y los terratenientes. ¿Y qué más abuelo? Pues introdujo el ferrocarril, el telégrafo, el cultivo de café y en general modernizó Guatemala, por eso le llaman El Reformador. ¿Y Guatemala fue mejor con todas esas reformas? No lo sé hijo, no lo sé. Si más preguntas hubiera -y más conocimiento tuviera el abuelo-, tendría que explicar al nieto que don Justo Rufino renunció a los derechos de Guatemala en la frontera mexicana, cedió Soconusco (que es la ubérrima franja costera de Chiapas) y otras áreas fronterizas. Que fue, asimismo, un dictador que violentó el orden jurídico y ahogó la oposición. En fin, como personaje histórico -y sobre todo como ser humano- tuvo registros de activos y pasivos en una contabilidad cuyo saldo final lo determina cada quien según su análisis. Pero mi punto no es don Justo Rufino como persona sino como héroe nacional o como símbolo de nuestra nacionalidad. ¿Dónde están esos monumentos a don Justo? Como digo había casi uno en cada cabecera municipal. ¿Cuántos quedan? Pero más que a las estatuas me refiero a las siluetas inmortales esculpidas en el corazón de las nacionalidades. Pocos hoy se recuerdan del Jefe de Estado de 1871 a 1885. Vemos a diario la Torre del Reformador y transitamos la Avenida de La Reforma. Al final son meras nomenclaturas. Historias viejas. Al parecer a don Rufino le pasó algo que nunca le debe suceder a una figura histórica: pasó de moda. Y es que como con los árboles la fortaleza de un pueblo está en sus raíces, y como dijo Ortega y Gasset: «Todo pueblo se constituye no solamente por un pasado que pasivamente lo determina sino por la validez de un proyecto histórico capaz de mover las voluntades dispersas y dar unidad y trascendencia al esfuerzo solitario.»