Ha aplaudido un mayoritario segmento de la población con acceso a los medios de comunicación social, la aplicación de “justicia por mano propia” en contra de Edward Giovanni Cifuentes Pérez, ajusticiado la mañana del miércoles pasado en la zona 9. Familiares y amigos del fallecido han indicado que era un jardinero. Los testigos dan cuenta de su actividad delincuencial, he ahí el motivo del “festejo”, hay un asaltante menos. La sociedad se siente a la deriva y por ello se celebra la “justicia por mano propia”.
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Cómo entender la espiral de inseguridad y violencia que nos tiene tan agobiados. Las explosiones de ira suelen ser más frecuentes y terminan en tragedia la mayoría de las veces. Victimario y la víctima están juntos en este purgatorio de nuestras actitudes violentas. Desde el seno de la familia misma se anida o se fomenta la violencia como actitud generalizada, por ello nuestra sociedad está abrumada. Y en nuestra sociedad hay demasiadas íes que la tornan aún más compleja. I, de injusticia. I, de inequidad. I, de intolerancia. I, de impunidad. I, de indiferencia. Y paremos de contar. Con esa combinación de estas cinco es más que suficiente. Pues, además, queremos soluciones inmediatas. Que se castigue severamente a los ingratos malvivientes. Que se les prive de todo tipo de contemplaciones a los infractores de la ley. Por ello y más se hace de un linchamiento urbano un momento de festejo ante nuestro ingrato destino de estar rodeados de tantas formas delincuenciales.
Admitiéndolo o no. Dándonos cuenta o no. El andamiaje normativo que sustenta esto que llamamos Estado es una ficción. Las leyes no se cumplen o se cumplen a medias. Los jueces se hacen los locos. Los investigadores copian informes. Las pruebas se desestiman. La justicia es una gran ausente para quien no tiene plata y pagarse su propio abogado. Nos sentimos ajenos al malestar colectivo en tanto este no nos alcance. Creemos tener la razón la mayoría de las veces y aquellos que no compartan nuestros puntos de vista no merecen nuestra atención. La intolerancia nos hace ajenos al dolor de nuestros semejantes. También en ese momento solemos hacernos los locos. “Si nos metemos a redentores, podemos salir crucificados”, es la justificación para solo fisgar con morbosa contemplación el “dolor ajeno”.
Si se hizo o no justicia en el caso de que Cifuentes Pérez haya dejado de ser un delincuente menos, es algo que se nos olvidará más temprano que tarde cuando se presente un nuevo escándalo que llame nuestra atención colectiva. Si dejó hijos, habrá huérfanos que crecerán con el resentimiento pronunciado, ellos no olvidarán tan fácilmente. Y esa es la raíz que no terminará de podarse nunca. Por eso la “limpieza social” no es la solución. Pues con cada “eliminación sumaria de un delincuente” habrá que considerar que broten como esporas sus familiares que serán más crueles que sus predecesores. Que se “vengarán” de aquellos que les despojaron de su pariente. Ahí, quizás esté el origen de la “espiral de violencia” en la que nos encontramos sumidos. Desatención continuada a un número creciente de población dejada a “su suerte”.
Y pronto volveremos el rostro hacia otro lado para continuar en la indiferencia de nuestra mayoritaria actitud colectiva. Pienso que en tanto mantengamos esa forma de actuar como la principal característica social que nos marca, esto no mejorará. Por el contrario el entorno se nos hará cada vez más complejo, complicado, violento e inseguro. Cada vez habremos más expectantes de hacernos “justicia por nuestra propia mano”, pues el sistema NO funciona. Las autoridades NO cumplen y la sociedad NO exige soluciones integrales. Este círculo está descrito. ¿Cuándo dispondremos romperlo para empezar la construcción de una nueva sociedad cuyo Estado sí proporcione las condiciones para materializar el bien común? Usted, apreciable lector, tiene la palabra.