Llega un día en que uno pierde la inocencia. Ya no se cree más en Santa Claus, se desconfía de papá y uno llega a sospechar hasta de su propia sombra. Es un día desgraciado porque es más lindo confiar en los demás, sentirse seguro de los otros, que vivir con esa sospecha eterna de que te quieren tomar el pelo o mirarte la cara de idiota.
Yo pasé por esa etapa semifeliz y me tomó años superarla (digo, 28 años más o menos). No digo que a esa edad todavía creyera en «santos que orinan» como se dice en algunas partes, pero había algo en mí que me llevaba a ser cándido. En ese entonces habría firmado cheques en blanco, defendido al peor de los corruptos -pensando en su inocencia- y hasta poner mis manos al fuego por un genocida. Bastaba que alegara inocencia para creer a ciegas todo (finalmente, pensaba, ¿qué razones tiene ese señor(a) para mentir?).
Recuerdo mi molestia cuando algunos amigos desconfiaban de todo y vivían bajo el signo de la sospecha. Yo les reclamaba, les preguntaba: «Â¿Por qué suelen pensar mal de la gente? ¿No pueden imaginar que esa persona sea inocente y, de verdad, estén siendo injustos con ella?». No decían nada, pero sin duda pensaban que yo era una especie de marciano (y lo era de algún modo en ese entonces).
Con ese candor defendí públicamente a Vinicio Cerezo, Serrano Elías y hasta a Ramiro de León Carpio. Pero, después, algo cambió. Súbitamente me nació la conciencia y, como quien se cae de un caballo o se le caen las escamas de los ojos nací de nuevo (qué cursi, ¿no?). Bueno, el caso es que dejé de confiar en todos y heme aquí sufriendo por los males, reales o imaginarios, que veo con estos nuevos lentes de la sospecha. Por eso (ésta era la razón del artículo), comparto con usted mi absoluto escepticismo respecto a la pretendida inocencia de los diputados que viajaron a París y falsificaron documentos.
No les creo nada aún los vea ponerse de rodillas frente al Santísimo Sacramento, hagan la señal de la cruz, juren por sus respectivas madres o se bañen con agua bendita. Las cosas son más que claras: ese Congreso está podrido y su anterior Presidente (que por cierto era del PAN y parece niño de primera comunión) contribuyó inmensamente a evidenciarlo. Lo de esos señores es solo una muestra de lo que decía la última vez: los políticos (la mayor parte, con honradas excepciones) sólo llegan con un propósito: hacer dinero.
¿A qué juegan esos señores con sus presuntas disculpas y alegatos de inocencia? ¿Nos quieren ver la cara de idiotas o, de verdad, se adelantan a la celebración del día de los inocentes? Quién lo sabrá.