Jugando de vivos


Llega un dí­a en que uno pierde la inocencia. Ya no se cree más en Santa Claus, se desconfí­a de papá y uno llega a sospechar hasta de su propia sombra. Es un dí­a desgraciado porque es más lindo confiar en los demás, sentirse seguro de los otros, que vivir con esa sospecha eterna de que te quieren tomar el pelo o mirarte la cara de idiota.

Eduardo Blandón

Yo pasé por esa etapa semifeliz y me tomó años superarla (digo, 28 años más o menos). No digo que a esa edad todaví­a creyera en «santos que orinan» como se dice en algunas partes, pero habí­a algo en mí­ que me llevaba a ser cándido. En ese entonces habrí­a firmado cheques en blanco, defendido al peor de los corruptos -pensando en su inocencia- y hasta poner mis manos al fuego por un genocida. Bastaba que alegara inocencia para creer a ciegas todo (finalmente, pensaba, ¿qué razones tiene ese señor(a) para mentir?).

Recuerdo mi molestia cuando algunos amigos desconfiaban de todo y viví­an bajo el signo de la sospecha. Yo les reclamaba, les preguntaba: «Â¿Por qué suelen pensar mal de la gente? ¿No pueden imaginar que esa persona sea inocente y, de verdad, estén siendo injustos con ella?». No decí­an nada, pero sin duda pensaban que yo era una especie de marciano (y lo era de algún modo en ese entonces).

Con ese candor defendí­ públicamente a Vinicio Cerezo, Serrano Elí­as y hasta a Ramiro de León Carpio. Pero, después, algo cambió. Súbitamente me nació la conciencia y, como quien se cae de un caballo o se le caen las escamas de los ojos nací­ de nuevo (qué cursi, ¿no?). Bueno, el caso es que dejé de confiar en todos y heme aquí­ sufriendo por los males, reales o imaginarios, que veo con estos nuevos lentes de la sospecha. Por eso (ésta era la razón del artí­culo), comparto con usted mi absoluto escepticismo respecto a la pretendida inocencia de los diputados que viajaron a Parí­s y falsificaron documentos.

No les creo nada aún los vea ponerse de rodillas frente al Santí­simo Sacramento, hagan la señal de la cruz, juren por sus respectivas madres o se bañen con agua bendita. Las cosas son más que claras: ese Congreso está podrido y su anterior Presidente (que por cierto era del PAN y parece niño de primera comunión) contribuyó inmensamente a evidenciarlo. Lo de esos señores es solo una muestra de lo que decí­a la última vez: los polí­ticos (la mayor parte, con honradas excepciones) sólo llegan con un propósito: hacer dinero.

¿A qué juegan esos señores con sus presuntas disculpas y alegatos de inocencia? ¿Nos quieren ver la cara de idiotas o, de verdad, se adelantan a la celebración del dí­a de los inocentes? Quién lo sabrá.