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Existe un lugar en las cataratas del Niágara donde se señala el punto en que un padre dejó caer a su hijita en el gran torrente.
Por supuesto que no lo hizo intencionalmente. El pobre hombre jugaba con la niña, la tomó en brazos y la columpió sobre el agua como una broma.
Aquel juego tuvo un triste final, pues el espanto de la niña fue tan terrible, que tratando de deshacerse de los brazos de su padre cayó en el abismo, siendo arrastrada por las rugientes aguas.
Muchos pensarán que este hombre no tenía porqué jugar así con su hijita, pues ese era un juego absurdo y peligroso.
De la misma manera nosotros no tenemos derecho a jugar con nuestra alma inmortal, columpiándola con nuestra vida descuidada e indiferente sobre el gran abismo de la eternidad.
Confiemos nuestra vida a las manos seguras y amorosas de Dios. í‰l no nos fallará.
Aunque la imprudencia sea involuntaria,
no por ello deja de hacer daño.