Juan Plazaola:


Tengo dudas respecto al número de lectores que le interesa el tema estético. Regularmente este tipo de literatura es aprovechada por filósofos, teóricos del arte y con suerte hasta por aquellos que hacen crí­tica literaria o del arte en general. Quizá la vida tenga demasiados problemas y el mundo del conocimiento sea tan amplio que temas así­ son dejados, con suerte, para algún momento de ocio.

Eduardo Blandón

Este libro publicado por la Universidad de Deusto, España, es excelente no sólo para iniciarse en este tipo de materia, sino incluso para profundizar y meterse en serio en el rollo. ¿Cuál es su virtud? Nada más y nada menos que presentar, como si fuera un libro de Historia de la Filosofí­a, la concepción estética de los filósofos desde los presocráticos, que poco o nada dijeron al respecto, hasta el último pensador que filosofa sobre la cibernética y la belleza. ¿Necesita ofrecer un curso de estética? Este libro es para usted.

Pero no sólo esa es la cualidad del texto, además se desarrollan temas relacionados con la estética en general. Considere, por ejemplo, estos contenidos: Arte y artesaní­a, el arte y la realidad, el arte como creación, el arte y la sociedad, el arte y la moral, y, hasta, finalmente, el arte y la religión. Con esto bastarí­a para convencer al lector promedio del valor del libro, pero para los escépticos tengo algo más. Cada capí­tulo va acompañado de una selección de lecturas «ad hoc» para incursionar en el pensamiento de autores diversos.

En este libro se pueden leer meditaciones de autores no necesariamente «filósofos» tales como Tschaikowsky, Van Gohg, Federico Garcí­a Lorca, Baudelaire, Proust, Schí¶nberg, Eliot y más de una docena más que permiten considerar los temas desde otro ángulo y, por supuesto, otra sensibilidad. ¿Quiere más? Al final del trabajo hay un espacio dedicado a «láminas» donde hay una pequeña selección de obras de arte (eso sí­, en blanco y negro. Para no ilusionarlo).

¿Hay un hilo conductor en todo el libro? Dirí­a que no. El propósito del autor, me parece, es presentar la historia del pensamiento estético y una reflexión en torno a cada tema. Esa es la razón por la que uno podrí­a dar brincos de un capí­tulo a otro. Digamos que a usted no le interesa lo que pensaba Kant del arte o la estética, bien, entonces podrí­a pasarse al último capí­tulo que es el relacionado con el arte y la religión. ¿Afectará a la comprensión semejante «pecado» de orden? Creo que no. Evidentemente no está de más saber qué pensaba ese señor alemán, pero la ausencia de ese conocimiento no lo dejará inutilizado para entender ese capí­tulo.

Serí­a largo presentar cada uno de los capí­tulos desarrollados en esta «Introducción» que, dicho sea de paso es de 650 páginas. (¿Qué le parece una «introducción» así­? Es una «pequeña introducción» para comprender la estética). Lo que se hará mejor es exponer algunas ideas de Plazaola con el propósito de interesar al lector en la lectura del libro.

Uno de los capí­tulos interesantes de la obra es el dedicado a la concepción estética de san Agustí­n. El hiponatense, según el autor, es el que mejor desarrolla la visión cristiana del arte en general y quien más va a influir en el pensamiento cristiano de los siglos posteriores. Es cierto que hay un acercamiento a la reflexión de un san Basilio, Gregorio de Nacianzo, san Ambrosio o incluso del famoso Pseudo-Dionisio, pero es el Obispo africano quien más desarrolla el tema. ¿En qué obras? Hay dos fundamentalmente: De Pulcro et apto y las Confesiones.

La concepción estética de san Agustí­n es un «melange» de ideas pitagóricas, platónicas, aristotélicas y cristianas, pero condimentada con un sello personal que le da originalidad a sus ideas. Cuando insiste, por ejemplo, en el número como elemento decisivo de los seres bellos, sigue a Pitágoras. Pero, también, cuando pone la belleza en la congruentia partium (tamaño proporcional de las partes entre sí­ y con relación al todo), sigue a Aristóteles.

«Se inspira en Plotino cuando piensa que esas partes pueden ser, incluso, contrapuestas entre sí­, naciendo la belleza de una armoní­a de contrastes (la fealdad del gallo vencido contribuye a la belleza de la pelea); del mismo Plotino (cuya lectura operó su conversión ’filosófica’) toma el concepto cualitativo de belleza simple, como la luz y el color; la idea de que la belleza de los cuerpos proviene de la forma, de que la forma y el alma son bellas en sí­ mismas y de que la belleza que comunican a los cuerpos la recibe de Dios, suprema belleza».

San Agustí­n distinguió también lo bello de lo conveniente. Lo bello tiene un valor intrí­nseco, independiente, no identificable con lo útil. La hermosura del mundo sensible es evidente y nos capacita, dice el santo, para ascender a Dios. El mundo es bello y es expresión del buen gusto divino.

El arte es para Agustí­n una actividad racional. El verdadero artista es quien crea una obra fiel a las ideas de su espí­ritu que son a la vez expresión de las ideas de Dios. Pero el arte creador, agrega el pensador, requiere además de una sensibilidad natural. San Agustí­n parece oscilar, asimismo, entre la doctrina platónica de la mimesis (la imitación), que en Platón es fundamento para el desprecio del arte y el principio plotiniano de la idea ejemplar que está en la mente del artista (y que por tanto, darí­a cierto valor a la obra artí­stica).

«Es también original su manera de presentar a la poesí­a como falaz, pero no mentirosa, sutil paradoja (en la que es posible ver un eco de la concepción del sofista Gorgias sobre la tragedia), según la cual la obra de arte es verdad en cuanto es falsa, y el artista no consigue su noble fin ?la verdad de su arte- sino a través de la falsedad».

Dado que en el mundo hay armoní­a y orden, la música no escapa de semejante cualidad. í‰sta es, de alguna forma, expresión del buen gusto de Dios.

«La estética musical (en san Agustí­n) es una austera, minuciosa y matemática teorí­a de la igualdad o armoní­a de las formas; una exposición de raí­z platónico-pitagórica sobre el ritmo en la que elabora una verdadera psicologí­a del placer musical, distinguiendo los ritmi sonantes, los ritmi recordabiles y los ritmi iudiciales. A propósito del canto, en las Confesiones hace una distinción interesante: la significación del texto que se canta y la expresión de la música por los simples sonidos».

Estas son algunas ideas expuestas en el libro de Plazaola. No me parece que sea muy complicada su lectura aunque, eso sí­, no es una novela para ir de prisa y desear terminar en un par de dí­as. Si se anima el libro está en Librerí­a Loyola.