Juan de Dios González: la estética incorruptible


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Juan de Dios González (Guatemala, 1927) se formó en el ambiente represivo y atrasado de la dictadura de Jorge Ubico (1930-1944), participó del entusiasmo revolucionario de la década del 44-54 (durante la cual realizó los murales del Congreso de la República), viajó becado a Washington y vivió las violencias del período post revolucionario y del conflicto armado interno que se prolongó hasta 1996.

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POR JUAN B. JUÁREZ

Sin embargo, desde sus inicios su obra no perdió nunca el carácter intimista y la luminosa alegría poética que la caracteriza.  Apegado al magisterio artístico en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, su obra y su ejemplo han ejercido una influencia decisiva en las distintas generaciones de artistas que le han sucedido hasta la fecha y que se manifiesta en cierta concepción de lo artístico que prevalece en medio de los entusiasmos y las modas que, en cada época, afectan a los jóvenes durante su formación.

Según el concepto que rige en la obra y en el magisterio de Juan de Dios González, el arte está esencialmente comprometido con la producción de cosas bellas; es decir no es una plataforma ideológica ni un medio de descarga emotiva y de proyección psicológica, aunque tampoco es una mera actividad evasiva y sin consecuencias en el marco de una cultura y en el espíritu de las personas.  Al contrario, la belleza que busca el arte tiene que ver con la vida cotidiana y con el entorno espiritual dentro del cual las personas desarrollan su existencia; en consecuencia, los hallazgos del arte son un acto de conocimiento y de reconocimiento del mundo, de los semejantes, de los otros y de uno mismo, algo así como una iluminación o una toma de consciencia que no sirve para tomar decisiones políticas coyunturales aunque con ellas se afirma y se enraíza la existencia en el seno de su propia cultura, lo cual es sin duda más importante.

La facilidad con que hoy podemos afirmar que la estética de Juan de Dios González está comprometida con la belleza hace difícil imaginar la valentía y la entereza de carácter que requiere mantener en la vida real una postura tan aparentemente sensata y neutral.  Para valorar el papel que ha jugado la sensatez artística que propone la obra, la enseñanza y la personalidad de Juan de Dios, habría que recordar las encendidas polémicas entre los artistas comprometidos extremos, los artepuristas a ultranza que agitaron el ambiente artístico guatemalteco durante las décadas del 60 y 70, así como las intenciones excluyentes y descalificadores de los que en esos mismos años seguían las modas dictadas desde Europa o Nueva York.

Alejado de los extremos ideológicos y grandilocuentes entre los cuales se debatió buena parte del arte guatemalteco del siglo XX, y de las modas efímeras y alienantes del arte internacional, la obra de Juan de Dios González se centra en otra tradición que siempre ha estado presente en la cultura occidental, aunque, por su propia naturaleza, apartada del bullicio y las luces de la fama.  Al igual que la de Arturo Martínez, la pintura de Juan de Dios González recoge las alegrías, las intensidades vitales, las angustias y las reflexiones que nos agitan o tranquilizan en el ambiente áspero en que nos tocó vivir.  Con un lenguaje esencialmente poético, mesurado, amorosa y laboriosamente trabajado, abierto a la espontaneidad cotidiana y a las reflexiones del espíritu, su pintura se ilumina siempre con un toque de sabiduría y otros tantos de gracia poética.