JUAN CARLOS TORRE PUENTE


Juan Carlos Torre Puente es un intelectual español de alta catadura: afable, acogedor, sonriente, pero sobre todo brillante en el área de su desempeño (es profesor en el área de psicologí­a y educación en la Universidad Pontificia Comillas, de Madrid -España). Ha visitado Guatemala en dos ocasiones y dice estar encantado por el paí­s. En su reciente visita dictó conferencias con vistas a la actualización docente de los profesores de la Universidad Rafael Landí­var. Esta entrevista es el resultado de una larga conversación gracias a la magia de Internet.


Pregunta: ¿Educador? ¿Cómo decidió dedicarse a un oficio tan «sui generis?

Respuesta: Cuando uno reflexiona sobre los motivos que le han llevado a hacer algo, siempre encuentra una gran variedad de razones. En mi caso, es muy posible que la profesión de mi padre, que era maestro de escuela Primaria, influyera decisivamente en mi futura profesión.

P: Siempre hay una influencia familiar en nuestras vidas, sin embargo, la pregunta obligada es si ha valido la pena trabajar en el área donde se encuentra.

R: Por supuesto, uno tiene conciencia de que el trabajo en educación es un asunto que tiene que ver con la transformación positiva de las personas y de la sociedad, y eso siempre merece la pena. Aunque bien mirado, cualquier profesión puede ser vista desde esta óptica.

P: ¿Nunca tuvo deseos de dedicarse a otra profesión? Digámoslo de otra manera, ¿De no haber sido «educador» a qué se habrí­a dedicado?

R: No lo tengo claro, pero quizá también algo relacionado con la ayuda directa a los demás, como puede ser la labor de psicólogo. De hecho, la decisión de estudiar las licenciaturas de Psicologí­a y Pedagogí­a podrí­a sugerir por un lado una cierta indefinición del campo profesional deseado en aquel momento y, por otro, algún deseo no del todo explicitado de dedicarme más a la psicologí­a que a la educación.

P: Además de la educación, ¿tiene unas otras pasiones?

R: Para mí­ el término «pasión» o el de «hobby» debe aplicarse a algún tipo de actividad continuada que se practique con un alto grado de entusiasmo y dedicación. No sé si mi afición a la cocina entrarí­a dentro de esta categorí­a, pero sí­, cocinar me gusta. Alguna vez entre semana, para las cenas, pero sobre todo los sábados y domingos trato de elaborar algún plato que nos permita disfrutar un poco con esta actividad tan habitual.

P: Hablemos de su visita a Guatemala. No es la primera vez que dicta conferencias en este suelo centroamericano. Me parece que usted vino a dirigir unos cursos sobre la «autoeficacia» ¿Cómo define usted la «autoeficacia»?

R: La autoeficacia es un concepto creado por el psicólogo canadiense Albert Bandura en 1977. í‰l la define como una creencia que el propio sujeto tiene con respecto a su capacidad para llevar a cabo adecuadamente determinadas acciones. Por tanto, expresiones como «creo que soy capaz», «me siento capaz de» o «tengo confianza en mis propias fuerzas para hacer algo» reflejarí­an bien lo que es la autoeficacia. Resulta importante destacar que la autoeficacia es algo que el sujeto cree con respecto a sí­ mismo, pero que no necesariamente se corresponde con lo que la persona es en sí­ o de hecho es capaz de hacer; dicho de otro modo, los juicios de autoeficacia pueden ser erróneos, aunque es cierto que en el curso de la vida se pueden ir refinando.

P: ¿Qué factores intervienen en el desarrollo de la «autoeficacia»?

R: Uno adquiere la convicción de que puede hacer algo adecuadamente sobre todo cuando en anteriores ocasiones le fue bien en tareas similares, es decir, por los logros de ejecución previos. Por ejemplo, haber tenido éxito en la resolución de las operaciones matemáticas básicas incrementa nuestra confianza en la resolución de problemas matemáticos algo más complejos, lo mismo que haber sabido solucionar un problema de fontanerí­a fortalece nuestra creencia de que seremos capaces de arreglar cosas similares en el futuro. En segundo lugar, ver que otras personas en condiciones similares a las nuestras consiguen cosas influye de forma indirecta en que nosotros nos sintamos también capaces. A esto se le suele denominar la experiencia vicaria.

P: ¿Podrí­a poner algún ejemplo?

R: Claro. En la vida escolar esto ocurre muchas veces. Por ejemplo, un niño A, que tiene reprobada una asignatura X, observa que un compañero B la pasa tras varios intentos fallidos y se siente más animado a estudiarla porque ha visto que otra persona parecida a él lo ha conseguido. También juega un papel importante la persuasión verbal, que tiene que ver con todos aquellos mensajes que recibimos desde fuera y que contribuyen a aumentar nuestra confianza en que seremos capaces de afrontar algo. Los comentarios escritos que los profesores hacen a los trabajos de los alumnos («feed-back») o las palabras de ánimo que comunicamos a alguien que está a punto de culminar una tarea son ejemplos de esta fuente de información. Por último, también cuenta cómo se encuentra el sujeto a la hora de afrontar algo, esto es, su estado emocional. Sentirse cansado, tener unas décimas de fiebre o haber dormido mal pueden ser indicadores más que suficientes para que alguien no se sienta en condiciones de realizar bien un examen, por ejemplo. Estas son las cuatro fuentes principales de información de las que se nutre la eficacia, aunque pueden complementarse con otras en función del área a la que se refieran las creencias de autoeficacia.

P: ¿Y en esto qué papel juegan los profesores? ¿Puede influir un docente universitario, por ejemplo, en mejorar la autoeficacia en los estudiantes?

R: Sin duda. Los docentes suelen utilizar con frecuencia la persuasión verbal y ello puede repercutir grandemente en cómo se sienta capaz un alumno. El impacto de los mensajes de los docentes no impacta necesariamente de forma directa en los estudiantes, sino que éstos interpretan lo que se les dice en función de caracterí­sticas propias tales como su nivel de autoestima o la valoración que realizan del mismo docente. Por ejemplo, un estudiante con un alto grado de minusvaloración puede sentirse reconfortado temporalmente por las palabras motivadoras de su profesor, pero este efecto positivo pasa a segundo plano dado que se considera una persona de muy escasa valí­a, aspecto que pesa más sobre él. Sin embargo, la manera más eficaz que los docentes tienen de incrementar las creencias de autoeficacia de sus estudiantes es a través de los logros de ejecución, es decir, por medio de la posibilitación de experiencias de éxito. No se trata de rebajar los niveles de exigencia académica o de limitar los contenidos que se explican, sino de acomodar las actividades a los niveles reales de los estudiantes para que, partiendo de experiencias iniciales exitosas, vayan fundamentando su confianza y aceptando retos académicos de mayor envergadura posteriormente. Es una cuestión, en este caso, de graduación de la dificultad de las tareas.

P: Qué interesante. Sáqueme de una duda, ¿es lo mismo «Autoeficacia» y «Autorregulación»?

R: No exactamente. Ambos conceptos representan dos capacidades humanas distintas: la autoeficacia tiene que ver con la capacidad de reflexionar o de establecer juicios sobre uno mismo, mientras que la autorregulación implica la capacidad de dirigir la propia actuación hacia unas metas que el sujeto estima como valiosas. Pero existen relaciones de carácter circular entre ambas capacidades. Las personas que confí­an en sí­ mismas (alta autoeficacia) suelen proponerse objetivos más ambiciosos, persistir más tiempo en la realización de las tareas, utilizar estrategias relacionadas con lo que pretenden conseguir y asumir como parte del proceso los posibles fallos en el camino, todas ellas conductas que forman parte del comportamiento autorregulado. Por otra parte, las personas autorreguladas disponen de un elevado conocimiento y control de sí­ mismos (pensamientos, sentimientos y acciones) y de los contextos en los que actúan, lo cual suele redundar en mejores ejecuciones que, a su vez, incrementan la autoeficacia.

P: Toda esta teorí­a es aplicable también entre nuestros jóvenes, ¿no?

R: Así­ es. En principio, la misma que en otras partes del mundo, es decir, quienes poseen una autoeficacia y una autorregulación elevadas son personas que están en condiciones de lograr más altas cuotas de autorrealización. Pero también puede hablarse de autoeficacia colectiva aplicable a un grupo de personas determinado, como los miembros de una empresa, institución o paí­s. En este caso cabrí­a hipotetizar si un paí­s concreto se siente capaz de tramitar con eficiencia las tareas que tiene entre manos, pero habrí­a que referir la autoeficacia colectiva con vinculación a tareas concretas.

P: Usted que es cosmopolita y trotamundos, dí­ganos con franqueza ¿Cómo ve el estado actual de la educación en el mundo?

R. Me resulta costoso opinar sobre esta cuestión, pues entiendo que cada área del mundo tiene un «estado» algo diferente y mi conocimiento directo se restringe a algunos paí­ses europeos, africanos y centroamericanos. No obstante, creo que representa todaví­a un problema mayor el desigual acceso a la educación básica existente entre paí­ses y, en consecuencia, las diferencias en desarrollo educativo. Si consideramos la educación como un motor de humanidad, esta apreciación subjetiva que parece corresponderse bastante bien con la realidad resulta muy preocupante.

P: Desde su experiencia, ¿cuáles son los nuevos desafí­os de la educación superior en el mundo?

R: Las instituciones de educación superior, y en especial las universidades, se enfrentan al reto de la utilización del conocimiento adquirido y a la génesis de nuevos conocimientos. Con respecto al primero, creo que los estudiantes universitarios debieran ampliar el horizonte con respecto al cual realizan sus estudios, dado que, en mi opinión, están demasiado circunscritos al beneficio personal. Ello no resultarí­a negativo si no fuera excluyente de otros valores e intereses de carácter social. Quienes finalizan estudios superiores son un pequeño porcentaje de la población mundial y, previsiblemente, sobre ellos va a descansar el desarrollo de cada comunidad local, regional o nacional. Por ello, su conciencia con respecto a qué hacer con lo que aprendieron resulta muy relevante.

P: ¿Cree usted que la educación responde a los nuevos desafí­os?

R: Sólo en parte. Los recientes cambios en la educación universitaria europea, los derivados del llamado plan Bolonia, por ejemplo, parecen ir más encaminados a formar personas competentes que puedan incorporarse más eficientemente a la vida laboral. Este es un noble objetivo, pero corre el riesgo de restringir la educación en una formación para el empleo, para la rentabilidad económica.

P: Ya se nos hizo larga la entrevista. Una última curiosidad para concluir. Usted nos ha visitado dos veces, ¿qué le ha llamado la atención de nuestro paí­s?

R: No descubro nada nuevo si resalto lo esplendoroso que resulta el paisaje de su paí­s. He tenido ocasión de visitar Ciudad de Guatemala, Antigua, la costa del Pací­fico, Chichicastenango y otras ciudades del interior, Atitlán y alrededores así­ como el Petén y Tikal. En fin, todo ello es espectacular por diversas razones. También quisiera poner de relieve el trato y el cariño con los que siempre he sido recibido. Soy consciente de que en todo paí­s hay habitantes de todo tipo, pero puedo decir que todos con los que yo me he topado han sido de lo más acogedores. La belleza de la geografí­a y las personas constituyen para mí­ una invitación permanente para volver a Guatemala.